Evocación al cura obrero y amigo

Gracias por tu vida, Víctor

Por Mariano Saravia (Escritor y periodista)
jueves, 3 de septiembre de 2020 · 16:01

Por Mariano Saravia

(Escritor y periodista)

 

La tristeza es inevitable, incluso contra él mismo, que seguro la desaprueba. Tantas veces hablamos de este tema, y tantas veces nos explicó con una naturalidad asombrosa algo tan difícil de entender: que se trata de un paso a otra dimensión superior. Que no sabemos si existe el Paraíso, el Purgatorio y el Infierno, como se empeña en enseñar el catecismo clásico. Pero que el verdadero Paraíso es la iluminación total y, sobre todo, seguir viviendo siempre en la vida del prójimo, hecho ejemplo, hecho recuerdo, hecho guía.

Hace exactamente tres semanas, el viernes 14 de agosto, escribía en nuestro grupo de whatsapp: “Hoy hace 3 años nos ganó la carrera...Abrazo Oscar”. Se refería a Oscar Audisio, otro cura integrante del Grupo Sacerdotal Angelelli, que murió el 14 de agosto de 2017.

En el verano, justo antes de la cuarentena, alcanzó a festejar su 80º cumpleaños en el camping de Cabalango, y con más de 100 invitados. Fue un domingo al mediodía, fue la mejor misa posible. Una comunión total. Cada invitado, invitada o familia llevaba lo que tenía y lo ponía en común. No sólo la comida y la bebida, el pan y el vino, sino también el amor, las canciones, los bailes, las poesías, los abrazos.

Víctor estaba radiante. Ese día estoy seguro que no le dolió la cadera, ni las piernas, ni la columna. Su comunidad de toda la vida le había preparado una ceremonia muy especial, que tiene su raíz en las tradiciones de los pueblos originarios. Por un caminito de amigos y amigas, familiares y hermanos, iba ingresando Víctor. Luego ese caminito se iba convirtiendo en una espiral. Y mientras él avanzaba, se iba parando frente a cada uno y cada una, quienes le agarraban las manos y le decían: “Gracias por tu vida”. Ni más ni menos. Una frase tan simple y tan profunda. Agradecerle nosotros a él por sus 80 años de servicio, de amor al otro, a la otra.

Un amor y una conciencia tan pero tan verdaderos que dolía, que lo llevaron a sufrir la persecución de la dictadura, los allanamientos, los secuestros y asesinatos de sus compañeros y compañeras, y finalmente su exilio. Un compromiso que lo llevó a sufrir el odio más solapado, en los últimos tiempos, cuando sufrió hasta los huesos la intolerancia, la violencia simbólica y el desprecio de una clase dominante que arrastra consigo a muchos y muchas a los cuales él siguió siempre considerando sus hermanos y hermanas.

Sufría por todo eso, sufría por sentir al alcance de las manos un proyecto de país que incluyera a todos y a todas, lo más parecido a su idea del Reino de los Cielos, pero en la Tierra. Sentirlo al alcance de las manos, pero siempre postergado por el sabotaje de los antidemocráticos, de los que se creen superiores y dueños de lo que debería ser de todos. Una vez le pregunté si el neoliberalismo era contrario al cristianismo y no dudó en afirmarlo categóricamente, y fue mucho más allá. Me dijo que “votar concientemente al neoliberalismo es un pecado”, porque va en contra de aquel sueño que no es ni más ni menos que vivir al servicio del mensaje de un Cristo claramente revolucionario e igualitario.

