Perú: La trágica actualidad de "Los Miserables"

por Marcela Valencia Tsuchiya y Alejandro Sánchez-Aizcorbe (Escritores y periodistas peruanos desde EE. UU.)
viernes, 16 de diciembre de 2022 · 21:41

por Marcela Valencia Tsuchiya y Alejandro Sánchez-Aizcorbe

Hemos traducido libremente una de las páginas más profundas de Los miserables de Victor Hugo, novela que hacia su final versa sobre la ola revolucionaria que sacudió Francia y Europa en 1848. Como si no hubiera pasado el tiempo, la irreductible conciencia moral y política de Hugo nos echa en cara los sentimientos y sensaciones ambivalentes que nos acosan a raíz de las insurrecciones populares. Una vez más, el Perú se viste de sangre y de luto, y lo que Hugo dice aquí lo profetiza.

 

A veces sucede que, aun contra los principios, aun contra la libertad, la igualdad y la fraternidad, aun contra el voto universal, aun contra el gobierno de todos por todos, desde el fondo de sus angustias, de sus desánimos, de sus fiebres, de sus miasmas, de sus ignorancias, de sus tinieblas, esta gran desesperada, la canalla, protesta, y el populacho libra una batalla contra el pueblo.

Los miserables atacan el derecho común; la oclocracia insurge contra el demos.

Son jornadas lúgubres; porque siempre hay una cierta cantidad de derecho en esta demencia, hay suicidio en este duelo; y estas palabras, que desean ser injurias, populacho, canalla, oclocracia, turba, constatan, hélas!, más bien la falta de quienes reinan que la falta de los desheredados.

En cuanto a nosotros, dichas palabras no las pronunciamos jamás sin dolor ni sin respeto, porque, cuando la filosofía sondea los hechos a los que corresponden, a menudo encuentra no pocas grandezas junto a las miserias. Atenas era una oclocracia; el populacho hizo Holanda; la plebe salvó Roma más de una vez; y la chusma seguía a Jesucristo.

Es con esta chusma que sin duda soñaba san Jerónimo, y con todas esas pobres gentes, y con todos esos vagabundos, y con todos esos miserables de donde salieron los apóstoles y los mártires, cuando él repetía esta expresión misteriosa: Fex urbis, lex orbis (Bazofia de la urbe, ley del mundo).

Las exasperaciones de esta plebe que sufre y sangra, sus violencias a contracorriente de los principios que son su vida, sus asaltos al derecho, son golpes de Estado populares, y deben ser reprimidos. El hombre probo se entrega a ello, y, por su mismísimo amor a esta canalla, la combate. Pero cómo la siente excusable en pleno enfrentamiento con ella! Cómo la venera resistiéndola! Es entonces uno de esos momentos raros cuando, haciendo lo que se debe hacer, se siente cierta cosa que desconcierta y que desaconsejaría ir más lejos; se persiste, se debe persistir; pero la conciencia satisfecha está triste, y el cumplimiento del deber se complica con una opresión en el pecho.

Junio de 1848 fue, apurémonos a decirlo, un hecho aparte, y casi imposible de clasificar en la filosofía de la historia. Todas las palabras que venimos de pronunciar deben ser puestas de lado cuando se trata de esta insurrección extraordinaria en la que se sentía la santa ansiedad del trabajo reclamando sus derechos. Hubo que combatirla, era el deber, porque ella atacaba a la República. Pero, en el fondo, qué fue junio de 1848? Una revuelta del pueblo contra sí mismo.

Comentarios