Historias y creencias: nada es absoluto, todo es modificable

  Por Vidal Mario. (Escritor e historiador)

 Por Vidal Mario

(Escritor e historiador)                        

                                         

Días pasados, medios de comunicación de todo el mundo informaron que un equipo de antropólogos de la Universidad de Tel Aviv protagonizó un hallazgo que podría cambiar todavía más la historia de la evolución antropológica humana.

En la cantera de Nesher Ramla (Israel) descubrieron restos de un grupo de Homo que data de unos 126.000 años, lo cual, afirman dichos investigadores, demostraría que los neandertales no se originaron en Europa como se creía sino en Medio Oriente.

Éste episodio ha venido a repetir algo que viene sucediendo desde tiempos inmemoriales: el de los descubrimientos arqueológicos, observaciones científicas o hallazgos de escritos que de un día para otro tiran al tacho de basura historias, dogmas y creencias que por siglos venían siendo sostenidos como verdades reveladas.

De los muchos ejemplos existentes, mencionaré tres que fueron realmente espectaculares.

 

La cuadratura de la tierra

 

Durante mucho tiempo se creyó que el mundo era chato y plano. Era una creencia basada en frases bíblicas como “los cuatro ángulos de la Tierra” citados en Apocalipsis 7:1.

Sobre esa creencia de que la Tierra era plana, en las escuelas se enseñaba como si fueran verdades absolutas, cómo teníamos día y noche, aurora, puesta del sol, fases de la luna, efecto de las mareas, rotación de los planetas, movimiento de las nubes, y todo lo demás.

En determinado momento apareció el clérigo católico y astrónomo prusiano Nicolás Copérnico afirmando lo mismo que ya había sostenido Ptolomeo: que la Tierra era redonda como una naranja y que nosotros vivíamos fuera y encima de ella.

Proclamando su teoría heliocéntrica, dijo que el centro del Universo no era la Tierra sino el sol. Explicó que era el sol la causa del día y de la noche, en combinación con el movimiento de la tierra, y que esto también explicaba las fases de la luna.

Copérnico pensaba: “Si la Tierra es el centro del Universo y centro de toda la Creación de Dios, entonces el hombre terrenal puede ser objeto de los mayores cuidados de Dios. Pero si mi teoría es correcta y la Tierra no es más que uno de los muchos planetas que giran en el espacio, no siendo ni siquiera el mayor de ellos, entonces ésta Tierra en que vivimos y los hombres de ésta Tierra pudieran no ser tan importantes en el plan de Dios”.

Pero guardó bajo siete llaves su pensamiento. Sabía que ofendía las aseveraciones y teorías de la Iglesia, y sabía que difundirla lo llevaría a ser acusado de hereje. En esos tiempos, una acusación de herejía era como la antesala de la muerte.

El 24 de mayo de 1543, justo cuando su teoría se publicaba en libro, Copérnico murió en medio de ataques, críticas y castigos de la Iglesia y del mundo científico.

Pero después, la Iglesia tuvo que rendirse a la evidencia, y hoy el hombre que desafió su dogma sobre la cuadratura de la Tierra descansa en la catedral de Frombork, Polonia.

 

El diluvio, un plagio

 

Otro vuelco fundamental de la historia ocurrió en 1872 cuando el notable asiriólogo inglés George Smith logró traducir el poema de “La epopeya de Gilgamesh” incluido en unas antiguas tablillas sumerias halladas a fines del siglo XIV.

La traducción de éste poema, muy anterior a los textos bíblicos, le permitió al mundo enterarse que el diluvio bíblico era en realidad un plagio de la leyenda babilónica de Ziusudra.

Éste poema cuenta que un día los dioses, enojados por el comportamiento de los humanos, decidieron destruirlos usando como arma una inmensa inundación.

Pero el dios Enki se compadeció de Ziusudra (llamado Utnapishtim por los babilonios y Atrahasis por los acadios), a quien ordenó destruir su casa, construir un barco y subir al mismo a su familia y a todas las especies vivientes conocidas.

La tierra fue asolada por una tormenta que duró seis días, hasta que al séptimo día todo se calmó.

Ziusudra vio que toda la humanidad se había convertido en arcilla y que su arca estaba sobre el monte Nisir.

Soltó una paloma, que volvió. Después soltó una golondrina, que también regresó. Finalmente soltó un cuervo, que no apareció más, indicándole esto que las aguas ya habían bajado totalmente y que el pájaro había encontrado donde posarse.

