Reeditan su poemario “Los días verdaderos” en homenaje a los 50 años de su primer libro.

Aldo Parfeniuk, el poeta que canta al mundo desde su aldea serrana

miércoles, 14 de agosto de 2019 · 21:05

 

Por Pedro Solans-

Fotos: Silvia Coggiola.-

 

El poeta nacido en la Carlos Paz de los sueños se quedó con el legado de esa aldea que aún late imperceptible entre los intersticios del avasallamiento y lo poetizó. El viernes a las 19 en Córdoba, poetas, editores y amigos celebrarán los cincuenta años de su primer libro que precisamente fue un aporte a su ciudad turística en donde a fuerza de compromisos empezó a templar su voz porque intuía que la necesitaría para cantarle al mundo verdades y bellezas de su lugar.

Aldo Parfeniuk es licenciado en Filosofía y Magíster en Comunicación y Cultura Contemporánea, ensayista, crítico literario y docente-investigador universitario en la Facultad de Lenguas de la Universidad Nacional de Córdoba, en donde dictó clases de Antropología Cultural  y de Teoría y Práctica de la Investigación. Fue docente del Programa de Postitulación en Comunicación y Lenguaje y de la Maestría sobre Literaturas Comparadas. Pero la poesía fue la herramienta  que usó para enfrentar  el desafío de inventariar lo que no podía contener su mirada de niño, sus inquietudes de joven carlospacense,  su rebeldía  al ver la destrucción de lo importante en nombre de un futuro incierto y los amores del hombre que camina entre la tierra y el cielo.

En el poemario cuya segunda edición se presentará en su homenaje, “Los días verdaderos”, ediciones Textum ,  expresa su pasión por Carlos Paz con una pasión que a simple vista parece nostalgia. En Sustituciones, dice:  “No hay otra cosa igual/que el olor, color, temperatura/del aire de tu Villa de casas bajas,/que el mundo insiste en cambiarte/por unas relucientes monedas./¿Dónde/algo como estas madres, las sierras,/cubriéndote noche y día/las espaldas?/No es la misma hora/la hora en que el reloj de la ciudad/para una aguja sobre la otra/para clavarte el tiempo en la muñeca,/a la del aletear de pájaros/en el árbol grande del patio de marzo;/mientras los cerros del oeste/hornean su sol de cada tarde,/entre humaredas de nubes:/para que no te falte el pan/de cada noche./Si estás muy lejos/quien sabe si te alcanzará/el niño -el niño de gorra y hondera-/que te sigue los pasos,/con el paisaje en los ojos/como una acuarela llovida/sobre dos lagos perdidos./

No lo olvides nunca./Sólo aquí el viento Sur/habla en el tono que habla/para decir lo que sólo aquí/te dice: que lo perdido,/lo más perdido,/lo encontrarás, siempre,/bajo el nogal de tu patio,/en tu Villa de casas bajas,/que hundida entre montañas/cotiza más alto/que  todas las monedas del mundo.

 

Mueblería Los Sueños

 

¿Quién no tuvo como referencia en la avenida Cárcano, a la mueblería San José? ¿Quién no conoció a los hermanos Parfeniuk? Sin embargo, pocos carlospacenses deben saber el conjuro de amor amistad muerte y poesía que había detrás del olor a pino fabricado.

Cincuenta años/abriendo las puertas /de un negocio/que te oculta y te da de comer/sin pedirte demasiado a cambio./Aunque/el verdadero negocio/es que disfraza la guarida/donde un finísimo polvo/y sutiles telarañas/protegen y relacionan hábilmente/libros, herramientas, manuscritos,/conversaciones, colchones,/ideas, mates, música./Densas humaredas./

El amor, la amistad, la muerte,/la poesía/siguen por aquí pasando/entreverándose/

Quedándose/en tu vida/de pequeño comerciante/que solo intenta vender/muebles/

a la medida de cada sueño:/pequeño, grande,/nuevo o usado./Propio o ajeno./Cincuenta años/escrutado por los ojos oscuros/del pino/entre cuyas vetas/los fantasmas del bosque/

te recuerdan que tu vida/ya les pertenece/y que pronto será/dócil materia onírica/de/

la Mueblería/donde alguien mañana ofrecerá/roperos, camas y colchones/que sueñan a un hombre/haciendo/el amor, la amistad, la muerte,/la poesía.

