¿Y nosotros?

Viene un tiempo nuevo, y todo lo nuevo es una incógnita que, hasta ser despejada, causará un amplio abanico de sensaciones y emociones que van desde el pánico hasta la curiosidad. Pero, sea como sea, la vida sigue su curso sin detenerse.

 

Por José María Casanovas Rojas

(Especial. Barcelona, España)

 

Viene un tiempo nuevo, y todo lo nuevo es una incógnita que, hasta ser despejada, causará un amplio abanico de sensaciones y emociones que van desde el pánico hasta la curiosidad. Pero, sea como sea, la vida sigue su curso sin detenerse.

Chema Cotarelo escribía en un articulo: “…a fin de cuentas, de vivir la vida, sabiendo que, al final, el peón y el rey, revueltos, vuelven a la misma cajita.” Este es el triunfo la muerte barroca que todo iguala. Sin embargo, mucho antes, Epicuro nos proponía “cuando la muerte sea, yo no seré”, o lo que es lo mismo, no tendremos experiencia de la muerte propia. Entonces, ¿por qué angustiarse ante algo que no vamos a vivir? Si se planteara esa angustia como la nostalgia de lo que dejaremos por hacer cuando la muerte trunque nuestra existencia, aun sería una preocupación razonable pero, a lo largo de la vida, ¿cuántos proyectos y esperanzas soportan mas de una o dos décadas en nuestra agenda de expectativas? Durante toda nuestra existencia, ¿cuánto dejamos de vivir en pos de viejos planes para satisfacer los nuevos? Visto así, ¿cuántas veces podríamos decir que morimos en esta vida? Por tanto, nada objetivo justifica nuestra angustia ante la propia muerte. Aun así, la mayor parte de la ciudadanía actúa pensando que ha de morir y hace todo lo que considera adecuado para “aprovechar un tiempo que se le escapa”. Vive empujado, cuando no aterrorizado, por aquello que ignora. Esto es irónico y doblemente absurdo, ya que se trata de un sinsentido causado por el abuso y dependencia de un sentido. Quien vive así, no lo hace para la vida sino para la muerte, como quien viaja pensando en lo que hará a la llegada y no durante el viaje.

No se “exprime la vida” obligándose a vivir. No es necesario poner en peligro la vida propia o la de otros para “sentirse vivo”. En efecto, el tiempo es neutro y vacío y son las experiencias las que lo amueblan, pero estas no son (o no solo) las que se planifican sobre el mapa y el calendario o divergen absolutamente de la vida cotidiana; las experiencias son la acumulación de sucesos que interactúan con nosotros durante la vida, también cuando las condiciones no son las “ideales y perfectas” para que sucedan. Vivir inmersos en la pandemia no es una No-experiencia. Pretender que alguna circunstancia vivida es No-vida, es ceder voluntariamente la existencia sin que esta sea reclamada o arrebatada. Nunca el tiempo es perdido, canta la canción.

Mi curiosidad hacia ese futuro incognito que se construye a pasos agigantados, no es tanto por  aquello que se habrá esfumado en este tiempo de pestilencia, pues es por definición irrecuperable (por pasado, no por no vivido) o por las lecciones que la mayoría pueda aprender. Mucho me parece que no se sacará luz u oscuridad de estos tiempos vividos sino olvido. Ni negro ni blanco, mas bien un gris, gris como el sarcófago de Chernóbil. Los avestruces, cuando no quieren que el mundo les vea, esconden la cabeza; los seres humanos esconden el mundo cuando no quieren verlo. Nada nuevo. Antes me interesan las relaciones de ideas que, hasta ahora, no se habían sabido formular y el tiempo de pandemia terminará de dar forma. Estas ideas, probablemente, serán el germen de diversos discursos futuros, como ha venido sucediendo durante toda la Historia.

