1º de mayo de 1974

Perón estaba fuera de foco. Por Mario Sábato

miércoles, 8 de julio de 2020 · 18:51

Por Mario Sábato

(Cineasta y escritor)

 

Me pareció honesto aclarar que yo no era peronista, y preguntarle por qué no los llamaba a Solanas o a Favio, que sí lo eran.
- Ya sé que no sos peronista. –Me respondió el funcionario- Y si no convoqué ni a Leonardo ni a Pino es porque lo son.
Corrió la cortina del ventanal, y por un momento miró a la Plaza de Mayo, desierta por el frío y el comienzo de la noche.
Supuse que la estaba imaginando como sería unos días después, con su estrépito de bombos y el fervor de la multitud.
- El general está viejito. Creo que va a ser su último discurso. Y quiero que el documental sea para todos los argentinos, no para alguna facción del peronismo.
Le debe haber causado pudor parecer tan solemne. Intento una sonrisa, que no le salió bien.
- El siempre dijo que de afuera parecemos una pelea de gatos. Que la gente que no nos entiende piensa que nos estamos matando…
- Pero que lo que pasa es que están procreando – le completé, cómplice, el chiste que ya conocía.
- Bueno, pasa que ahora no estamos haciendo gatitos.
Y volvió a ser el Secretario de Información Pública, que me había convocado para que filmara el acto del 1º de Mayo:
- Filmá todo, y no mezquines en película ni en cámaras.
Recordó algo, que lo volvió a las sombras:
- Pero no me pidas poner una cámara cerca del General. Ahí manda López Rega.
Nuestra cámara principal, con un poderoso teleobjetivo para que Perón pareciera cercano, fue emplazada sobre una frágil estructura, al costado de la Plaza.
Desde allí, pretendí dirigir el operativo, comunicado con los equipos que cubrían el acontecimiento en otros lugares de la Plaza y en las calles cercanas.
Desenfundé el transmisor, y apreté el botoncito colorado que correspondía.
- Un dos tres probando, ¿Me recibís bien Aníbal?
La respuesta, si es que la hubo, la debe haber recibido un señor corpulento, el que me arrebató el aparato.
- Acá esto está prohibido.
El tono y su aspecto me convencieron que no era prudente pedirle alguna credencial que lo autorizara a quitarme el transmisor, ni a reclamarle que me devolviera.
La Plaza desbordaba. Miles, centenares de miles de personas gritaban, en una confusión de consignas. Y las que se entendían, presagiaban la repetición de la ferocidad de Ezeiza:
- ¡Perón, Evita, la Patria Socialista!
- ¡Perón, Evita, la Patria Peronista!
Aníbal di Salvo, el camarógrafo que había elegido para buscar los primeros planos de los militantes en las columnas, atravesó media plaza, vaya a saber cómo, para acercarse a la tarima. Entendí, por sus gestos urgentes, que tenía que decirme algo en secreto. Pero por el estruendo de la muchedumbre tuvo que gritar para que pudiera oírlo:
- ¡Estaba filmando a los montos!
Era previsible. A cualquier camarógrafo le hubiera atraído la perfección de la columna, los gestos simétricos, la sincronía de las consignas, el orden marcial que le fascinaba a los montoneros.
- ¿Y?
- ¡Y me pusieron un chumbo en la cabeza!
- ¿Un revólver o una pistola? – a mí siempre me interesaron los detalles, por más irrelevantes que fueran.
- ¡Qué se yo! ¡El tipo me dijo que me iba a encajar la cámara en el orto, y que después me iba a meter un tiro en la frente!
Las dos amenazas eran considerables, y no podía pedirle a Aníbal que siguiera filmando a las columnas.
- Si querés –me sugirió en un momento de insólito silencio- me quedo y filmo las palmeras, las palomas.
- Las palomas se fueron hace rato.
- Bueno –me aconsejó- deberíamos imitarlas…
Un rugido multitudinario sepultó nuestro diálogo.
El General había salido al balcón, y entre los gritos de la muchedumbre se impuso un cántico, más ordenado que los espontáneos:
- ¡Que pasa, que pasa General, que está lleno de gorilas el gobierno popular!
En nuestra tarima estalló otra tensión. Minúscula, pero para nosotros tan importante como la que recorría la Plaza:
- ¡Perón está fuera de foco!
