La Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis

Con fuego y azufre, el “Señor” destruye a Sodoma y Gomorra

Por Vidal Mario (Escritor, historiador y periodista)
domingo, 12 de septiembre de 2021 · 10:55

   Por Vidal Mario

(Escritor, historiador y periodista)
 

 NOTA N° 2

(Fuente: Génesis)

                                   

Unos dos mil años antes de Cristo, Jehová formalizó un segundo pacto con otro mortal. Como en su momento lo había sido Noé, ahora el elegido era Abraham, nacido en Ur de Caldea, una región que luego formó parte de Babilonia.

“Tú, cumple con mi pacto: tú y todos tus descendientes”, le ordenó cierto día.

Su mandato era: “Todos los hombres entre ustedes deberán ser circuncidados. Deberán ustedes cortarse la carne de su prepucio y eso servirá como señal del pacto que hay entre ustedes y yo”.

Específicamente, le ordenó proceder así: “De hoy en adelante todo varón entre ustedes deberá ser circuncidado a los ocho días de nacido, lo mismo el niño que nazca en casa que el esclavo comprado por dinero a cualquier extranjero. Tanto el uno como el otro deberán ser circuncidados sin falta. Así el pacto quedará señalado en la carne de ustedes, como un pacto para toda la vida”.

Abraham cumplió al pie de la letra la orden porque, a decir verdad, no tenía otra opción: “El que no sea circuncidado deberá ser eliminado de entre ustedes, por no haber respetado mi pacto”, le advirtió Jehová.

 

Tres extraños peregrinos

 

Ese caldeo tenía ya cien años de edad cuando fue testigo de otra espectacular tarea destructora del Señor.

Habían llegado hasta su trono, en el cielo, alarmantes informes sobre el comportamiento de los ciudadanos de dos poblados llamados Sodoma y Gomorra.

Jehová mandó tres ángeles a verificar qué había de cierto en tales rumores, y castigar a sus habitantes en caso que tales rumores fueran efectivamente confirmados.

Un mediodía, Abraham descansaba a la entrada de su tienda, en el bosque de encinas de Manre.

De pronto, vio que tres extraños estaban parados frente a él. Captó seguramente que eran seres muy especiales, porque se comportó con ellos como si fuesen reyes.

Se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, mientras imploraba al que parecía comandar el grupo:

“Mi Señor, por favor, le suplico que no se vaya enseguida. Si a usted le parece bien, voy a pedir un poco de agua para que se laven los pies y luego descansen un rato bajo la sombra del árbol. Ya que han pasado por donde vive éste servidor suyo, les voy a traer algo de comer para que repongan sus fuerzas antes de seguir camino”.

Los peregrinos aceptaron y Abraham corrió con la máxima velocidad que le permitía su siglo de vida hacia el interior de la tienda. “¡Rápido! Toma unos veinte kilos de la mejor harina y haz unos panes”, le dijo a Sara, su mujer.

Seguidamente, “corrió a donde estaba el ganado, escogió el mejor de los becerros y se lo dio a uno de sus sirvientes, quien lo preparó inmediatamente para la comida. Además del becerro, Abraham les ofreció cuajada y leche y estuvo atento a servirles mientras ellos comían debajo del árbol”.

Terminado el almuerzo, los visitantes reemprendieron la marcha rumbo a Sodoma. Abraham los acompañó hasta cierta distancia. En determinado momento, el ángel principal mandó por delante a sus compañeros y se quedó a solas con él.

 

Estallan Sodoma y Gomorra

 

Recién allí el visitante le reveló para qué estaban ahí: El Creador del infinito Universo los había enviado a destruir dos poblaciones de las orillas del mar Muerto.

“La gente de Sodoma y Gomorra tiene tan mala fama y su pecado es tan grave que ahora voy allá para ver si en verdad su maldad es tan grande como se me ha dicho. Así lo sabré”, dijo.

Abraham, cuyo sobrino Lot vivía en Sodoma, trató de hacerlo desistir de su misión, pero sin éxito. El ángel simplemente “se fue de allí”. El centenario caldeo corrió a refugiarse en su tienda de campaña, a la espera de los acontecimientos.

Los otros dos ángeles llegaron a Sodoma cuando ya oscurecía. Lot, sentado a la entrada de la ciudad, los vio, y también percibió que no eran simples mortales.

También se desvivió por atenderlos. Tras mucha insistencia, los dos ángeles aceptaron pasar la noche en su casa, y todos disfrutaron de una cena servida con panes sin levadura.

Pero la presencia de los extraños no había pasado inadvertida. Más aún, por alguna inexplicable razón los forasteros desencadenaron la furia sexual de los hombres.