Me viene a la cabeza Thomas Hobbes. “El hombre es lobo para el hombre”. Podemos imaginarlo en el Parnaso filosófico, a la sombra del universal platónico de “árbol”, observando como Heráclito se deshace en lágrimas a la orilla del rio (o forma un rio con ellas). La frase no es suya, tampoco habitó Parnaso alguno (como no fuera el parisino) y su pensamiento ha sido muy mal interpretado, pero es innegable que se enraíza en una profunda desconfianza hacia el prójimo. Sus ideas están en los cimientos de todas las políticas actuales: El ser humano, sin leyes, es una bestia. Para Hobbes, no es suficiente el ideal romano de “dura lex, sed lex”, con el que la ley iguala a toda la comunidad unificando criterios de convivencia; su ciudadano no solo deba plegarse a la ley en pro de la convivencia si no que deba ser adiestrado, domado por la legislación, modificado esencialmente, ya que su naturaleza le hace incompetente para la convivencia con sus semejantes. Las ideas se interpretan exentas del contexto histórico en el que vivieron quienes  las destilaron y Hobbes no vivió en un mundo abstracto sino en uno concreto: En América, los puritanos del Mayflower remedaban el éxodo del pueblo de Israel, en la metrópoli había quien creía llegado el momento de “la Nueva Jerusalén”. Veinte años de monarquía parlamentaria y tiranía de Carlos I fueron seguidos por una guerra civil de diez, la revolución Inglesa, que terminó con la decapitación de un monarca por derecho divino (un pulso entre el Hombre y la Divinidad). Proclamación de una república convertida en la dictadura férreamente puritana de Oliver Cromwell,  que se prolongó durante otros diez años y fue seguida de la restauración monárquica (en la persona de un rey del que el propio Hobbes fue maestro en su exilio francés…) ¡un rey católico! (El último en el trono de Inglaterra hasta la fecha). Un suma y sigue de calamidades que estaban configurando un nuevo orden social mas justo para el futuro del mundo entero.

En efecto, mas justo para el futuro ya que, en aquel “presente”, ni el reinado, ni la revolución, ni la dictadura, ni la restauración fueron incruentas y Hobbes las pagó con exilo y con diversas y cruzadas acusaciones. También con honores y reconocimiento. En definitiva, Hobbes tuvo tiempo para madurar su desconfianza hacia el ser humano y, sin duda, tenía motivos vívidos y concretos para recelar de él. Ante los bandazos a los que su país  fue arrastrado, llegó a decir: “Es preferible la injusticia al desorden”.

El amor y el odio son grandes motores de acciones y pensamientos, pero también lo son el miedo y la angustia. Es mas, muchas obras atribuidas al amor o al odio son, más bien, productos disimulados del pánico. Hobbes reconoce su flaqueza en este sentido cuando habla de su propio nacimiento: “Al difundirse por nuestras plazas el rumor de que con la flota española (la Gran Armada de Felipe II, “La Invencible”) se acercaba el último día de nuestro pueblo, tanto miedo concibió mi madre que parió gemelos: a mí y al  miedo al mismo tiempo”. La tierra estaba bien abonada cuando fue sembrada.

Sin duda, algún nuevo Hobbes estará proyectando ahora mismo sus ideas hacia un futuro cuyas repercusiones no llegaremos a conocer pero, ¿y nosotros? ¿Hacia donde iremos nosotros? “Vamos a ser más conservadores en el futuro.” Al principio de la pandemia, este diagnóstico, esta bola de nieve, se veía venir como si cayera rodando ladera abajo desde una montaña cercana pero, como la veíamos en la distancia, pensábamos que sabríamos esquivarla cuando llegara. Pasado el tiempo y llegada la bola, se hace evidente que hay nuevas piezas emocionales jugando a nuestro alrededor, piezas que, al convivir con ellas, dejan de ser sorprendentes y se convierten en habituales.

¿Seremos absorbidos por las circunstancias, y  no me refiero a enfermar, a empobrecerse… a las circunstancias físicas, sino a las éticas, a “dejarse llevar” de forma consciente o de forma inconsciente por lo que dicte la masa, el Poder, la pura supervivencia o el caprichoso egoísmo… en definitiva, por otro factor que no sea nuestra propia consciencia?

 

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