Sabina habló a través de sus poesías y canciones, y el público aplaudió emocionado

viernes, 29 de marzo de 2019 · 21:21

Córdoba.- "Muchas gracias antes que antes que nada qué maravilla de teatro da mucho gusto estar aquí" dijo Joaquín Sabina quien participó en la sesión Poesía y Diversidad Cultural junto a José Mármol, Guillermo Saavedra, Joaquín Sabina, Elvira Sastre y Carlos Shilling.

"Comprenderán ustedes que yo entre tanto poeta y tanto erudito, me siento un poco impostor, pero siempre me ha gustado sentirme impostor, es decir asistir a fiestas a las que se supone que no tendría por qué ser invitado.

No estoy en absoluto dotado para la teoría, ni para la erudición, aunque con el auge de los pequeños nacionalismos, que por desgracia estamos sufriendo en el mundo, y yo me considero de una patria mucho más grande que es mi lengua, la lengua española. Creo que es un milagro que ustedes se haya reunido hoy para oír poesía y para oír palabras, palabras llenas de magia. Por qué la misma lengua que sirve para pelearse con alguien en un bar o para cualquier cosa, sirve para darles una gotita de magia. Así que como no teorizaré leeré un trocito de prosa que me explica un poco y un par de poemas.

Y comenzó

"A los catorce, parece que fue ayer, el rey Melchor se lo hizo bien conmigo y me trajo por fin una guitarra. Aquel adolescente ensimismado que era yo, con granos y complejos en lugar de empollar física y química, mataba las horas rimando en un cuaderno a rayas, versos de odio contra el mundo y los espejos. El mundo lejos de sentirse aludido seguía girando que es lo suyo, desdeñoso sin importarle un carajo mi existencia, y los espejos cabrones, en vez de consolarme con mentiras más o menos piadosas, me sostenían cruelmente la mirada. Vivía en un sitio que se llamaba Ubeda. Algunas noches, mientras mis padres dormían, me daban las 10 y las 11 y las 12 y la 1, practicando con sordina en mi flamante guitarra, los acordes de blanca y radiante va la novia o iniciándome en el furtivo y noble arte de la masturbación, o suspirando por mi vecina una rubia de bote, que suspiraba por un idiota moreno que tenía una bici de carreras y jugaba al baloncesto. Solo se me ocurrían tres maneras de atraer su atención. Triunfar en el toreo, atracar un banco o suicidarme. Lo malo es que las tres exigían una sobredosis de valor que yo no poseía Yo poseía mi cuaderno a rayas caballero cada vez más lleno de ripios contra el mundo, mi guitarra cada vez más desafinada y un plano del paraíso que resultó ser falso.

Y la vida previsible y anodina, como una tarde de lluvia en blanco y negro. Pero en la pantalla del ideal cinema, cuando no daban una de Romanos el viento Golfo de Manhattan, le subía la falda a Marilyn y era domingo y no había clase, y los niños de provincia soñábamos despiertos y en tecnicolor con pájaros que volaban y se comían el mundo. Y el mundo qué querían comérselo pájaro que anidaban van en mi cabeza, pongamos que se llamaba Madrid. Un día me subí sin billete de vuelta, al vagón de tercera de uno de aquellos sucios trenes que iban hacia el norte. Me apegé en la estación de Atocha y aprendí que las malas compañías no son tan malas y que se puede crecer al revés de los adultos. Y supe al fin a qué saben los aplausos y los pesos y el alcohol y la resaca y el humo y la ceniza y lo que queda después de los aplausos y los pesos y el alcohol y la resaca y el humo y la ceniza, tal vez por eso mis canciones quieren ser un mapamundi del deseo, un inventario de la duda, siete crisantemos con espinas. Y cuando las cartas vienen mal y amenaza tormenta y los dioses se ponen intratables y los hoteles no son dulces y todas las calles se llaman melancolía, todavía fantaseó con debutar sin picadores o con desvalijar sucursales de Banesto o comprobar mi suerte a la ruleta rusa, pero ahora el lugar de tirarme las ventas de espontáneo o de escribirle una carta póstuma a Garzón, o de ahorrar para una Smith and Wesson del especial, escribo en tecnicolor la canción de las noches pérdidas para vengarme de tantas tardes de lluvia en blanco y negro, de tantos hombres de traje gris, de tanta rubia de bote que se van con idiota Moreno que juegan al baloncesto, de tantas bocas adorables que nunca fueron mías, que nunca serán mías. Aquellos granos trajeron está cicatrices y aquellas miuras que nunca toreé me cosieron a cornadas el alma. Pero no me quejo tengo amigos y memoria y risas y trenes y bares, y una mala salud de hierro y un puñado de canciones recién salidas del horno que me tienen, dejadme que os lo cuente, orgulloso como un padre primerizo que babea, y de cuando en cuando una rubia de bote me tira un beso desde el público aprovechando un despiste de su novio, ese idiota moreno que juega al baloncesto".

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