La previa en Villa Carlos Paz del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española

El arquitecto de la Generación del 27 y el poemario "La nieve y las campanas"

miércoles, 3 de julio de 2019 · 22:39

Había empezado el sábado 23 de marzo con la visita de los directivos del Instituto Cervantes, luego por la tarde siguió con el homenaje a Manuel J. Castilla, el domingo 24 se homenajeó al editor desaparecido Alberto Burnichón y al mediodía fue el turno de Cosquín. El lunes 25, la previa carlospacense empezó a las 10 en el Palacio Municipal con la ponencia del poeta y dramaturgo asturiano, afincado en Granada, José María Chema Cotarelo Asturias, sobre José "Pepín" Bello, el arquitecto de la Generación del 27 de la  poesía española. 

 Cabe recordar algunas partes de la magistral charla de Cotarelo, que luego, presentó su poemario editado por Corprens, "La nieve y las campanas." 

"Conocí a Pepín Bello por medio del poeta y amigo Francisco Vaquero, que había visto en él, como pude comprobar yo mismo más tarde, la calidez del poeta de la vega de Granada. Recuerdo bien la emoción de aquel primer viaje, el encuentro, el abrazo, su sonrisa sempiterna, su prodigiosa memoria. Me recordó por entonces al encuentro del también llorado Aleixandre, pocos días antes de su muerte. Sucedieron a este primer viaje unas cuantas visitas más, cuyo número ahora no recuerdo, pero todas con la imperturbable luz de su afecto, de su calidez humana, de su sabiduría acumulada en el tiempo.

José Bello es una figura capital e indiscutible en el mundo cultural del siglo XX, no sólo por la amistad que le unió a personajes como Federico García Lorca, Dalí, Buñuel, Guillen, Alberti, Juan Ramón Jiménez, Marañón y  un sinfín de ilustres personalidades de las que hablaba con una inmediatez que detenía el tiempo.

Los que le conocimos, no dejamos de lamentar infinitamente que las memorias que había escrito “se le cayeran de las manos” y las hubiera destruido. Creo que no escribió por su alto grado de exigencia para con todo lo suyo. Recuerdo ahora como en mi última visita, recolocando unas copias de unos dibujos que Dalí le había regalado y que adornaban la pequeña cocina del apartamento, la insistencia del lugar exacto donde debían de ser colocados, sin que quedara al azar la más mínima duda. Señalaba con el bastón y decía: “ahí” y era exactamente ahí donde había que colgarlos.

La memoria rescata ahora anécdotas, frases, giros y alguna reflexión al viento: “lo que no entiendo es por qué no me he casado yo”. Lejos quedaba Araceli Durán, la eterna amada platónica, allá por los años veinte. Don José, fácil de palabra, no acertó, sin embargo a convencer a Araceli o quizá mediaran razones de más amplio estudio que el que aquí se pretende. Fue Alberti quien compusiera algunos de los versos que revelaran el profundo amor del tímido Pepín: “(…) De marfil naces y de marfil mueres,/ confinada y florida de jardines/ lacustre de dorada y verde espuma”. La soledad de Bello fue vitalicia, salvo sus recuerdos, sus fotografías, sus dibujos, sus libros. “ Hace años que ya no miro las esquelas. Ya no se muere nadie de los míos”

Quizá la mejor definición de José Bello la hiciera José Bergamín, cuando oportunamente lo clasificaba como “maestro extraliterario”  inevitable referente del surrealismo español con sus putrefactos, carnuzos, anaglifos, maristas arrastrados, moscas y pestilencias que aparecen sin duda en las primeras obras de Dalí y Buñuel. Original talento el de Pepín, frescura creativa, maestro inductor del arte, pero sobre todo, elegante humanista, amigo de los amigos. Supo hacer de la amistad el más alto símbolo; un panteón donde inclinarse, un altar donde ofrendar el culto.

  La generosidad con que ha derramado en pos de otros su ingenio da a entender la altura de este hombre que supo prodigar su inteligencia creadora entre los que le rodeaban. ¿Cuántas obras de arte no se deben al feliz ingenio del amigo?  Él, supo vertebrar poetas, cineastas, músicos, pintores, artistas en general. Y lo hizo con la sutileza de quien regala sin pretender nada a cambio, de quien sabe que su obra ha fructificado en los demás, y todo ello sin darle importancia.

“Eso de pepín fue cosa de Federico. A mi no me gusta. En mi casa me llamaban Pepe. Pepín no me habían llamado nunca”

La conversación surge fluida, amena, desde Gómez de la Serna hasta Pérez de Ayala, Marañón, Ortega y Gasset, Machado… pero cuando nombra a Federico sus ojos conservan la ternura, el cariño, el calor del amigo aún presente. Sólo cuando hablaba de su muerte su rostro cambiaba: “… no me quiero ni imaginar el horror que sentiría en sus últimas horas. Debió de ser horroroso” Se podía pasar horas hablando de Lorca. “Federico, era luminoso, arrollador, tenía una voz cálida que lo envolvía todo. Donde él estaba sólo había Federico, era imaginativo hasta la exuberancia; un genio. Fue el hombre menos político que conocí jamás”.Luego contaba anécdotas de cuando iban de tabernas Dalí,Bueñuel, Federico y él; de cómo si había alguna pelea, los primeros en salir corriendo eran Dalí y Lorca y de cómo luego se peleaban por ver quien había tenido más miedo. “Dalí era inteligentísimo pero un analfabeto. Aunque llevaba reloj no sabía mirar la hora, ni tenía ni idea de lo que valía un duro”.

Hay una biografía aún por escribir de este hombre que hoy recordamos y de  esa extraña capacidad para unir a personas de talante tan dispar y agruparlas en un mismo río, en una de las generaciones más brillantes del arte en España y todo ello habiendo sido ágrafo, un personaje sin obra, pero inductor, como ya hemos dicho, de lo más granado y fecundo del orbe artístico español del siglo XX.

El ser de este hombre, en contra de Hartzenbusch, sobrevivirá a los lienzos que no pintó, a las imágenes que no filmó, a los papeles que no escribió, pero su ejemplo inspirado permanecerá no sólo en nuestro corazón por siempre, sino más allá del tiempo.

Ahora D. José Segundo Lasierra, duerme su elegancia, su finura, mientras acude al abrazo de Federico, ese que tantas veces nos diera en cada visita, al de Dalí, Buñuel y sus miles de amigos. Acaso en ese último acto supremo de surrealismo dibuje en el aire su sonrisa con pinceles de las desplumadas gallinas de los anaglifos."

 

 

 

 

                                     

 
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