La Biblia, desde el Génesis hasta el Apocalipsis

David abusa sexualmente contra la mujer de uno de sus oficiales.

Por Vidal Mario. (Escritor, historiador y periodista)


  Por Vidal Mario

(Escritor, historiador y periodista)

 

Una tarde de primavera, desde la azotea de su palacio, David vio a una mujer “muy hermosa”, bañándose.

Averiguó su nombre. Se llamaba Betsabé y era la mujer de un militar llamado, quien en ese momento estaba lejos de casa, en uno de los frentes de batalla

“David ordenó entonces que se la trajeran, y se acostó con ella, luego de lo cual ella regresó a su casa”.

Llevar a la cama a esa mujer ajena terminaría arrojando a la nación entera a una de sus peores pesadillas.

 

Un marido muy rebelde

 

Los dolores de cabeza para David, supuesto autor de los Salmos, comenzaron cuando Betsabé ya no tenía dudas: estaba embarazada. Y sabiendo el cruel destino que le esperaba por adúltera, habló de ello con su ocasional amante.

David no se inquietó. Hizo venir a Urías con la excusa de que le informara personalmente “cómo estaban Joab y el ejército, y qué noticias había de la guerra”.

Luego, amablemente lo mandó a su casa. Tras él envió “comida especial como regalo”.

El pícaro rey quería que Urías se acostara con su mujer esa misma noche, para transferirle la autoría del embarazo.

Grande fue su sorpresa al enterarse, al día siguiente, que el oficial había pasado la noche con los soldados de la guardia real; que no se había ido a su casa.

Lo metió entonces dentro del palacio y durante todo el día le dio de comer y de beber. Al anochecer lo mandó nuevamente a su casa, totalmente borracho, con la esperanza de que esta vez sí tuviera relaciones con su mujer.

Estaba preocupado. No quería que sus oficiales pensaran que mientras ellos peleaban él abusaba de sus mujeres.

Su preocupación alcanzó niveles alarmantes cuando le informaron que el hombre ni borracho se había ido a dormir a su casa.

“Tanto el cofre sagrado como los soldados de Israel y de Judá tienen como techos simples enramadas; igualmente, Joab, mi jefe, y los oficiales de Su majestad, duermen a campo abierto. ¿Y yo habría de entrar a mi casa para comer y beber y acostarme con mi mujer? ¡Por vida de Su Majestad que yo no haré tal cosa!”, alegó.

David concluyó que por las buenas no solucionaría su problema, y decidió liquidar al desobediente.

Lo hizo llamar, le entregó una carta para el comandante Joab, y lo despidió. El infeliz ni se imaginaba que el papel que llevaba era un pasaporte a su muerte.

“Pongan a Urías en las primeras líneas, donde sea más dura la batalla, y luego déjenlo solo para que caiga herido y muera”, ordenaba David en el secreto mensaje.

Así lo hicieron, y Urías murió.

 

La maldición de Jehová

 

Pasado el luto de Betsabé por su marido, David de nuevo la trajo a su alcoba, y “la hizo su mujer”. Creía que esta vez la historia sí había terminado, pero se equivocaba. Recién empezaba, porque “a Jehová no le agradó lo que David había hecho”.

Éste sintió que el mundo caía sobre su cabeza cuando el profeta Natán le entregó éste aterrador mensaje de Jehová:

“Yo te escogí como rey de Israel, y te libré del poder de Saúl, te di el palacio y las mujeres de tu señor, y aún el reino de Israel y Judá. ¿Por qué despreciaste mi palabra e hiciste lo que no me agradaba? Has asesinado a Urías el hitita usando a los amonitas para matarlo, y te has apoderado de su mujer”.

A continuación, escuchó la terrible sentencia: “Jamás se apartará de tu casa la violencia. Yo, Jehová, declaro: Voy a hacer que el mal contra ti surja de tu propia familia y en tu propia cara tomaré a tus mujeres y se las entregaré a uno de tu familia, el cual se acostará con ellas a plena luz del sol. Si tú has actuado en secreto, yo voy a actuar en presencia de todo Israel y a plena luz del sol”.

Luego le reveló cómo empezaría la cadena de castigo: “Tu hijo recién nacido tendrá que morir”.

“El Señor hizo que el niño que David había tenido con la mujer de Urías se enfermara gravemente”.

Siete días y sus noches el rey imploró por el niño condenado a muerte. Noches enteras se pasó tirado en el suelo. Cuando le informaron que el bebé había muerto se levantó, se perfumó, se cambió de ropa, y fue al templo a adorar a su Dios.

Después, comió como si fuera la última vez. “Cuando el niño vivía, yo ayunaba y lloraba pensando que quizás el Señor tendría compasión de mí y lo dejaría vivir. Pero ahora que ha muerto, ¿qué objeto tiene que yo ayune, si no puedo hacer que vuelva a la vida?”, explicó.

Después, una vez más, fue a “consolar” a Betsabé, ya convertida en su mujer. Fruto de ese consuelo fue otro varón, que recibió el nombre de Salomón.

“El Señor amó a éste niño”, que algún día sería rey y daría a Israel un brillo jamás alcanzado hasta entonces.

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