Noviembre: El mes de Manuel de Falla

El gran maestro de la música universal vivió entre nosotros entre 1939 y 1942.
sábado, 9 de noviembre de 2019 · 21:49

 Por Aldo Parfeniuk

(Poeta, ensayista)

 

        Noticias recientes dan cuenta del renovado interés de autoridades locales y de la provincia en generar nuevos lazos de cooperación cultural entre Carlos Paz y España, especialmente a partir de la comunidad de intereses con relación a la figura de Manuel de Falla, quien vivió aquí entre 1939 y 1942, y de quien últimamente se vienen ocupando comunicadores y cineastas como Santiago Solans, director del largometraje “Noches en los jardines de Córdoba”

Más allá de la citada coyuntura, rescatarlo al gran maestro es oportuno no solamente porque noviembre es el mes de su nacimiento (el 23) y de su fallecimiento (el 14), sino porque entre nosotros el 10 de noviembre se celebra el Día de la Tradición; y si hay alguien que merece ser honrado en tal fecha, ese es el maestro  Falla, sin cuyos trabajos de recopilación, cuidado y divulgación quizás no existirían ya ni el cante jondo ni el flamenco: con toda la pedagogía en materia de rescate de lo popular que tal experiencia significó para el mundo. El gran gaditano logró que los músicos cultos de su época y de distintas nacionalidades, no solamente conectaran con lo popular de la música española (  Bizet, Ravel, Delibes, Gounod, Verdi…) sino que incorporaran a sus creaciones un fructífero diálogo de lo popular con lo culto que dejó inigualables obras de arte, hoy clásicas.

Manuel de Falla merece nuestro permanente recuerdo, nuestra gratitud y mucho más. Sobre todo por su talla de personalidad universal en el mundo de la música y el folklore, comparable a un Tchaicovsky, o a un Lizt.. En cuanto a su protagonismo local -entendiendo por ello su participación en la vida de Carlos Paz- su protagonismo no fue demasiado activo.  El maestro básicamente se ocupaba de su salud, de mantener al día los contactos con sus relaciones, y de su obra, especialmente de la gran cantata escénica “La Atlántida”, con texto de Jacinto Verdaguer, que -ahora lo sabemos- ya la tenía terminada, pero era demasiado extensa y compleja para ser representada públicamente, por lo que había que podar y podar, hasta llegar a las dos horas, lo que le resultaba doloroso y complicado. Sabemos que la tarea quedó inconclusa, al menos hasta que la mano de su destacado discípulo, Ernesto Halffter, alrededor de 1960 pudo darle forma definitiva. Otras actividades -esporádicas y excepcionales- tenían que ver con recibir visitas, algunas ilustres, como las de sus compañeros de la “España Peregrina”: Rafael Alberti, Ramón Gómez de la Serna y Francisco Ayala. También las de otras personalidades, como el músico y amigo Juan José Castro o José Pemán (este último, yendo de Chile a Buenos Aires, hizo escala exclusiva en Córdoba para visitarlo) Y a propósito: cabe recordar que Pemán era franquista, y que en su afán propagandístico comprometió el carisma de su vecino de Cádiz, quien se avino a adaptar el «Canto de los Almogávares», de Los Pirineos de Felipe Pedrell, a su «Poema de la Guerra» como un himno marcial (para voz, piano y tambor) dedicado al ejército de Franco

Varios de esos visitantes dejaron perdurables relatos de aquellos días de búsqueda de salud y exilio. Otros, como Pemán  -a quien Falla le debía gestiones y favores desde etapas iniciales de su carrera, pero con quien no comulgaba políticamente, a pesar de sus afinidades religiosas y vecinales- procuraban que el maestro retornase a España, donde Franco le reservaba cargos y honores.

Volviendo a sus días entre nosotros. Además de las necesidades terapéuticas del cuerpo, no hay que olvidar a las del alma.

Es sabido que nuestro gran artista venía escapándole al clima bélico de su país y su continente natal. Escenario que le había arrebatado a entrañables amigos, como el poeta Federico García Lorca, que le había hablado muy bien de Buenos Aires y Argentina. Quizás otro poderoso motivo fue el hecho de que aquí, en este ambiente serrano de la Córdoba latinoamericana andaba rondando, en forma de futuro, el Hombre Nuevo que él buscaba en ese continente desaparecido (su “Atlántida”) y que era ya imposible esperar en una Europa decadente y en guerra.

El hecho de haber pasado mis primeros años de vida en el chalet (aún de pie y entero) “El Cortijillo”, de la calle Cassaffousth, tiene que ver con este tema.

Habiendo recalado Falla por primera vez en la casa de la calle Bialet Massé –próxima al río y en el barrio que, antes de la construcción del Puente Carretero, también era la Villa Suiza de Feigín-Fleurent- en sus breves y cortos paseos no dejó de reconocer en el estilo de “El Cortijillo” aires de su amada Andalucía. La casa  era, además,  de Don Vicente López Torres, exitoso empresario con negocio en Buenos Aires y de frecuentes viajes a Carlos Paz. Don Vicente también era miembro de la Asociación Patriótica Española, que había costeado el viaje del maestro a nuestro país.   Mi cercanía con la familia López Torres me permitió enterarme de algunas rutinas del maestro entre nosotros.  Por ejemplo, que prácticamente no salía nunca a andar por la Villa, salvo salidas excepcionales hasta el salón comedor del Hotel Carena (hoy Palacio Municipal) donde un piano de media cola le permitía controlar la marcha de sus arreglos musicales.  Habituado a tomar comunión diariamente, consiguió que un sacerdote le visitara en su domicilio.  A propósito: siendo su hábito trabajar solamente de noche, su alejamiento de la casa de la calle Bialet Massé obedeció sobre todo a que le perturbaba la música nocturna de algún lugar próximo de diversión de aquella época. A raíz de esto, los amigos lograron ubicarlo en Villa del Lago (en la sencilla casa de la hoy calle M. de Falla) adaptada a sus necesidades por Armando Carena (quien también construyó “El Cortijillo”) y en donde vivió hasta su traslado al chalet “Los Espinillos” de Alta Gracia: última morada del gran maestro.

Falla mantenía su reloj personal con la hora de España (nunca modificó el horario). Se levantaba a las dos de la tarde y almorzaba -como en Granada- a las tres.

López Torres lo visitaba asiduamente y lo asistía en varias de sus necesidades: algunas mínimas (como no permitirle que le faltara el aceite de oliva que llegaba a Buenos Aires desde España) y otras más significativas (y muchas veces ignoradas por el maestro) como la de gestionar con otros amigos y compatriotas del músico, recursos económicos necesarios para cubrir distintos gastos.  También Don Vicente López Torres, en uno de sus frecuentes viajes a España, se encargó personalmente de gestionar ante la Sociedad de Autores, en Madrid, el envío a la Argentina de los derechos de autor de Falla. Restricciones del momento del Banco Central de nuestro país, no permitieron que el tema se resolviera rápidamente, por lo que hubo que esperar gestiones diplomáticas para que -tiempo después- se solucionara.

Cuando Falla se instaló en Alta Gracia, las visitas entre los dos amigos menguaron, pero mantuvieron una fluida correspondencia, que se conserva en la residencia-museo de la localidad vecina: residencia-museo que todavía espera ser replicada en Carlos Paz, pueblito manso y generoso -hoy gran ciudad- que le dio abrigo y paz, como a otros tantos grandes  artistas que esperan el rescate y puesta en valor de sus legados.

 

 

 

 

 

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