De la pandemia, cada uno somos responsables

Por Pedro Pierre

(ALAI am)

 

Cuando buscamos el origen de la actual pandemia, señalamos Estados Unidos, Inglaterra, China, Bill Gates, Fundación Rockefeller… Pero no podemos olvidarnos de nosotros todos, porque, de esta pandemia, cada uno y cada una de nosotros somos también responsables. Esta pandemia es el resultado de nuestra indiferencia, nuestro individualismo y nuestra pasividad. Hemos sido demasiados indiferentes a las repetidas llamadas a detener la contaminación ambiental. Hemos sido demasiados cómplices de la destrucción de la naturaleza. Hemos sido demasiados pasivos frente a las invitaciones a vivir de otra manera. Y allí está el resultado catastrófico. El papa Francisco lo ha dicho: “En un mundo enfermo no podemos estar sanos”.

 

Somos sanos cuando nuestra vida tiene la capacidad de combatir los virus, las bacterias, las enfermedades. La sanidad es la vida normal de nuestro planeta que, desde siempre, tiene la capacidad de regenerarse cuando se lo agrede y destruye. El problema actual es que las agresiones y las destrucciones son tan masivas que no le damos tiempo suficiente para lograr su proceso de regeneración. Desde 2,017 esta regeneración ha pasa a ser negativa. Y a pesar de eso seguimos destruyendo la naturaleza y la vida sana… menos durante esta pandemia donde la naturaleza, a costa nuestra, se ha dado un respiro… para ver si entendemos su llamada de atención.

 

Cada uno de nosotros y nosotras colaboramos de maneras directas e indirectas a esta contaminación. Los gases de óxido de carbonos que producen los autos, los buses, los camiones, los aviones, las empresas… son los mayores contaminantes La utilización de plásticos se ha disparado contaminando tierras, ríos, océanos… y consecuentemente los alimentos que consumimos. Por la cantidad creciente de papel que mal utilizamos y botamos hace que la deforestación está en crecimiento peligroso. Otros contaminantes que utilizamos a diario son los detergentes y demás productos químicos que son un veneno mortal para las plantas, los animales y también los humanos.

 

Nuestra vida y la vida en nuestro planeta no soportan más destrucción y están colapsando. Los científicos nos aseguran, desde décadas, que, a seguir en esta dinámica diabólica, dentro de 30 años, o sea, en 2,050, ya no habrá vida sobre la tierra. Pero, no hacemos caso, estamos como en tiempos de Noé cuando anunciaba un gran diluvio: nadie lo creyó y todos perecieron. La pandemia es un aviso de la catástrofe que se aproxima si continuamos igual…

 

Humanistas, naturistas, teólogos nos advierten que humanos, animales, vegetales y nuestro planeta con el cosmos todo, somos una sola unidad de vida y que su armonía no se puede destruir sin llevarnos a nuestra propia destrucción. El libro del Génesis nos lo dijo: “Dios hizo una imagen de barro” para crear a los seres humano. La palabra ‘hombre’-humus- en hebreo significa ‘tierra’. Símbolo que nos dice somos una sola vida: ‘tierra somos’, naturaleza somos. El mismo libro bíblico no indica cual es nuestra misión sobre la tierra: “Dios puso a Adán y a Eva en el jardín del Edén para que lo cuidaran y lo cultivaran”. Esa es nuestra vocación: cuidar y cultivar la vida. ‘Cuidarla’ da a suponer que la tierra no es nuestra: es un préstamo a cuidar para que todas las criaturas puedan vivir, comer y sanarse, tanto las generaciones de hoy como las de mañana. Y ‘cultivar la tierra’ nos quiere decir que hay suficiente capacidad de alimentarnos para vivir bien si somos ‘cultos’, es decir, cuidadores y cultivadores de la vida.

 

Al actuar agrediendo y destruyendo la vida, vamos contra la naturaleza, contra nosotros mismos, contra la voluntad de Dios: no podemos sino ir hacia la muerte segura. Vamos también contra el proyecto de Jesús que es el Reino, o sea, la vida plena y feliz: “He venido para que tengan vida y vida en abundancia”. Hemos nacido para colaborar al fortalecimiento y a la multiplicación de la vida y del Bien Vivir; si no, nos destruimos.

 

Pero siempre es tiempo de cambiar… La pandemia nos ha hecho cambiar muchas cosas, muchas costumbres, muchas actividades, muchas relaciones. Ha de servirnos a reflexionar y recapacitar, porque ya la sexta extinción de la vida en el planeta está en marcha, en una marcha acelerada: Es más que tiempo para frenar esta locura de un suicidio colectivo dentro de pocos años. Comencemos por dejar de destruir la vida: la vida de los demás, de los animales, de las plantas, de la naturaleza en general. Dejemos de colaborar a la destrucción de la vida para que haya menos emanación de gases de óxido de carbono, menos uso de plásticos en nuestra casa, menos utilización de detergentes y cuantas clases de químicos letales. Empecemos o continuemos de comer más sanamente, es decir, de forma y con alimentos y bebidas más naturales. Empecemos a exigir de nuestras autoridades locales y de nuestros gobiernos la puesta en marcha de una manera más armoniosa de vivir en sociedad y de tratar amigablemente la naturaleza. Volvamos a nuestras raíces ancestrales: aprendamos de los indígenas la civilización del Bien Vivir… Todo eso es posible, necesario y urgente.

 

 

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