No importa que sea falso

Al final, Fernet Branca se fue del país

Por Alejandro Frias (Escritor y periodista)
sábado, 3 de octubre de 2020 · 09:17

Por Alejandro Frias

(Escritor y periodista)

 

A esta altura, todas las predicciones que se hacían allá a comienzos de la década de 1990 desde la filosofía, la sociología, la comunicación y otros espacios más respecto de que se avecinaba una era de ignorancia (o al menos desconocimiento) se están concretando.

Recurriendo a una sentencia ya hecha y, justamente, en referencia a lo que apuntamos, podemos decir que, ya con el diario del lunes bajo el brazo, aquellas predicciones fueron más que acertadas. Vivimos en una época en que el conocimiento está al alcance de cualquier persona con acceso a internet y, sin embargo, esa accesibilidad nos ha llevado a grados muy altos de incapacidad comparativa, imposibilidad de escuchar otras voces, incomprensión del pensamiento ajeno. En definitiva, a una época de desconocimiento y, yendo un poco más allá, de ignorancia y de ceguera voluntaria.

En una alegoría magnífica, José Saramago imaginó en “Ensayo sobre la ceguera” una pandemia que le quitaba la vista a la gente, y en ese nuevo mundo de sombras llevaban ventaja tanto quienes no eran afectados por la ceguera (pocas personas, por cierto) como aquellos que eran ciegos antes de la pandemia, por lo que ya conocían cómo moverse en la oscuridad desde siempre.

Pero no es una pandemia de ceguera producida por un virus la que vivimos y con la que convivimos, sino que se trata de una ceguera voluntaria en tanto en esta época (seguramente en las anteriores también, pero no en el mismo grado de masividad) gran parte de la población ha optado por seleccionar qué quiere ver y qué no.

Y, concretamente, nos referimos al efecto que producen en este momento las “fake news”, noticias falsas que han llegado a tener una fuerza tan grande que, paradójicamente, tienen muchas veces más trascendencia y efecto que la noticias verdaderas. De hecho, una vez que una noticia falsa se soltó en las redes sociales ya es imparable, y de nada sirve que haya desmentidas, porque estas nunca van a tener tanta difusión y repercusión como aquellas.

En el espectro de información al que accedemos diariamente, las noticias falsas llegan para quedarse, mientras que sus desmentidas se pierden en lo efímero de las redes sociales y en las necesidades de quienes las asumen como reales contra viento y marea. Porque también hay que preguntarse qué carencias, qué urgencias viene a cubrir una noticia falsa en quien la recibe, le da entidad y luego se niega a descartarla aunque los hechos le demuestren que se trataba de una mentira. Pero eso es tema tal vez más propio de la psicología, un área lejana a mis conocimientos, así que será mejor que ese análisis quede en manos de especialistas.

Lo que, en todo caso, podemos asegurar es que la noticia falsa es un paso más en el camino que comenzó la posverdad y que requiere no sólo de un emisor, sino también de un receptor, quien se convierte, por su ceguera selectiva, en un cómplice de la mentira.

 

En cuanto a eso de un paso más allá de la posverdad, la noticia falsa lo que hace es quitar definitivamente caretas y mostrar realidades. Es que con la posverdad se construye una mentira que recurre a las emociones de quien la recibe. Básicamente, se trata de recortar una parte de la información, edulcorarla de acuerdo a las necesidades de las personas a quienes está destinada y desarrollarla a partir de esas premisas.

Esto lo vemos cotidianamente en los medios de comunicación de referencia a nivel nacional y provincial. Sólo por poner ejemplos, digamos que ningún medio masivo de comunicación de alcance nacional es inocente en cuanto a esto de crear posverdades acordes a las necesidades de sus lectores, quienes, a su vez, no pondrán en cuestión lo que esos medios les dicen porque, sencillamente, quieren creer que el mundo es eso a lo que resumen su análisis.

