Serie: La Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis
Los israelíes ya tienen su Hércules propio: Sansón
Por Vidal Mario (Escritor, historiador y periodista)Por Vidal Mario
(Escritor, historiador y periodista)
La nota anterior terminaba destacando la particularidad de que, muerto Jefté, Jehová eligió como nuevo juez de Israel…a un hombre que todavía no había nacido.
En la tribu de Dan vivía una mujer estéril, esposa de un tal Manoa. A ésta se le apareció, mientras estaba en el campo, un ángel enviado por Jehová, que le dijo: “Tú nunca has podido tener hijos, pero ahora vas a quedar embarazada, y tendrás un niño”. Le explicó que al futuro niño nunca se le debía tocar la cabeza.
“Ese niño estará consagrado a Dios como nazareo desde antes de nacer, para que sea él quien comience a librar a los israelitas del poder de los filisteos”, le aseguró.
En su debido momento, la mujer tuvo el hijo anunciado por el ángel, y lo llamó Sansón.
El hechizo de las filisteas
“El niño crecía, y el Señor lo bendecía”, hasta que cierto día, ya adolescente y en momentos en que estaba en el campamento de Dan, ubicado entre Zora y Estaol, “el espíritu de Jehová comenzó a manifestarse en él”.
La manifestación del espíritu divino en el cuerpo y mente del muchacho tenía dos facetas: una fuerza física que desafiaba toda lógica, y un apetito incontrolable por las filisteas.
Sus padres intentaban inútilmente hacerle entender el peligro de su adicción a las mujeres no israelíes. Ignoraban que la compulsiva atracción sexual de su hijo por las hijas de sus enemigos era una fórmula de Jehová para liberar a Israel.
“Sus padres no sabían que era el Señor quien había dispuesto que todo fuera así, pues estaba buscando la ocasión de atacar a los filisteos, que en esa época dominaban Israel”.
Un día ocurrió lo que debía ocurrir: Sansón bajó al pueblo filisteo de Tinnat, y quedó hechizado por una de sus mujeres.
Había llegado la hora de comenzar la misión que se le había asignado ya antes de venir a este mundo.
Inútiles fueron las súplicas de sus padres para que se sacara de la cabeza a la filistea, y la reemplazara por otra compatriota. “Esa muchacha es la que me gusta, y es la que quiero que me consigan como esposa”, respondió el enamorado, quien, dicho sea de paso, ni siquiera había hablado con la que no lo dejaba dormir.
Manoa y su mujer no tuvieron más remedio que llevarlo a Tinnat para formalizar el matrimonio.
Por el camino, fueron atacados por un león, “pero el espíritu de Jehová se apoderó de Sansón, que a mano limpia hizo pedazos al león como si fuera un cabrito”.
Éste episodio lo inspiraría para que el día de su casamiento invente una adivinanza dirigida a treinta de los hombres que estaban presentes en la fiesta.
No imaginaba que su ingenuo acertijo se convertiría en el detonante de una guerra a muerte entre él y los filisteos.
Como aquellos hombres no estaban dispuestos a darle una capa de lino y ropas de fiesta cada uno sólo por no interpretar una adivinanza, acosaron a su mujer.
“Procura que tu marido nos dé la solución de su adivinanza, pues de lo contrario te quemaremos a ti y a la familia de tu padre”, la amenazaron entre todos.
La desesperación de la recién casada no tenía límites. Ya veía su casa con ella y toda su familia adentro, ardiendo como una pira sólo por una estúpida adivinanza.
Pasó su luna de miel llorando y clamando al marido por la revelación del secreto encerrado en el acertijo. Al séptimo día, harto de tanto llanterío, el Hércules israelí develó la preciosa respuesta.
Horas después, los treinta filisteos vinieron a traerle a Sansón el significado. La adivinanza era “del que comía salió comida, del que era fuerte salió dulzura”. Le respondieron: “Nada hay más dulce que la miel, ni nada más fuerte que el león”.
Era la respuesta correcta, y Sansón comprendió que su mujer lo había traicionado, pasando el dato a su gente.
Pero no le costó mucho pagar la apuesta. “El espíritu de Jehová se apoderó de Sansón, entonces fue a Ascalón y mató a treinta hombres de aquel lugar, y con la ropa que les quitó pagó la apuesta a los que habían resuelto la adivinanza”.
Saldado el compromiso, pero muy desilusionado con su compañera, volvió a casa, con sus padres.
El juramento del coloso
Pasado un tiempo, Sansón juzgó que tenía todo el derecho del mundo a regresar a la casa de sus suegros, meterse en el dormitorio de su mujer y reanudar sus obligaciones conyugales.
Pero se encontró con la desagradable sorpresa de que su esposa ya no vivía allí. El suegro, que ni siquiera lo dejó entrar, le dijo: “Yo pensé que ya no la querías, así que se la di a uno de tus amigos”.
Con la noticia dada por el viejo, se desencadenó la furia del superhombre. “¡Ahora sí que no respondo del mal que yo les haga a los filisteos!”, gritó, descontrolado.
Seguidamente fue hacia los campos lindantes, cazó trescientos zorros, ató a sus colas antorchas encendidas, y los desparramó por los sembradíos enemigos.
Todo fue un tremendo desastre. Los filisteos se quedaron sin trigo, viñedos y olivares.
