Argentina amarga, la penosa hora de sus hijos

Como si de un giro endemoniado de la historia se tratase, otra vez los trabajadores pagan las consecuencias de los desaciertos en materia macro-económica del gobierno y de la imperecedera falta de compromiso de los dueños del capital para definir un esquema de acciones que permita cimentar el crecimiento económico, proponiendo algo más original que echar gente a la calle. 
Quienes impulsan la dinámica del mercado interno, no son responsables de la inflación desbocada que se verifica en estos días, ni sufragan sobre los dispositivos elegidos para su sujeción: el tipo de cambio, la tasa de interés o el control de la base monetaria. Quienes están perdiendo el empleo tampoco son responsables de los déficits gemelos ni de la contracción del mercado externo para la siempre expectante producción primaria. Sin embargo, la inflación se abalanza voraz sobre salarios con techo, y el gobierno nacional deja a la intemperie a los asalariados sin siquiera tener en cuenta la propia versión al respecto. Aquella que señala “errores” de cálculo (15 %), o que llama “aspiración” (Ministro Nicolás Dujovne) al dato de la inflación estimada y contenida en el presupuesto, la Ley de Leyes.

Quizás a algún integrante del elenco económico se le pudiera ocurrir pensar en una economía concentrada – y centralizada – como variante a la clásica explicación de que la inflación es el resultado de la presión en la puja distributiva, por parte de los trabajadores; o el demasiado dinero circulante, cuya esterilización empuja la tasa de interés a niveles asombrosos, reprimiendo la opción productiva en favor de la timba financiera. 
Pensemos por ejemplo que hasta el año 2014 había en el país 700.000 empresas chicas y medianas, y solo 5000 grandes. En el año 2012, tiempo en el que comenzó el descalce de la economía, 100 empresas explicaban el 66,00 % del valor agregado; las 50 mayores explicaban el 51 %. Son aquellos sectores denominados ámbitos privilegiados de acumulación de capital. Es decir, los que disponen de elevados niveles de rentabilidad y escasa o nula exposición a la lógica de la competencia capitalista.

En el mercado de alimentos, quizás la concentración ofrezca algún dato interesante a la hora de saber por qué los precios suben enloquecidos…
La mitad de la oferta de yerba mate se reparte entre Hreñuk, Molinos Río de la Plata, Las Marías y La Cachuera. El azúcar tiene en Ledesma el 75 % de la producción. Molinos Río de la Plata, AGD y Cañuelas dominan la producción aceitera. Enlatados, Arcor: 75 por ciento del mercado.
Si nos asomamos a la industria pesada veremos cómo los pocos dominan lo mucho. Aluar es la única que abastece aluminio, Loma Negra, Holcim, Avellaneda y Petroquímica Comodoro Rivadavia controlan la producción de cemento.

Pero la inflación no parece ser la única tensión no resuelta, como que el desbarranque merece algún esfuerzo interpretativo mayor. Propongo un concepto acuñado por Aldo Ferrer para examinar las razones por las cuales muchos países consiguieron una promisoria inserción internacional y elevar el nivel de vida de sus ciudadanos. Lo contrario, claro está, somos nosotros viviendo este nuevo crítico momento del campo popular arrasado por la transferencia de recursos a favor del poder económico. Se trata de la Densidad Nacional. Para desplegar el argumento hay que diseccionarla. Veamos entonces de qué se trata.
Cohesión y movilidad social, la que lleva a la mayor parte de la sociedad a participar de los procesos de acumulación, primero, y del desarrollo más tarde. 
Liderazgo nacional. O sea, el protagonismo de empresas nacionales en la cadena de agregación de valor, dejando una participación subsidiaria a filiales de empresas extranjeras.
Estabilidad institucional, que no solo es respeto por los procesos de sustitución de autoridades electas, justicia independiente o contrapesos políticos, sino también obstruir las posibilidades de que algún sector se salga enteramente con la suya perjudicando a otro, u otros.
Pensamiento crítico. O sea, derogar la dependencia de la cátedra colonial para elaborar categorías de análisis; fundar la crítica desde y para el interés nacional.

A vuelo rasante se advierte con claridad que ninguno de los supuestos se verifica en el proceso argentino actual. Y será peor, conforme se profundice el modelo inspirado en los postulados que condensara John Williamson, economista del Instituto Peterson, y que fuera desde 1989 el “Consenso de Washington”. Ya saben, disciplina fiscal, tipos de cambio competitivos, desregulación, liberación de las importaciones. 
La curiosidad que no alcanza a velar todo este entramado de sometimiento viene de la mano de uno de los puntos siempre ignorados, en el listado de Williamson: el redireccionamiento del gasto en subsidios hacia una inversión mayor en temas claves para el desarrollo, servicios educativos y sanitarios para los sectores más empobrecidos y obras de infraestructura. Esa deliberada ausencia en casi todos los programas económicos que impusieron los restauradores, en tanto propuesta para los vulnerables, parece ser que supuso para Williamson una aflicción mayúscula. Porque de su listado cada nuevo ajuste se compromete en todos los apartados.
Este nuevo ciclo supone para el campo popular el desafío de reconfigurar alineamientos, tejer alianzas y pensar en un horizonte abundante en litigios, no hay espacio para el consenso ingrávido, porque el cocinero ya sabe en qué salsa cocinará al pueblo…el pueblo haga saber que una vez más no quiere ser el alimento de una clase parasitaria y ofensora de la memoria reciente.

Néstor Pérez

(Periodista y escritor)

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