Dos jóvenes genios se disputarán el trono del ajedrez mundial

martes, 23 de noviembre de 2021 · 00:00

España. Han pasado 14 años desde que un ruso, Vladímir Krámnik, perdió el título mundial de ajedrez. Y siete desde que Vladímir Putin señaló en público que recuperarlo era una prioridad deportiva para el país que lo heredó de la Unión Soviética, propietaria desde 1948 hasta su extinción, en 1991 (con la excepción del estadounidense Bobby Fischer, de 1972 a 1975). El agresivo e inestable Ian Niepómniachi, de 31 años, lo intentará desde el viernes al mejor de 14 partidas en la Expo Universal de Dubái (Emiratos Árabes Unidos), con dos millones de euros en premios. El campeón, el noruego Magnus Carlsen, de 30, es un genio y uno de los mejores jugadores de todos los tiempos.


Krámnik, verdugo de Gari Kaspárov en 2000, cayó en 2007 ante el indio Viswanathan Anand, doblegado en 2013 por Carlsen, quien volvió a derrotarlo en 2014 en Sochi (Rusia). Fue allí, en la clausura, donde Putin subrayó por primera vez lo importante que es para Rusia recuperar el trono del ajedrez. No hay ayudas especiales, directas y transparentes, del Gobierno para ello, tal vez para que otros deportes no se sientan discriminados. Pero sí donaciones y patrocinios de empresas y millonarios próximos a Putin, como Andréi Filátov, presidente de la Federación Rusa de Ajedrez. Niepómniachi no podrá jugar con la bandera de su país, sancionado por la implicación del Gobierno en el dopaje masivo de sus deportistas.


Carlsen ya era el número uno desde 2010 y lo ha sido hasta hoy (excepto en las listas de noviembre de 2010, y marzo y mayo de 2011). Estos últimos datos son muy importantes porque, si aguanta ahora la embestida de Niepómniachi, el escandinavo podría empezar a plantearse como algo razonable lo que hasta ahora parecía utópico: batir la marca rayana en lo inhumano de Kaspárov, quien lideró la lista mundial durante 20 años consecutivos, desde 1985 hasta su retirada, en 2005.


Ciertamente, Carlsen podría seguir luchando por ese objetivo aunque Niepómniachi lo destronase, como hizo Kaspárov cuando se estrelló ante Krámnik. Pero debe tenerse muy en cuenta lo que su padre y representante, Henrik, dijo hace unos años a EL PAÍS: “Mi gran dificultad es mantener motivado a Magnus. Él ve que por encima del número uno no hay nada; y yo le digo que por debajo hace mucho frío”. No está claro que Carlsen posea la hercúlea fuerza de voluntad de Kaspárov para reponerse tras dejar de ser el rey.


Carlsen es el favorito si ambos juegan a su máximo nivel. Pero el ajedrez no es una ciencia exacta, y menos aún en la final del Campeonato del Mundo, cuando los rivales se despiertan y se acuestan cada día pensando en el otro desde meses antes y durante el duelo. Además, el ruso brilla en las grandes complicaciones y siempre ha exhibido un estilo agresivo, propicio al riesgo. Jugar así es probablemente la mejor manera de luchar contra el escandinavo, poco menos que invencible en las posiciones de apariencia sencilla, muy técnicas. Entiéndase bien: Carlsen tiene un estilo universal y también brilla cuando le obligan a calcular con precisión, pero es más probable que se equivoque cuando el tablero se convierte en un lío tremendo y parece que ambos están perdidos.


Si a ello se añade que el eslavo es más fuerte que Kariakin y Caruana en las partidas rápidas de un eventual desempate (que el noruego ganó con claridad en esos dos duelos) cabe pronosticar que este Mundial (retrasado un año por la pandemia) será mucho más atractivo para el aficionado medio que los dos anteriores, cuando Carlsen fue muy conservador, sus rivales también y hubo desempate, ahora harto improbable. Sobre todo, si la versión de Carlsen no es la de 2016 y 2018, con frecuencia soporífera (las 12 partidas frente a Caruana, ahora ampliadas a 14, terminaron en tablas), sino la del cambio radical que adoptó desde enero de 2019 cuando, muy influido por el estilo del revolucionario programa AlphaZero, el mejor ajedrecista no humano nunca visto, empezó a arriesgar mucho, con sacrificios de material a largo plazo a cambio de compensaciones tan etéreas como la iniciativa, la actividad o la armonía de sus piezas. Es decir, cabe la posibilidad de que veamos un choque de trenes, una pelea cuerpo a cuerpo desde el primer asalto.


Hay un elemento adicional de particular interés. Ambos se conocen muy bien, y no solo porque son de la misma edad (el ruso es cuatro meses mayor) y han coincidido en muchos torneos desde su época juvenil. Niepómniachi ha trabajado para Carlsen como analista varias veces en campeonatos del mundo. Quizá más que nunca, en este duelo el control de las emociones puede ser más decisivo que el talento y la preparación técnica y física. Y eso incluye el peso del honor nacional: Carlsen es un ídolo nacional en Noruega, y Niepómniachi lleva el estandarte de un país donde el ajedrez fue muy popular e importante desde el siglo XIX, y sobre todo en el XX. (El País)

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