Por poner sólo dos ejemplos opuestos y sin ponernos del lado de ninguno, pensemos en “Clarín” y “Página/12”. Un repaso por cualquiera de los dos nos deja a las claras que le están hablando a un público concreto, a un público que piensan como ellos, que razonan en la misma línea que sus editoriales. Ninguno de los dos diarios trata de convencer, pareciera que ninguno tratase de captar nuevos lectores y lectoras, sino que, por el contrario, refuerzan lo que esas lectoras y esos lectores quieren escuchar.

En tanto, desde el otro lado, las personas esperan que esos medios les digan lo que quieren escuchar, entonces es común escuchar a ambos bandos decir “Clarín miente” o “Página/12 miente”, según a qué versión de la posverdad prefieran darle entidad de verdad.

En este paisaje de recorte informativo, de ceguera voluntaria, las noticias falsas han aparecido para consolidarse en un escalón superior, puesto que ni siquiera necesitan desarrollo. El sólo enunciado alcanza para que quienes estén dispuestos a creerlas las crean, y quienes no, no. Y como circulan por las redes sociales, y las redes sociales responden a algoritmos que nos muestran una parte ínfima de lo que sucede, justamente, la parte que, de acuerdo a las matemáticas, nos gustaría escuchar, entonces el campo para que crezcan y se desarrollen las noticias falsas está más que abonado.

En esta semana circuló la noticia falsa de que Fernet Branca se iba de Argentina, y desde la segunda (damos por hecho que la primera fue quien la echó a rodar) hasta la última persona que la reprodujeron en sus redes sociales no necesitaron más que el enunciado para creer lo que le decían. Porque lo que circuló fue un recorte de una supuesta noticia de “Infobae” con el título, la foto y la bajada. Es decir, nadie de quienes compartieron la imagen tomó la precaución de buscar en “Infobae” la noticia para saber, en todo caso, por qué  Fernet Branca se iba del país.

Por supuesto, lo que siguió fue la desmentida, tanto de “Infobae” en cuanto a que esa fuera una noticia real como de la misma empresa, pero de ninguna manera esa desmentida tuvo la misma circulación en las redes sociales que la noticia falsa. Y lo más probable es que haya gente, mucha seguramente, que sigue convencida de que Fernet Branca se va del país, y si no se ha ido aún, pues en algún momento sucederá, porque es la mentira emotiva lo que quiere creer, no la verdad evidente.

Es decir, semejante noticia no necesitó, para quienes se dispusieron a creerla, ni el más mínimo desarrollo. No hace falta crear un extenso texto que justifique una mentira emotiva, sino, simplemente, un título, y acompañarlo de una buena foto.

También decíamos que una noticia falsa no sólo necesita de una mano emisora, sino también de una receptora. El abecé de la comunicación, nada nuevo en esto. Pero a lo que vamos es que esa cabeza que crea la noticia falsa sabe que habrá del otro lado una cabeza que se la apropie, y para esto la literatura tiene una definición muy sencilla, la del pacto ficcional, es decir, el acuerdo con el que quien lee le cree a quien escribe. Esto lo vemos y lo vivimos ante cualquier ficción. Por ejemplo, está claro que es imposible que en la primera mitad del siglo XIX un médico, obsesionado, haya podido recolectar piezas humanas y, con la energía de un rayo, darle vida a un ser, pero si no nos creemos esto es imposible leer “Frankenstein o el moderno Prometeo”, de Mary Shelley.

Y, de alguna manera, eso es lo mismo que sucede con quien asume como verdadera y de manera acrítica una noticia falsa, puesto que hace un pacto con el creador de esa mentira y la asume como verdadera. La diferencia está en que, cuando se llega a la última página y se cierra el libro, la realidad vuelve a ser la anterior y, a lo sumo, la creación del doctor Frankestein nos acosará en sueños, mientras que en la época en la que vivimos no hay última página que nos obligue a retornar a la realidad, sino que la realidad es que, no importa que sea falso, Fernet Branca se fue del país.

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