Antes de la medianoche de la Epifanía

Por Carlos Matallana (Especial)

Por Carlos Matallana (Especial. Colombia.)

 

Hay otra manera de ver las cosas y, por ende, de asumir la existencia. Siempre son posibles variados modos y con ellos múltiples visiones.

Existe otra mirada posible delante de los paisajes que se nos presentan en el discurrir de la cotidianeidad, ya que los estados de ánimo por los que atravesamos de manera experiencial, son el resultado de lo sentido en el instante mismo en que los eventos acontecen, lo que convierte nuestras respuestas o resultados en reacciones.
Por tal motivo, debemos recordar a cada paso transitado qué, en el interior de cada persona, habitan tanto la esencia de su Ser, el lugar de donde proviene y que vino a plenificar, como la personalidad forjada en el seno la familia en que nació, con sus valores y educación, de la mano del contexto de crecimiento y desarrollo sobrevenido. Los elementos de la personalidad, nos brindan entonces los lentes específicos, gracias a los cuales interpretamos y expresamos lo diversidad de nuestras visiones.
Cada uno construye con base en su estructura mental, estructurada en las creencias, experiencias y sucesos que su mente va grabando, cristalizando e incluso enmarcando para captar la realidad. Esto acontece, sin que se pueda negar la directa participación en la infinita unidad que cohesiona al todo, el más preciado don que el Espíritu Creador, nos otorga.
Así, los sucesos y los acontecimientos son entonces los que provocan la reactividad de la mente individual, la cual genera una frecuencia emocional particular, un humor afín y un estado en el ánima correspondiente. Es por ello que nuestro paisaje se puede revestir de alegría o de tristeza, de conformidad o de decepción, de éxtasis o de ira, de confianza o de inseguridad, hasta el punto de abrazar el miedo, la enfermedad y la muerte...
Son pues infinitas las variables para todo ello.
Sin embargo, no va más allá de lo que conocemos como primera impresión.
De manera que hay otras impresiones, las que no son resultado de una mera reacción, sino que encuentran su causa más allá de la personalidad o el EGO, es decir forjadas en el Shadana  o la práctica espiritual contínua.
De esta forma puedo abandonar el confortable valle de las reacciones para escalar hasta las cimas de mi esencia, con la finalidad de que lo básico de mis respuestas egoicas, con sus tensiones es sólo el primer peldaño y, a cambio, puedo dejarme guiar por las instancias más elevadas de la escalera divina hasta alcanzar las alturas de las intenciones. 
Bajo su cobijo, es posible anular el efecto de las quejas personalistas, los juicios de valor con su carga destructiva, las condenas por supuesta traición que alimentan actitudes vengativas y de envidia, así como las recriminaciones internas que niegan mi condición luminosa.
Por todo lo expresado, la maduración en el Camino de la ascensión, se irá aprendiendo en la medida en que tomemos distancia del valle de lo instintivo, pausemos el reaccionar ante todo y aceptemos sentir el vacío al escalar, incluso el hecho de quedar suspendido en la soledad de la cuerda del silencio hasta alcanzar la Verdad de SER. Si ya lo hubieras logrado, entonces mantente ahí y simplemente espera. En su momento y gracias a ello descubrirás qué fué lo visto en primer término.
Luego, conseguirás distinguir al que ve con su Interpretación y la distorsión de sus juicios (reactividad de la mente individual, sólo una perspectiva, nada más que simple OPINIÓN).
No te aferres a ellas, suéltalas para que la experiencia de la QUIETUD en el Ser, que adquieres únicamente en la cima que da el Espíritu, te  ofrezca las nuevas posibilidades, las diferentes perspectivas que integran lo multidimensional.
Allí, aparecerá algo radiante en el firmamento, la luz de una estrella diferente a todas las demás, por fuera de las primeras impresione…

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