Dos olvidados: Pérez Galdós y Chávez Nogales

Hay mucha más inteligencia  en la barra de un bar, después de dos o tres tintos, que en el discurso de sus señorías.

Por José Mª Cotarelo Asturias

(Poeta y dramaturgo)

 

Me gustaría sacar a colación en estas páginas, ahora que los ríos andan revueltos y bajan las aguas agitadas para suerte y regocijo de pescadores, las figuras de Manuel Chaves Nogales y de Benito Pérez Galdós. Este año se cumplen cien años de la muerte de este último, uno de los más grandes novelistas del orbe hispano, después de Cervantes, solo comparado con otros grandes: Balzac, Tolstói o el gran Dickens, tan del gusto de mi amigo Fernando Mesquida.

Me vinieron a la mente estos dos personajes después de escuchar el otro día una discusión sobre política en la barra de un bar mientras sucedía un debate en el Congreso, y me pareció que hay mucha más inteligencia en la barra de un bar, después de dos o tres tintos, que en el discurso de sus señorías. Chaves Nogales, fue uno de  los grandes periodistas de principios de siglo, republicano, como D. Benito, hombres de letras ambos, articulistas, provocadores, preocupados por su tiempo, soñadores de una España de concordia y de conciliación que todavía se ansía y ni siquiera se adivina en la turbiedad del horizonte; hombres aquellos preocupados por el siglo que les tocó vivir, máximos exponentes, el uno de la novela, el otro del periodismo, con el mérito de que, a pesar de que en su época no había ni tradición narrativa ni de lectura, ni siquiera costumbre de leer periódicos, supieron luchar contra esos estigmas ¡y vencieron! cada uno con un episodio nacional a su estilo. Como nos recuerda el capitán Alatriste de Reverte: “Ser lúcido y español acarreó siempre profunda amargura”. Chaves Nogales, además  fue el gran referente del periodismo moderno que se anticipó a su tiempo; un hombre ilustrado, de gran cultura, intuitivo, lúcido, de muy variados registros, con una prosa de largo oficio, y quizá por lo mismo, como tantos, olvidado. Asomado aún a esa ventana que le tocó vivir, supo de la insensatez de su mundo, de la convulsión política, que parece tristemente traspasada a nuestros días. Sus textos son reflexivos y expertos, interesados por la realidad, la obra viva, usando la lengua como arma de trabajo: “Hombro con hombro con los revolucionarios, yo que no lo era, luché contra el fascismo con el arma de mi oficio”. Efectivamente de talante liberal, antifascista y anticomunista, fue condenado por unos y por otros. “Un grupo fascista de Madrid había tomado el acuerdo de proceder a mi asesinato… sin prejuicio de que los revolucionarios anarquistas y comunistas consideraban por su parte que yo era perfectamente fusilable”.

Gracias a su intercesión comenzaron a publicar en prensa, y cobrar por ello, Gómez de la Serna, Unamuno, Valle y los Machado. Llegó a entrevistar a Goebbels,  jefe de la propaganda de Hitler, ese “tipo ridículo, grotesco con su gabardina y su pata torcida” y al que comparó con Trótsky, Robespierre y Lenin. En su enorme lista de entrevistados, se hallan personajes tan singulares como Churchill, Azaña o Chaplin.

Es de esos periodistas, como lo fueron el recordado Manuel Alcántara  y lo es hoy Esteban de las Heras, cuyos artículos perduran más allá del tiempo, de los periódicos o de sí mismos. “Admito la posibilidad de equivocarme. Mi técnica – la periodística- no es una técnica científica. Andar y contar es mi oficio”.

Galdós, el grande, el “Tormento” de “El amigo Manso” que pagó con su ideología un Nobel y eso que opinaba que “la política es un circo, aún más, es una farsa”, fue sobre todo un novelista que supo proyectar sus propias creencias, sus obsesiones, sus miedos y dudas y la irresponsabilidad política, sobre su particular orbe literario del que tantos han bebido.

El discreto don Benito, afable pero reservadísimo, dejó en sus obras parte de su biografía interna, los sentires de su sensibilidad exquisita sobre todo para lo femenino (Fortunata, Benina, Marianela) María Zambrano dejó dicho  de Galdós que fue el primero en introducir en la escritura a mujeres “ontológicamente iguales al varón”  opinaba  que “en la democracia es exigido el ser persona” y que “debería dejar de ser un ideal o una utopía”

Galdós fue un hombre sutil, talentoso, liberal, pegado a la realidad que veía; un humanista que quiso comprometerse, comprometer su obra misma. A estas alturas ya nadie puede dudar de su genialidad, su ágil estilo y su elegante humor, ni del modo que retrató a carboncillo la sociedad de su época, los problemas de la clase media. Innovador de la novela, dialogador con ese interior que acaso es uno mismo y tantos otros.

Cuando ya sus ojos no veían la luz y los demás los cerraban a la suya, se fraguaba en el espacio su memoria definitiva, a pesar de la ingrata posteridad y del arrogante olvido.

Pensando en estos dos genios, me uní al grupo de la barra. Vamos por el cuarto tinto. La solución se avecina.

 

Comentarios