Después de la Gran Alarma

La ciudadanía se va a enfrentar a una asignatura que tenía pendiente de aprobar

Jaime de Vicente Núñez           

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Desde Huelva, España.

 

Más allá de las tristes consecuencias sanitarias del Covid-19 aquí y en el mundo, la impresión general es que a lo largo del mes de mayo podrá considerarse que la pandemia se habrá superado, aunque en esta guerra nuestro país tenga que lamentar, aun con las estimaciones menos pesimistas, bastante más de diez mil muertes. Entre tanto los economistas, inasequibles al desaliento a pesar de que tanto sus diagnósticos como sus recetas fallen a veces, ya han empezado a hacer sus predicciones en relación con las repercusiones en la producción, el consumo de bienes y servicios y consiguientemente en el empleo, de la situación. Parecen coincidir en que hacia mediados de año lo peor habrá pasado y, tanto el mundo desarrollado como los países emergentes, podrán recuperar la senda del crecimiento. Sin embargo quedarán cicatrices en el llamado estado de bienestar que, como siempre, serán especialmente dolorosas para las capas más débiles de la sociedad. Por ello es de justicia y necesario que las medidas que los gobernantes adopten, a nivel nacional, europeo y mundial, tengan una especial sensibilidad en el mantenimiento y creación de empleo de calidad, ligado al apoyo a los autónomos y las pequeñas y medianas empresas, sin olvidar al sector de población bajo el umbral de la pobreza, que tenderá a incrementarse.

Sin duda habrá fórmulas para que los estudiantes no pierdan el curso académico, aunque es de temer que su formación sufrirá también cierto deterioro, pero es la ciudadanía en general la que se va a enfrentar a una asignatura que tenía pendiente de aprobar. La cuestión es la siguiente: en el obligado confinamiento, entrelazados con trastornos evidentes, hay aspectos positivos, como la intensificación de la convivencia en familia, la disminución del tráfico y la polución en las megaciudades, la oportunidad de reflexionar sobre la forma de pensar y vivir “normal” que llevábamos, que no es la mejor para nosotros ni para el planeta… Cuando la oleada vírica pase sobre nosotros ¿volveremos a caer en la vorágine de una sociedad de consumo cada vez menos humanizada? O por el contrario, ¿vamos a actuar de forma proactiva, es decir, tomando el control –en primer lugar, el nuestro propio- y decidiendo qué hacer de forma autónoma, anticipándonos a los acontecimientos? De la respuesta responsable a esta disyuntiva depende el futuro y tal vez una porción de la felicidad posible.

 

 

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