Un sueño que fue el que lo había llevado a ser cura obrero en los 60 y 70, a ser discípulo de Angelelli, santo del pueblo y hoy también santo de la Iglesia. Esto es algo que le dio felicidad plena en los últimos años. Ver que su gran maestro, el Pelado, era reivindicado por el Papa Francisco, un símbolo de los cambios que él buscaba desde adentro de la Iglesia que amaba y combatía en igual forma. En el Grupo Angelelli había y hay muchos curas que, por distintos motivos, dejaron el ministerio. Pero Víctor, al igual que su hermano de la vida, el Quito Mariani, habían decidido seguir dando la pelea desde adentro de la estructura eclesiástica, luchando siempre por una Iglesia menos clerical, más horizontal, menos machista, menos ostentosa, menos corrupta, menos desigual, menos distante, y más popular. Con distintas opciones de vida y estrategias, esos hermanos del Grupo Agelelli son un ejemplo de comunidad, y Víctor sin ningún tipo de dudas era su corazón. Ahora otro hará las veces de ese corazón-Víctor, para seguir bombeando sangre y fuerza, estoy seguro.  

Con estos hermanos, en los últimos tres años pensamos, elucubramos, escribimos y actuamos dos espectáculos que mezclan narraciones  y música. El primero de esos espectáculos fue sobre el Grupo Angelelli y sus distintos contextos políticos y sociales. El segundo, más específicamente sobre la vida, enseñanza y martirio de Enrique Angelelli, profeta del pueblo. Y en los dos, Víctor fue siempre el motor y el combustible. Y siempre con su buen humor, con su fuerza, con su espíritu positivo, a pesar de los achaques, del cáncer y de cualquier otra piedra en el camino.

Él quería vivir y va a vivir. El lunes pasado volvía del médico cuando volcó con su auto en la Autopista Córdoba-Carlos Paz. Era un sacrificio, pero él lo encaraba con gusto para seguir venciendo a la enfermedad, para seguir adelante con su vida pletórica de proyectos. Es más, cuando nos enteramos del accidente, la situación era tan grave que parecía que no había esperanzas. Pero sus ganas de vivir otra vez nos desorientaron, porque al día siguiente, desde la Clínica Punilla empezaron a llegar informes de una sorprendente mejoría, dentro de lo grave que seguía siendo la situación general. Por eso dolió tanto la noticia, porque nos habíamos vuelto a esperanzar. “El Víctor es de fierro, y es amigo de Dios”, me dijo uno de los hermanos del Grupo Angelelli. Pero la noticia llegó, y nos desorientamos de nuevo. Hasta que otro de los hermanos tomó la palabra y dijo: “Ahora es otra estrella, junto con Oscar y con Carlitos Ponce de León”.

La fiesta en Cabalango tuvo una frutilla del postre. La hora de los regalos, pero al revés. Era él el que había preparado regalos para todos y todas las invitadas. Al fondo del salón, había una gran mesa llena de regalos. Grandes, medianos y chiquitos. Todos envueltos prolijamente con el mismo papel de regalo. Eran sus pertenencias personales, desde libros hasta adornos. Era el Víctor el que quería agasajarnos a nosotros. A mí me tocó un inciensiario con la cara de la Vírgen María que alguien le había regalado en Ecuador. Nos regaló un pedazo de su vida, ni más ni menos. Estoy seguro que él tenía previsto vivir muchos años más, como ya dije. Pero algo raro pasó ese día de verano en Cabalango, cuando quiso despojarse de sus cositas para que sigan viviendo en nosotros, junto a su ejemplo, a su luz, a su estrella.

Después vino la cuarentena, las ganas de juntarnos, de abrazarnos, del vino y el pan compartido. Todo el tiempo lo decíamos en el grupo de whatsapp pero eso no obstó a que siguiéramos haciendo cosas juntos. Sobre todo seguir apelando a la palabra para buscar influir en el mundo de los hombres y mujeres. Siempre con el Víctor como promotor, para echar claridad en temas tan cruciales como el aborto, el machismo, la pandemia, el necesario cambio de la humanidad, pedir por la conciencia y el cuidado y denunciar las marchas antítodo. Siempre al frente, sin pelos en la lengua, pero sin odios, con el amor doliente de alguien que vivió por el otro y por los otros. Amigos y no amigos. Y que seguirá viviendo en nosotros, para que seamos mejores. Gracias por tu vida, Víctor.

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