Mamá. Por Mario Sábato

El autor es cineasta y escritor. Hijo de Ernesto Sábato y de Matilde Marta Kusminsky Richter,
jueves, 7 de mayo de 2020 · 18:34

Mi madre era la mejor mamá del mundo. Lo mismo pueden decir, con idéntica convicción y sin faltar a la verdad, la mayoría de los hijos. Como cualquiera de ellos, puedo repetirlo, y sé que no exagero. La que exageraba era ella, como ocurre con todas las madres judías. Era imposible querer como ella quería. Y a veces, también, era difícil soportarla. Como si le hubiese sido ella, y no sus ancestros, la que tuvo que huir de las heladas estepas de Rusia, padecía de un temor reverencial por el frío. No por el que pudiese sufrir ella, ya que a una madre judía no le asusta sacrificarse. Le preocupaba que los demás lo sufrieran. Y por los demás, entendía todos los demás, vivieran donde viviesen. Pero empezaba a angustiarse por los que tenía más cerca. Y yo era la víctima más próxima. La persecución comenzaba en el otoño, cuando el calendario indicaba que en poco tiempo más comenzaría a bajar la temperatura. No podía entender, y a veces lo tomaba como una agresión personal, que a mí no me gustara usar sobretodo.
Cuando yo ya era grande, y vivía con mi propia familia, la campaña era telefónica. Por supuesto que llamaba todos los días, por los temas más diversos, casi siempre intrascendentes. Pero el tema del frío lo tomaba con la seriedad que se merecía, y le dedicaba llamadas especiales para resolverlo. La primera se producía a mitad de marzo:
- Marito, leí en el diario que el invierno va a venir muy severo…
- Sí mamá.
- Convendría que te compres un sobretodo.
- No mamá. Ya te dije que no me gusta usar sobretodo.
Esperaba dos, tres semanas, y aprovechaba un día de frío:
- ¿Viste?
- Qué mama.
- El frío que hace, yo te lo dije.
- Sí mamá.
- ¿Pensaste en lo que te dije?
- Sí mamá. No me voy a comprar un sobretodo.
Con ligeras variantes, pero con un dramatismo creciente, el pedido era el mismo en las llamadas que seguían. Cada vez más frecuentes cuando se acercaba el invierno.
Finalmente, ya en invierno y una noche gélida, la conversación fue más seria.
- Marito, si no tenés plata decímelo. Vamos juntos, y vos elegís el que más te guste. Yo te regalo el sobretodo, por favor te lo pido.
- ¡Mamá, podés entender que no me gusta usar sobretodo!
- ¿Con el frío que hace?
- ¡No me voy a poner un sobretodo!
Pausa.
Después de unos segundos, y con la voz baja, escondiendo sus seguras lágrimas, me preguntó:
- ¿Viste ese sacón tan abrigadito que me regaló tu papá?
Temí que me lo ofreciera, y no iba a contestarle nada. Pero no me dio tiempo:
- Si vos no usás sobretodo, yo no me lo pongo nunca más. Aunque nieve.
Al día siguiente tuve que ir a hacer una compra. No la del sobretodo, claro.
Tenía que reponer el teléfono, que había estrellado contra la pared.
 

Fuente: Facebook del autor

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