Me gritó el operador de la cámara. Lo saqué con un empujón y tomé su lugar.
Tenía razón, corregí el foco pero el General seguía borroso.
Y no era cuestión, como se suele hacer en filmaciones convencionales, de parar todo y decir: “Disculpe, señor, estamos con un pequeño inconveniente técnico. ¿Puede demorar unos minutos su discurso?
Aún borroso, como me lo ofrecía la cámara defectuosa, advertí que Perón suprimía la sonrisa que acostumbraba ofrecer a las multitudes.
¡Que pasa, qué pasa general, que está lleno de gorilas el gobierno popular!
Filmé, aunque no sirviera, al viejo líder, de rostro demudado y gestos amenazantes, que con su voz rasgada por los años y la furia, los señalaba como “estos estúpidos que gritan”:
¡Se va a acabar, se va a acabar, la burocracia sindical!
¡Ni yanquis ni marxistas, peronistas!
El enfrentamiento entre los sindicalistas y la que ya no era la “juventud maravillosa” ardía en la Plaza y Perón eligió:
“Queridos compañeros, quiero que esta primera reunión del día del trabajador sea para rendir homenaje a esas organizaciones y a esos dirigentes sabios y prudentes que han mantenido su fuerza orgánica…”
Los que habían sido Las Fuerzas Especiales del Movimiento le recordaron que habían acribillado a su dirigente sindical preferido:
“¡Rucci, traidor, saludos a Vandor!”.
El General se enardeció, y les auguró el futuro:
“Compañeros que han visto caer a sus dirigentes sin que haya todavía sonado el escarmiento”.
No le recuerdo bien, pero creo que después de eso se fueron de la Plaza con el mismo orden marcial con el que habían llegado.
No sé si oyeron que Perón les dijo infiltrados, que eran mercenarios del dinero extranjero, que los traidores de afuera son menos peligrosos que los traidores de adentro.
En la Plaza solo le respondían los elegidos:
¡Acá están, estos son, los muchachos de Perón! ¡La vida por Perón!
El General, borroneado por el lente caprichoso, siguió hablando un poco más.
Me ahogaba una pesadumbre, que poco tenía que ver con el inconveniente técnico. Era más vasta y menos precisa. Tenía que ver conmigo, y no solamente conmigo. Se extendía por la plaza, por la gente que se había ido y la que permanecía, y llegaba hasta el balcón de la Casa Rosada.
Perón nos deseaba un país que me parecía lejano y ajeno:
“Queremos un pueblo sano un pueblo satisfecho y alegre. Sin odios, sin divisiones inútiles, inoperantes e intrascendentes”.
Y terminó con la promesa que no podría cumplir:
“Espero el 17 de octubre poder verles de nuevo la cara en esta Plaza.”
Unos días después tuve que darle explicaciones al funcionario. Me preocupaban más las cámaras que habían funcionado bien que la que me había traicionado.
No podía entregar el otro material, sobre todo los primeros planos que había tomado Aníbal, antes que el matón le pusiera un revólver en la cabeza.
En manos de Osinde, de la Triple A, se convertirían en una condena a muerte para los retratados.
Farfullé algunas excusas, me detuve con el inexplicable fuera de foco de la cámara.
- Nunca iba a tener foco –me respondió- Había mucha gente armada en la Plaza, y pusieron un blindex bien grueso delante del General.
Que compartiéramos la misma angustia me dio permiso para decirle algo que tal vez no le agradaría escuchar:
- Es lo mismo. Perón estaba fuera de foco. Todos los que estuvimos en la Plaza estábamos fuera de foco.
No pretendió ser ingenioso cuando me respondió:
- El país está fuera de foco.
Solo pasaron unos meses para que el país, ya en llamas, me señalara que la prudencia de no haber revelado el material era insuficiente. Me consiguieron a una persona eficaz, que no quiso saber mi nombre y ocultó el suyo. Le entregué las decenas de latas del negativo, y el desconocido se encargó de enterrarlas o arrojarlas en algún pantano pestilente. Yo no debía saber dónde, y tampoco me interesa conocerlo ahora.
Me recuerdan a aquel 1º de mayo de 1974, que anunció la noche más larga y más oscura de nuestra historia.

 

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