DIAFAR

Los descendientes de africanos en Argentina han fijado posición sobre pandemia y racismo

En un comunicado DIAFAR señala que la pandemia es la excepción, el racismo la regla.

Si bien no es posible hacer un análisis local apartado de la realidad regional, y sobretodo del carácter sistémico que implica el racismo a nivel global, no deja de ser pertinente visibilizar las problemáticas en cada uno de nuestros países. Un análisis comparativo que aporte a una solución colectiva de articulación latinoamericana. 

La Argentina tiene la particularidad de cultivar un racismo que es negado históricamente, ignorando la existencia de su población afrodescendiente. Cuando se admite la presencia de negros, se reconoce sólo a los extranjeros, por lo tanto se produce una extranjerización sobre los afrodescendientes argentinos. El poder blanco argentino se encargó, desde tiempos coloniales y a partir del nacimiento mismo de nuestro Estado-Nación, de omitir el proceso esclavista e invisibilizar al pueblo negro. Bajo el mito fundante que contrapone “Civilización y Barbarie”, nace el racismo criollo. Los representantes del positivismo en nuestro país comenzaron a construir el mito cimiento de nuestra identidad nacional sobre la inexistencia de la negritud en la Argentina. Únicamente así se puede sostener, hasta el presente, que todos los argentinos son blancos. De cara a la colonia y con los ojos puestos siempre en Europa, se construye un Estado profundamente unitario con un poder centralizado en Buenos Aires, “la París latinoamericana”, la ciudad-puerto punto de ingreso de africanos y africanas esclavizados y acceso a la ruta de la Plata hacia Potosí.

Yendo al presente, si bien en la Argentina la acertada decisión política del gobierno nacional de una cuarentena anticipada y un aislamiento social obligatorio provocó hasta el momento una curva de contagios que pudo ser controlada y extendida en el tiempo para no provocar una saturación del sistema sanitario, lo que no pudo frenarse son los problemas estructurales pre-existentes al brote epidémico. Como se plantea en el Manifiesto ARAAC de mayo pasado, “las condiciones previas de desigualdad se potencian en la crisis del covid-19.“

Según cifras del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos de nuestro país (INDEC), hacia fines de 2019 en la Argentina un 35,5 % de la población estaba por debajo de la línea de pobreza, alcanzando un 40 % en la Capital. A su vez, el desempleo llega a un 8,9% hacia el cuarto trimestre de 2019, estimándose que la informalidad laboral llega a más de un tercio de la población en actividad. A esta situación pre pandémica se suma, como sucedió a nivel global, la parálisis productiva provocada por las medidas sanitarias adoptadas. Así es como el PBI de todos los países tendió a la baja con respecto a lo que estaba proyectado antes de la pandemia. Siguiendo al INDEC, cuando consulta cómo espera la evolución de la demanda interna para la industria manufacturera durante el período mayo-julio de 2020 respecto al período mayo-julio de 2019, se estima que disminuirá en un 75.5%. Podemos tomar este o tantos otros índices que indican una baja en la actividad económica para lo que resta de este año. Desde el Estado frente a la crisis se tomaron algunas medidas paliativas y si bien algunas en la práctica cumplieron sus objetivos, otras demostraron ser insuficientes no alcanzando a todos los afectados. Como si esto fuera poco, el gobierno argentino se encuentra en medio de una negociación de su deuda externa con distintos acreedores. Dada la envergadura de la crisis económica heredada de la administración anterior, la deuda tomada en los últimos cuatro años y los vencimientos a afrontar, la economía argentina queda entonces en pausa, atada a la definición de dicha negociación. Y mientras la economía para, el racismo continúa. 

Debido al proceso de negacionismo e invisibilización anteriormente expuesto, una de las características del racismo en Argentina es la falta de estadísticas sobre la comunidad afrodescendiente en particular. No existen variables raciales que puedan ser cruzadas con las variables económicas ni con las variables demográficas, y por tanto puedan desarrollarse políticas públicas adecuadas. Una deuda pendiente más del Estado. De todos modos existen experiencias de Observatorios que recientemente comienzan a incluir las variables étnico-raciales. Se desprenden al menos dos datos pertinentes, por un lado la falta de conocimiento por parte de la población sobre su identidad racial que llega casi al 88% de los encuestados. En segundo término, la brecha salarial entre negros y blancos. “Mientras que en el total de encuestados quienes perdieron ingresos representan el 38,9%, en población indígena ese número asciende a 45,9% y en población negra o afrodescendiente a 48,6%.”

Durante los primeros días de aislamiento social obligatorio se difundieron por las redes sociales y después se formalizaron, denuncias de numerosos casos de abusos policiales en distintos lugares del país. Los primeros casos se produjeron en contextos de cumplimiento del aislamiento; luego se comenzaron a suceder casos que mostraban indicios de detenciones arbitrarias y perfiles raciales. Entre ellas podemos destacar la desaparición y asesinato de Luis Espinosa en la provincia de Tucumán. En la provincia de Chaco se realizaron diferentes operativos en los que fueron objeto de la violencia policial los integrantes de una comunidad Qom. Así como Estados Unidos se vió  sacudido por el asesinato del afroestadouniense George Floyd a manos de las fuerzas represivas estatales el pasado 25 de mayo, podemos ver que en nuestra región los abusos policiales contra la población no-blanca tampoco cesaron durante la cuarentena.

En nuestro país, el foco principal de la pandemia se centra en el Área Metropolitana de Buenos Aires con un 90 % de los casos confirmados, donde a su vez se concentra el mayor número de barrios populares (villas de emergencia) cuyos habitantes, mayoritariamente no-blancos, no acceden siquiera a los servicios básicos de red cloacal o agua corriente indispensables para combatir al virus mediante la higiene personal. A ello se suma el hacinamiento que provoca la crisis habitacional existente en el aglomerado urbano. Por nombrar uno de los casos más ejemplares y lamentables: en la Villa 31, fueron múltiples las denuncias con respecto a la interrupción del suministro de agua y la falta de una solución para el aislamiento de las personas infectadas y/o casos sospechosos. Ramona Medina, referente barrial y comunicadora social denunció la falta de agua en el barrio. El racismo estructural, una vez más, se cobró la vida de un cuerpo racializado, una mujer negra quien contrajo el coronavirus después de varios días sin agua y murió luego de 3 días internada.

Como conclusión, la pandemia sólo saca a la luz los problemas estructurales inherentes al capitalismo, los mismos que provoca y necesita para perpetuarse. Un sistema que se permite dejar a millones al margen, un sistema que reproduce la supremacía racial y patriarcal como engranaje en pos de dar sustento y ganancia a unos pocos privilegiados. No es entonces llamativo que sean justamente los países más alineados al modelo neoliberal quienes más contagiados presenten, con el imperio de Trump y el Brasil de Bolsonaro a la cabeza. Un indicio más para tomar conciencia de la situación de emergencia en la que los pueblos racializados viven, una oportunidad también, en tiempos donde se corren todos los límites, para repensarnos, reconstruirnos y, por qué no, cambiar lo establecido y la normalidad tal como la conocemos.

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