Recién entonces salió del arca, hizo una libación y quemó cañas y maderes de cedro y mirto como ofrenda a Enki.

La leyenda de Ziusudra apareció después en el Génesis como la leyenda del diluvio universal, en la cual se cambió a Enki por Jehová, y Ziusudra se convirtió en Noé.

 

¿Palabras de Dios?

 

Se considera a los evangelios como palabras de Dios, por haber sido supuestamente dictados por Dios.

No obstante, en un acto de sinceramiento y de honestidad no muy frecuentes en ella, la Iglesia ha admitido que el Evangelio de Marcos fue “retocado”. Más aún, que los autores de los evangelios de Lucas y de Juan no fueron ni Lucas ni Juan.

la Iglesia católica señaló que las palabras finales de Marcos (capítulo 16, versículos 9 al 20) no son “palabras de Dios” sino de alguien que las escribió dos siglos después de Jesús.

Califica a dicho párrafo de “el final no auténtico de Marcos”, y asegura que la tardía incorporación de ese final obedeció a que ese evangelio terminaba “de manera inesperada”.

“Algunos exégetas suponen que el autor del referido epílogo se apoyó en una tradición oral”, concluye.

 

Más revelaciones

 

El tramo final de Mateo no es el único caso de añadiduras a los evangelios que la Iglesia ha admitido oficialmente.

También ha reconocido que el Evangelio de Juan originalmente terminaba en el capítulo 20:30-31, y que todo el capítulo 21 fue agregado siglos después de Jesús.

“Es probable que éste capítulo 21 –dice- haya sido añadido por la comunidad cristiana a la obra original una vez que ésta ya había sido terminada”.

La propia Iglesia también se encargó de desmontar un mito que por siglos ella misma venía enseñando como si fuera verdad: ahora dice que Juan, hijo de Zebedeo, no fue el autor del Evangelio de Juan ni de las cartas identificadas como 1° de Juan, 2° de Juan y 3° de Juan, y que tampoco fue quien escribió el Apocalipsis.

Dichos textos, afirma, fueron escritos entre setenta y ochenta años después de Jesús por un tal Juan de Patmos, quien vivía en la ciudad de Patmos, actual Turquía.

La Iglesia hasta ya duda de que el Evangelio de Lucas haya sido escrito por éste, y fundamenta su sospecha en éste detalle: “En el prólogo no se menciona su nombre, que tampoco aparece en el resto del libro. Su nombre sólo figura en el título, “Evangelio según San Lucas”, que fue añadido en el siglo II, cuando se recopilaron los cuatro evangelios”.

 

Doctrina cristiana

 

Tales revelaciones, certifican que incluso en el mundo religioso todo va cambiando, todo se va modificando, y que también allí al final nada es lo que parece ser.

Recordemos, en tal sentido, que toda la doctrina cristiana se resume en lo siguiente:

Hace unos 6.000 años Dios creó al mundo y al hombre, Adán. Éste pecó, y por ésta razón castigó Dios a todos los hombres.

Tiempo después envió a la Tierra a su hijo, Dios como Él, para que fuese crucificado. Esa muerte en la cruz era necesario para que los hombres se libraran de aquel castigo debido al pecado de Adán de comer una fruta que no debía comer.

Si los hombres creen en esto, el pecado original les será perdonado. Si no, serán castigados cruelmente.

La prueba de que todo esto es verdad es que el propio Dios se la reveló a algunos hombres llamados apóstoles.

Esos mismos hombres que propagaban esas enseñanzas también ofrecieron datos de que Dios es un Anciano que está sentado en el trono de un reino ubicado en algún punto del universo.

Sólo es cuestión de tiempo para esa serie de mitos también se derrumbe. La mente humana, siempre en franca evolución, al final termina rechazando lo que no le parece lógico.

 

Nada es definitivo

 

Borges escribió: “No existe la posibilidad de escribir nada definitivo sobre nada ni sobre nadie. Nuestro conocimiento es siempre provisional y fragmentario. Otros documentos y sobre todo otras preguntas vendrán a modificar lo ya hecho. Así, afortunadamente, para los historiadores el pasado puede seguir siendo un horizonte abierto”.

Los científicos, los arqueólogos, los antropólogos, los pensadores y los historiadores en general no paran de demostrar que Jorge Luís Borges tenía razón.

 

 

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