La herencia ancestral de un pueblo
Por Santiago Solans
Villa Carlos Paz nació en el valle de Quisquisacate, que significa unión o junta de ríos, y estuvo habitado por varias etnias. Primero llegaron los sanavirones, quienes ocupaban una comarca que se extendía desde Icho Cruz hasta Alta Gracia, La Calera y Falda del Carmen. Éstos fueron aliados de Halon Tuspi contra los Camiare, y provenían del valle de Anisacate, un importante centro productivo y religioso. Halon Tuspi se había mudado poco antes de la fundación de Córdoba desde su asiento en el sur de Punilla hasta la cabecera del río Panaholma, en Traslasierra. Tras avanzar sobre territorio comechingón, los sanavirones se encontraron con el español.
De acuerdo a los registros de la Relación Anónima (año 1573), la población indígena en los valles de Córdoba alcanzaba un total de 30.000 que se repartían en 600 pueblos. Para el año 1596, la cantidad había descendido a 12.000 y alrededor del 1.600, sólo eran 8.000.
La avanzada sobre el barrio Alberdi, en Córdoba, empujó a casi trescientos originarios abandonar sus hogares el 24 de diciembre de 1574 por orden del teniente general de la gobernación, Lorenzo Suárez de Figueroa, quien los entregó en encomienda para criar mulas que partirían hacia el Alto Perú. Una gran parte del denominado “Pueblito de la Toma” fue trasladada a la confluencia del arroyo Los Chorrillos y el entonces río San Roque, en donde fundaron las nuevas comunidades.
Sin embargo, la falta de tierras para cultivo y medios de supervivencia, obligaron a los originarios a trabajar para los invasores. Tohaen y Mainsacat estaban en la provincia de Camin Cosquin, sobre las tierras en donde luego se erigirían las comunas de Bialet Massé y Santa María, y el pueblo de Carlos Paz, bajo el control del capitán Francisco Velásquez y de Luis de Abreu de Albornoz. La región se encontraba sumamente poblada hasta que Juan de Mitre produjo una masacre.
Una importante cantidad de morteros existen en Colinas y Cabalango, y datan del año 1573. Estos asentamientos formaban parte de los dominios de un cacique mayor, que gobernaba las regiones de Yacayasacat, Calachasat, Mainsacat y Camin Cosquin. Las rocas talladas que se encontraron en la región, dan cuenta sobre un uso distinto de estos recipientes. No se usaban para molienda, sino que guardaban fines relacionados con cultos sagrados y funerarios.
En su libro “Los Comechingones” de 1945, el historiador Antonio Serrano reconoce que se constató el uso de sustancias entre los pobladores serranos, preferentemente, el cebil (vilca). Para adquirir este polvo alucinógeno, los indios molían las semillas en los morteros y luego las destinaban al consumo de los brujos de la tribu.
A partir del análisis de los elementos encontrados en los morteros de La Quinta, El Fantasio y Tala Huasi, se reveló que los asentamientos de Carlos Paz muestran una historia de ocupación y abandono, que se repetirá en ciertos períodos estacionales. Las encomiendas fueron minando los pueblos originarios, quienes dejaron en la zona un fuerte legado artístico, múltiples piezas de cerámica, pinturas rupestres, y hasta puntas de flechas.
Los últimos originarios se convirtieron en peones y trabajaron en la estancia Santa Leocadia y la estancia San Roque, mientras que otros habitaban una aldea cercana. Cuando en el año 1891, se construyó el dique San Roque, los indios debieron mudarse de sus tierras y éstas fueron cubiertas para siempre por las aguas.