Tremenda historia contada en primera persona

Monumento al Padre Desconocido

   Por Vidal Mario. (Escritor e historiador)

    Por Vidal Mario

(Escritor e historiador)

              

 En Itá, hoy floreciente ciudad distante 37 kilómetros de Asunción, hasta hace no mucho tiempo todavía quedaban en pie algunas casitas cuyos frentes llevaban una firma: “Rubito” Rotela.

El tal “Rubito” (por rubio y petiso) “Rotela” era el albañil que había hecho esas casas. Y era mi padre.

Sus contemporáneos juraban que era bueno en lo suyo pero que tenía por norma trabajar sólo si lo acompañaba una botella.

Decían que la caña hacía brotar su talento de constructor, y que los interesados esperaban su borrachera para confiarle la construcción o mejoramiento de sus casas.

Pero su afición a la bebida favorecía igualmente su participación en peleas desencadenadas para cobrarse algún orgullo herido o para fomentar la cultura de un machismo mal entendido.

Eso no era motivo de asombro para nadie, porque en aquellos tiempos y en aquellos campos guaraníes generalmente se valoraba más el cuchillo que la diplomacia.

Fue lo que ocurrió una fatídica noche de Viernes Santo en el domicilio de una señora a la que llamaban “doña Marina, la dulcera”, porque al igual que mi madre ella se dedicaba a la elaboración y venta callejera de dulces de maní.

Esa noche, dos hombres se desconocieron durante el juego de una lotería familiar. Uno era mi padre, el otro uno de nombre Amado y de apellido Presentado.

Aunque eran amigos, el alcohol y el cuchillo escribieron una historia previsible.

Amado quedó tendido en el suelo, gravemente herido. Pero sobrevivió, y a lo largo de toda su vida (murió no hace mucho) aún perdido en los laberintos de su avanzada vejez seguía recordando vívidamente aquel hecho.

Mi padre, prófugo de la justicia y tragado por Buenos Aires, desapareció para siempre.

Regresó unos cuarenta años después a su pueblo natal, según me dijeron en 1990, al sólo objeto de morir en su tierra.

Y murió en su ley: de viejo y de cirrosis.

 

Monumento al Padre Desconocido

 

Así como mi padre abandonó sorpresivamente el Paraguay una noche de Viernes Santo, por un crimen, mi madre abandonó repentinamente este mundo la noche del Año Nuevo de 1962.

Fue por tales circunstancias que cuatro años después fuimos traídos a Resistencia, mi hermana y yo.

Quienes no conocimos a nuestros padres, abrigamos de por vida el secreto deseo de conocerlo, aunque sea en sueños.

Saber cómo era el rostro del autor de nuestros días se convierte a veces en lo que más quisiéramos.

No sabemos siquiera en qué lugar del mundo están o dónde se han ido, pero su piel sigue siendo nuestra piel, y nuestra sangre sigue llamando a su sangre.

Y aunque no hayan hecho bien sus deberes paternales, con los años le perdonamos todo, y cargamos a la cuenta del destino la forma en que se escribió nuestra historia.

Debe ser por eso que en cada Día del Padre quienes no hemos conocido a nuestros padres abrigamos la íntima ambición de levantar en nuestros corazones un Monumento al Padre Desconocido.

                                                                         

 

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