La boleta corta, la crisis de los partidos políticos y la reducción del ámbito ciudadano.

miércoles, 3 de julio de 2019 · 21:47

Por Mario José Pino

(Ex Diplomático y escritor)

 

En varias provincias se concurrirá a las próximas elecciones generales con listas propias para legisladores, desvinculadas de los candidatos o agrupaciones políticas nacionales y dejando a sus adherentes sin orientación institucional para la elección de Presidente y Vicepresidente. El fenómeno se genera en los mayores agrupamientos y en ambos las justificaciones y razones de circunstancia, son diferentes y hasta contradictorias.  En Cambiemos, que impone listas cortas en al menos diez provincias, el argumento es la necesidad de consolidar la unidad partidaria detrás del liderazgo de Mauricio Macri. En el amplio y ancho ámbito del justicialismo, el camino es el inverso y son los líderes provinciales quienes reclaman independencia de cualquier liderazgo nacional centralizado. En ambos casos, el efecto es el mismo: se facilita e incita la fragmentación en la pertenencia política de la ciudadanía. Este hecho invita a pensar sobre el estado de la estructura política que, de una u otra manera, nos involucra, contiene, dispersa y, sobre todo, divide.

 

Los partidos, de acuerdo con la doctrina liberal que fundamenta nuestra conformación institucional, constituyen la polea de trasmisión única, permanente e incuestionable entre el ciudadano y el estado y el gobierno; el sistema republicano y representativo liberal, no ha concebido otra forma de representación popular. La fortaleza de los partidos acompaña la fortaleza institucional de un estado y en el caso de sistemas federales, hacen a la esencia subyacente de la unidad política de la nación, pues sobrepasan los límites de las provincias y ciudades. El debilitamiento o la degradación de los partidos políticos nacionales conllevan el debilitamiento o degradación de las instituciones del estado y establecen una fractura insalvable y retrograda.

 

El fenómeno expresa una contradicción más del sistema liberal, devenido neoliberal y convertido, a veces, en ultraliberalismo como propuesta superadora, para quién la representación popular es una molesta inconveniencia. La atomización y fragmentación del sistema político facilita la destrucción de cualquier estructura tendiente a limitar la dinámica “libertaria”. Para las huestes neoliberales, si bien son un conglomerado contradictorio e inasible en el que incluso unos llegan a acusar de socialistas a otros menos extremos, la destrucción de los partidos políticos occidentales es un hecho promisorio. En definitiva, lo que está en cuestión es la propia democracia en cualquiera de sus expresiones.

 

La boleta corta es el camino legítimo al que se ven obligadas dirigencias provinciales para salvaguardar, a veces de esa única manera posible, la identidad y la representación local. El fenómeno, proyectará, no necesariamente de manera voluntaria, un fortalecimiento de los liderazgos locales de carácter personal que en términos de muletilla fácil habrá de ser caracterizada y cuestionada como liderazgos de caudillos feudales. En definitiva, se trata de un progresivo achicamiento de los espacios de interactuación e intercambio político y social entre los dirigentes y los ciudadanos.

 

La opción por las listas cortas, ratifica el grado de deterioro del sistema político que deviene de fragmentaciones más profundas y frecuentes que se observan en todas las democracias occidentales. Al ceder valores de pertenencia trascendentes, ceden las estructuras del sistema. La nación de los franceses, el pueblo de los alemanes y la patria de los italianos, fueron integrándose en pos de una aventura superadora, la Unión Europea, de la mano de fuertes estructuras políticas partidarias – básicamente la democracia cristiana, el socialismo y el comunismo- que, debilitadas o desaparecidas, hacen flaquear el edificio común.

 

En Latinoamérica, las estructuras políticas partidarias creadas por líderes latinoamericanistas fueron crujiendo o sucumbieron con la desaparición física e irremplazada de sus fundadores y la incapacidad para sus respectivas institucionalizaciones. Pareciera que las viejas democracias van cediendo por incapacidad senil y las más jóvenes por arrebato adolescente o angurrias personales, pero en todo caso el ciudadano concreto ve reducida su pertenencia política y se refugia en ámbitos cada vez más acotados.

 

Nuevas conformaciones comienzan a tomar los espacios que dejan los partidos y los llamados colectivos despiertan olas de mayor o menor entusiasmo bajo banderas que, en su parcialidad, solamente pueden pretender eso: ser parciales; por lo que no solamente no abarcan la diversidad comunitaria en lo colectivo, ni a la bastedad de la persona humana, en lo individual. Los colectivos, en términos políticos, adolecen del problema de la volatilidad y a su cerrazón ideológica deben agregar su limitación geográfica, como quedó demostrado en la explosión verde de las recientes elecciones de la Unión Europea. La naturaleza y legitimidad de sus reivindicaciones los obliga a la radicalización, por lo que, más que un ámbito vocacional de construcción y diálogos orientados a la tolerancia y al encuentro, se van cerrando en la parcialidad y, en muchos casos, a la intransigencia. Este fenómeno verifica, también, una reducción de la pertenencia colectiva y, particularmente, política.

 

En ese contexto, una consecuencia natural es la pérdida de sentido de la simbología comunitaria de la Nación. El tarareo del himno so pretexto de longitud o alegría superflua, la bandera vapuleada y los próceres que proveen de feriados turísticos u ocasión proselitista de olvido, contribuyen e incitan a que el hombre común se vea obligado a aferrarse a la mezquindad de lo inmediato y a un mero presente, acentuando una reducción de pertenencia que conduce a la distancia insalvable entre en ciudadano común y los dirigentes políticos. Los grandes bolsones de solidaridad se ven reducidos pero en ellos anida la esperanza de una nueva construcción.

 

Las listas cortas constituyen sólo un aspecto de una evolución generalizada de los procesos políticos en las democracias representativas occidentales que, con muy pocas y mínimas excepciones, están sufriendo alteraciones sistémicas y tensiones alarmantes. Francia, Inglaterra y los Estados Unidos, por nombrar los lugares en los que acunó la cultura política actual de nuestras repúblicas, son muestras elocuentes del deterioro de pertenencia.

 

El alegato que sostiene que los partidos minoritarios y las facciones que responden a colectivos ayudan a sostener la gobernabilidad, funcionando como amortiguadores en las fracturas de los sistemas parlamentarios y las grietas de las sociedades, en realidad dificultan la construcción de proyectos totalizadores comunes, distorsionando, una vez más, la representación popular y ratificando las divisiones.

 

 

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