 

 

Palabras para abrazar al río

                                         ( al viejo “San Antonio”, que le ofrecen el retiro

                                           voluntario a cambio de un futuro de barro )

 

Ahora que ha llegado la hora globalizada

de envenenar el aire de los pájaros,

y vender las montañas;

y alquilar las sombras de los árboles;

y cobrar entrada para ver el paisaje.

 

Ahora que allá, en Cuesta Blanca,

ni la sombra protectora de Don Basualdo

señala el sendero preciso

para llegar a la curva grande del sauce,

al arenal donde acampaban nuestros sueños

gratis.

 

Ahora que al futuro lo manejan

las ambiciones de unos pocos

preocupados por el monto de las expropiaciones

(¿conocerán el verdadero río: su memoria de lluvia,

  su corazón de piedra, su carne de azul cielo?)

 

Ahora que ser gobierno pareciera consistir

en lograr que todo lo natural

se agote lo más rápidamente posible;

y que en vez de plantar árboles

hay que sembrar más hierro y más cemento

(¿habrán visto alguna vez, tirados

  sobre la arena rubia, las grandes ciudades de nubes

   que urbaniza el viento en los cielos de enero?)

 

Ahora, que lo que no se traviste se disuelve;

y que lo que menos importa es la identidad;

y que nada sirve si no da dinero.

 

Ahora, que se camina

por razones estrictamente terapéuticas

(dentro de poco tendremos que comprar

  el agua en las farmacias)

y que la sal viene sin sal

y el azúcar sin azúcar:

 

era de esperar que a alguien

se le ocurriera obligarnos a tener

un río sin río.

 

 

El agua pura

Cavar y cavar

Buscar más adentro

Debajo del barro de las

        piedras

Detrás de los ojos de

        escarcha.

 

Cristal de luz

Agua escondida

Bajo las montañas

 

El mejor sentimiento

Es para pocos

 

Lo de la superficie

Como todo lo que se ofrece

         a todos

Se ensucia

Y se corrompe rápido.

 

 

Los días verdaderos

 

 

Cuando leí los poemas que integran el libro Los días verdaderos, necesité recurrir a los versos donde apasionadamente Aldo Parfeniuk gritaba lo vivido en su lugar, levantaba la voz desde un pesebre serrano con recuerdos ucranianos. Y en esa recorrida ligera me topé con La Quirca (1976), Caída Libre, libre (1981), Lo perdido (1985), Provincia verde y espinosa (1991), Amor y más Amor (1992).

Esos poemas reveladores me ratificaron que “Los días verdaderos”, editado por primera vez en 1999, configura la metáfora colectiva más acabada que puede lograr un poeta de lo cotidiano, de las simples cosas, de su aldea, de su amor, de ese estallido de belleza que provocan los pasos del hombre comprometido con su tiempo y su tierra. 

Parfeniuk, con su trayectoria poética -cincuenta años- se erigió como el poeta insigne de su aldea serrana. Sus versos guardan el legado de los cerros más antiguos de esta parte del mundo, e integra ese grupo de voces selectas y tonadas semiáridas junto a Antonio Esteban Agûero, Alejandro Nicotra Manuel Marcos López, (recopilador de la Jota cordobesa) y Romilio Ribero, entre otros.

“Los días verdaderos” tiene el olor de los ausentes, el color que llega y se va, el reconocimiento de lo compartido. En definitiva, sus versos son de peperina, de minerales de los cerros y del andar cansino de los burros, de la alegría de los pescadores, del cantar de los ríos y la sed de los canales. Aunque el poeta dejó palabras también para enaltecer el amor humano y celebrar la existencia de su mujer, Silvia Coggiola.

“Ella es ella/sin quererlo:/pero siempre queriendo/andando entre las plantas/ hablando con pájaros y flores/secreteando con mínimos insectos/como sólo ella sabe hacerlo

/durante todo el día/ y los días/ sin contar la noche /con sus noches/es el ají más picante de la vida/su color más intenso/ su mandala/ la fiesta de su voz/siempre entre risas/ella es así /así es ella:/corazón de luna/destino de estrella/¿a mí?, a mí/ búsquenme en ella:/ que es donde más/ me gusta estar.”

Por ello, afirmo que los versos de Parfeniuk son indispensables; empujan las almas que buscan el vuelo, y porque se nutren de los cauces secretos de su aldea misteriosa, y de su maravillosa Villa Carlos Paz canta al mundo.

 

 

 

 

                              

 

 

 

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