Informados de que Sansón había sido el autor de la gran quemazón, y que había actuado así “en venganza de que su suegro el timnateo le había quitado a su mujer y se la había dado a su amigo” quemaron vivos a la esposa de Sansón y a su suegro.
Enterado del doble crimen, el coloso lanzó un juramento que marcaría a fuego el resto de su vida. “¡Juro que no descansaré hasta que me haya vengado de ustedes!”. Comenzó atacando a los asesinos, “con tal furia que no les dejó hueso sano”, luego de lo cual se escondió en una cueva de la peña de Etam.
En Filistea, organizaron una impresionante cacería humana. En determinado momento, alguien les pasó información de que el fugitivo estaba oculto en la peña de Etam, territorio de Judá, y hacia allá fueron todos.
Eran tantos los cazadores que los habitantes de Judá creyeron que estaban siendo invadidos. Los filisteos los tranquilizaron diciéndoles que no era con ellos la cuestión, que estaban allí sólo para capturar a Sansón a fin de que “pague lo que nos ha hecho”.
Deseosos de quedar bien con tan peligrosos visitantes, los judíos prometieron entregarles ellos mismos al hombre que buscaban. Así fue como unos tres mil judíos llegaron hasta la cueva.
Sansón se entregó y se dejó atar como un manso corderito, y cuando el odiado enemigo y sus entregadores llegaron a la ciudad de Lehi “los filisteos salieron a su encuentro, gritando de alegría”.
Pero es algarabía popular tuvo un trágico final. “El espíritu de Jehová se apoderó de Sansón, el cual rompió las sogas que le sujetaban los brazos y las manos, como si fueran cordeles de lino quemados; luego tomó una quijada de asno que había por allí y que aún no estaba reseca, y con ella mató a mil filisteos”.
Los sobrevivientes huyeron aterrorizados. “Con la quijada de un asno a mil hombres maté”, cantó el portentoso Sansón.
Pero una abrasadora sed comenzó a acosarlo, y clamó a su Dios. “¿Cómo es posible que me hayas dado ésta victoria tan grande para ahora dejarme morir de sed y en manos de estos paganos?”, protestó.
Jehová entonces “abrió el hoyo que hay en Lehi, y Sansón bebió del agua que brotaba del hoyo, y se sintió reanimado”.
Encuentro con el destino
Nadie supo más nada de Sansón, hasta que reapareció en Gaza, también dominada por los filisteos. “Allí vio a una prostituta y entró en su casa para pasar la noche con ella”.
Los vecinos se enteraron de quién era ese cliente de la ramera, y otra vez se movilizaron para matarlo. Pero no pudieron hacerlo porque a la medianoche “se levantó y arrancó las puertas de la ciudad junto con sus pilares y su tranca, y echándose todo ello al hombro se lo llevó a lo alto del monte que está frente a Hebrón”.
Finalmente, Sansón, no pudiendo eludir su destino, perdió la cabeza por otra filistea llamada Dalila.
Enterados de éste romance, los militares propusieron a la novia éste trato: “Engaña a Sansón y averigua de donde le vienen sus fuerzas extraordinarias y cómo podríamos vencerlo; así podremos atarlo y tenerlo sujeto. A cambio de tus servicios, cada uno de nosotros te dará mil cien monedas de plata”.
La filistea, a fuerza de astucia y seducción, venció la resistencia de su poderoso amante, quien cometió el error fatal de revelar que su poderosa fuerza radicaba en su frondosa cabellera.
Días después, mientras Sansón dormía profundamente, con la cabeza apoyada entre las piernas de la mujer, un hombre entró y cortó sus siete trenzas.
Como por arte de magia, “Jehová lo abandonó”, dejándolo librado a su suerte.
“Entonces los filisteos lo agarraron y le sacaron los ojos y se lo llevaron a Gaza, en donde lo sujetaron con cadenas de bronce y lo pusieron a trabajar en el molino de la cárcel”.
La caída del monumental enemigo provocó delirio entre los filisteos. Todos cantaban y bailaban en las calles, ofreciendo sacrificios al dios Dagón en agradecimiento a tan precioso regalo.
Pero Jehová se encargaría de que Sansón lograra, a la hora de su derrota, la más espectacular victoria de su vida.
“Tan contentos estaban, que pidieron que les llevaran a Sansón para divertirse con él. Lo sacaron, pues, de la cárcel, y se divirtieron a costa de él, y lo pusieron de pie entre dos columnas”. Todos pagaron con su vida éste fatídico error.
Unas tres mil personas, entre hombres, mujeres, niños, civiles y militares colmaban el templo de Dagón, al que habían convertido en un improvisado circo.
El prisionero ciego pidió a su guía ubicarlo entre las columnas centrales, luego de lo cual hizo un último pedido al Dios que lo había enviado a la tierra a matar filisteos: “Te ruego, Jehová, que te acuerdes de mí tan sólo una vez más, y que me des fuerzas para cobrarles a los filisteos mis dos ojos de una vez por todas”.
Seguidamente, al grito de “¡mueran conmigo los filisteos!” presionó con todas sus fuerzas sobre las columnas centrales del edificio, y el templo se vino abajo como una casa de arena.
Junto con Sansón, miles de espectadores quedaron sepultados entre los escombros. “Fueron más los que Sansón mató al momento de morir, que los que había matado en toda su vida”.