Para qué sirven los servicios de inteligencia en Argentina
Por Carlos Alberto Del Campo (Editor)Por Carlos Alberto Del Campo
(Editor)
Jorge Abelardo Ramos decía: “Si tan solo somos latinoamericanos, no servimos para espiar grandes secretos. Solo servimos para ser expiados”. El asunto de la promiscua relación de la estructura de inteligencia, la Justicia argentina, las disputas políticas, la corrupción pública y privada y los negocios, incluyendo grandes medios de comunicación, asume una escandalosa actualidad.
La licenciosa manipulación del espionaje ha convertido a dicha función pública en deleznable actividad a la que se recurre para establecer gobernabilidad. La opinión pública ha conocido en estos años a legisladores/as de la nación y a dirigentes que en nombre de la democracia liberal recurren a maniobrar hechos cuando se trata de perjudicar los adversarios. Son los dirigentes que disponen de mayor espacio en los principales medios para que, como en un rito litúrgico, hagan alarde de denuncias supuestamente surgidas de sus propias investigaciones de la actividad legislativa cuando en realidad devienen del enviciado aparato de inteligencia que goza de ser una actividad secreta con desmedido presupuesto y con escaso o ningún control para “armar causas” que, convertidas en “carpetazos”, serán la prueba en la instrucción.
Paradójicamente es la propia justicia –o sectores, principalmente los tribunales Comodoro Py- quien recurre a esta ilegalidad transformando en una imbricada acción resonantes causas federales y escándalos mediáticos y extorsivos por parte algunos conocidos periodistas que alejados de su función, con talento y trayectoria, se convirtieron en divulgadores de “causas armadas” sean políticas, venganzas, negocios, prebendas o favores.
Se mezclan, dentro y fuera de la ley, intereses públicos, privados y hasta personales en una acción de tal gravedad institucional que afecta la seguridad pública, hecha un baldón a la Justicia, un desdoro a la política, el demérito absoluto a los servicios de espionaje, y contradictoriamente termina amparando impunemente la corrupción de los actos públicos, así como se verifica también en la actividad privada y hasta en clubes deportivos.
Es por eso que cuarenta años atrás Ramos se preguntaba ¿Para qué sirven en Argentina los servicios de inteligencia?
En nuestros días, son los que cristalizan la corrupción como estrago.