Elvira Ceballos había transformado en una maravillosa voz la inmensitud de la bondad humana

viernes, 6 de septiembre de 2019 · 21:59

Por Pedro Jorge Solans

La finitud, la cotidianidad, las mezquindades y las posesiones suelen nublar la perspectiva de lo que nos pasa, y hasta lloramos cuando se elevan las personas que tuvimos la suerte de encontrarnos en este viaje fugaz y maravilloso por la tierra.

Confieso, sentí dolor, mucho dolor, por la muerte de la genial pianista Elvira Ceballos. Siento que una persona tan bondadosa, sublime, y tierna no tienen por qué morir.

 Y no es la primera vez que me embarga esta sensación cuando se va un ser de luz. Quedo perplejo, pensando por qué postergué tanto una visita más a su templo en el corazón de Alto Alberdi.  Por qué no compartí más tiempo, más belleza y sanidad de alma. Ahora se fue cabalgando sobre la poesía que es la herramienta más acorde para llegar al sitio del que nunca nos fuimos.

Eso me pasa cuando tanto misterio te revela que lo bueno, lo bello, lo humano se va al cielo con las alforjas repletas de humanidad, de palabras y canto.

Elvira querida, que no se callen tus teclados, y hacé feliz a los ángeles. Sonríele. Cuéntale historias de tu niñez en La Falda, del almacén de tus padres en Córdoba, cuéntale anécdotas del Chango Rodríguez, de don Atahualpa Yupanqui, del Raly Barrionuevo, y si tenés que escribirle algo seguí usando Braille.

Te vi la última vez, en Villa Carlos Paz, donde participaste en esa mesa emocionante de Idioma e Inclusión, en el marco de la previa del VIII Congreso Internacional de la Lengua Española.

Compartiste esa tremenda actividad en el salón Fort del Parque Estancia La Quinta, con Inés Torres, Juan José Ferrero y Juan Pablo Vega.

Y deslumbraste, como lo seguis haciendo madre del alma. Hasta cuando tu música nos convoque.

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