“Todos los hombres de la ciudad de Sodoma rodearon la casa y, desde el más joven hasta el más viejo, empezaron a gritarle a Lot: ¿Dónde están los hombres que vinieron a tu casa ésta noche? ¡Sácalos! ¡Queremos acostarnos con ellos!”.

Lot salió a enfrentarlos y, apelando a las palabras más dulces, intentó calmarlos.

“Por favor, amigos míos, no vayan a hacer una cosa tan perversa”, suplicó con gran sumisión.

“Yo tengo dos hijas que todavía no han estado con ningún hombre; voy a sacarlas para que ustedes hagan con ellas lo que quieran, pero no les hagan nada a estos hombres, porque son mis invitados”, les dijo, procurando calmarlos.

Pero la desbocada turba lo atropelló y pasó sobre él para echar abajo la puerta. Los ángeles, dejando ciegos a los atacantes, lo salvaron de morir pisoteado. Fuera de control y aún sin ojos, los desaforados seguían buscando la puerta para entrar a la casa.

Los enviados celestiales, identificándose como tales, avisaron a Lot que la destrucción de Sodoma y Gomorra era cuestión de horas. “Son muchas las quejas que Jehová ha tenido contra la gente de ésta ciudad, y por eso nos ha enviado a destruirla”, explicaron.

Lot corrió hacia las casas de los novios de sus hijas para empujarlos a huir de la ciudad. Los muchachos posiblemente habrán creído que el suegro se había vuelto loco cuando lo vieron irrumpir en sus casas en plena madrugada y gritándoles “¡Levántense y váyanse de aquí, porque Jehová va a destruir ésta ciudad!”.

La cuenta regresiva ya se había puesto en marcha. Ya no había más tiempo que perder. “¡De prisa - apuraron los ejecutores a Lot -, llévate de aquí a tu esposa y a tus dos hijas, si no quieres morir cuando castiguemos a la ciudad!”.

Pero el anciano Lot se movía tan lenta y torpemente que los ángeles debieron tomarlo a él y a las mujeres para sacarlos a toda prisa de la zona de peligro.

Estaba claro que cada segundo perdido podía ser fatal para esos cuatro mortales. “¡Corre, ponte a salvo!”, apuraban al anciano. “No mires hacia atrás ni te detengas para nada en el valle. Vete a las montañas, si quieres salvar tu vida”.

Lot se refugió en la vecina población de Zoar que, gracias a ello, se salvó de la catástrofe.

Horas después, el propio dios Jehová “hizo llover fuego y azufre sobre Sodoma y Gomorra; las destruyó junto con todo lo que crecía en aquel valle”.

A la mujer de Lot, sin embargo, la mató su curiosidad: por mirar hacia atrás se convirtió en estatua de sal.

Al día siguiente Abraham regresó al lugar donde había hablado a solas con el ángel, “miró hacia Sodoma y Gomorra, y por todo el valle, y vio que de toda la región subía humo, como si fuera un horno”.

“Así fue como Jehová destruyó las ciudades del valle donde Lot vivía, pero se acordó de Abraham y sacó a Lot del lugar de destrucción”.

 

Lot, abuelo de sus hijos

 

Zoar seguramente ofrecía sospechosas garantías para la seguridad de Lot y sus hijas, por cuanto decidieron huir a las montañas y esconderse en una cueva.

Lot se quedó en plena vejez sin más riquezas que dos hijas y una cueva perdida en medio de una montaña.

Un día, la hija mayor le dijo a la menor: “Nuestro padre ya está viejo y no hay en toda ésta región ningún hombre que se case con nosotras, tal como se acostumbra, así que vamos a emborracharlo y a acostarnos con él para tener hijos suyos”.

Según lo planeado, “esa misma noche le dieron vino a su padre y la mayor se acostó con él, pero su padre no se dio cuenta cuando ella se acostó ni cuando se levantó”.

Al día siguiente, la hermana mayor volvió a decirle a la menor: “Mira, anoche me acosté con nuestro padre, así que ésta noche también lo emborracharemos para que te acuestes con él; así las dos tendremos hijos suyos”.

Siguiendo con el incestuoso programa de relaciones sexuales “esa noche volvieron a darle vino a su padre y la menor se acostó con él, pero Lot tampoco se dio cuenta cuando ella se acostó ni cuando se levantó”.

Ambas hermanas, hasta entonces vírgenes, “quedaron embarazadas por parte de su padre”.

La mayor llamó a su hijo Moab, y la menor llamó al suyo Benami. Tal fue,

según las Escrituras, el origen de los moabitas y de los amonitas.

                                                          

                                                          Próximo domingo: Nota N° 3

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