“Jerusalén, el Tigre de Dios” uno de los últimos libros de Leopoldo Teuco Castilla.             

Jerusalén, final del hombre, principio del mundo

Por Carlos Garro Aguilar (Escritor. Licenciado en Filosofía)
sábado, 17 de diciembre de 2022 · 19:57

Por Carlos Garro Aguilar 

(Escritor. Licenciado en Filosofía)

 

Este volumen de poesías recientemente aparecido y dedicado a los escritores Pedro Solans y Aldo Parfeniuk lleva,  una vez más, el sello de la editorial cordobesa Nudista (2022) que viene publicando los últimos libros de Castilla.

El poemario está organizado en tres secciones: “Jerusalén, el Tigre de Dios”, “Travesía” y “La Nueva Jerusalén”. Leopoldo Castilla rescata, en los treinta poemas de la primera sección de este libro, la fundación, el destino histórico de Jerusalén y su mítica existencia. A través  de los siglos, su importancia para dilucidar  las vicisitudes del cristianismo, el significado de los templos, los monumentos y los increíbles relatos que acompañaron su protagonismo, elevaron a esta ciudad a una categoría legendaria. Así, la Iglesia del Santo Sepulcro, el Muro de los Lamentos, el Monte de los Olivos, la Kaaba y otros sitios célebres, resuenan con un eco que pareciera llegar desde el fondo de los siglos.

En Jerusalén, el Tigre de Dios, resaltan cinco temas fundamentales que los poemas desnudan y que la historia de Jerusalén ha develado- impiadosa- a lo largo de los siglos.

En el tema primero, Castilla no olvida que Jerusalén guarda la historia del pueblo de Israel y el nacimiento de Jesús. Los poemas dejan en evidencia que el anuncio que ese nacimiento, no es otro que el del Mesías que mil años antes, Zoroastro predijo;  en  otro relato, seiscientos años después, se cuenta cómo a la madre de Mahoma, una paloma le anuncia el nacimiento del enviado, haciendo que sea verdad que “los mitos se repiten”. ¿“Jesús es una quimera de los hombres o un Dios padeciendo la pesadilla de un cuerpo?” Como los ladrones y Barrabás- los otros crucificados-  Jesús pagará con “el pecado de estar vivo, la condena de ser eterno”. Por ser “un atribulado  instante del firmamento”, dice nuestro poeta, “pagará en la tierra las culpas del cielo”.

El segundo tema atraviesa todo el libro: es la condena histórica a la eterna y mutua agresión entre los pueblos judíos, palestinos y mahometanos y todos los que conviven en ese territorio de la Tierra Prometida. Guerra sangrienta, inacabable. El pueblo palestino sigue reclamando su pertenencia a ese territorio histórico que el gobierno de Israel desconoce. ”Buscaron al Salvador en las palabras  y lo perdieron en la guerra”. Las cruzadas  organizadas por las monarquías europeas y dirigidas a la Tierra Santa, con su secuela de muerte y destrucción, perdura en la violencia y barbarie de los enfrentamientos actuales. Después de catorce siglos, la comunidad árabe sigue padeciendo el horror de la guerra: “Yo soy tu señor y tú eres mi guerrero “. Castilla recuerda ese mandato y  concluye: “Pero en cada muerto solo encuentran el cadáver de un ángel”. Por eso “el que mata en nombre de Dios, se queda desconocido” Ni Alá ni Mahoma  mandan los misiles sobre el pueblo árabe: “No erais  vosotros, era Dios quien tiraba”. El Muro de los Lamentos esa “pared enferma de sombra humana” tiene una sola cara, donde pueden escucharse los  padecimientos del pueblo de Judea; pero “nadie oye del otro lado el lamento de los palestinos”

El tercer tema visible en “Jerusalén...“ es la afirmación, en casi todos los poemas, de que a los pueblos de la Tierra Prometida, judíos, árabes y musulmanes que viven allí, no los espera un cielo, un Edén, otro paraíso que premie la oración incansable, una vida de privaciones, las enfermedades, las guerras y la misma muerte. No hay un creador, ni creación, no hay eternidad para nadie. ”Sé justo pueblo de Israel, la vida que inventó tu biología y tu fe, es pagana”y señala luego Castilla: ”El cristianismo, que siendo terrenal, sólo se cumple en el destierro” concibió otro Jerusalén: “Allí van las almas en busca de eternidad, sin darse cuenta que están entrando en la misma boca del agujero negro”

        En lo que considero un tema singular  de este libro, quienes celebramos la defensa de  los seres vivientes presente en la vasta obra poética de Leopoldo Castilla, nos encontramos  con una luminosa  sorpresa. El poema “Un Más Allá Salvaje” es el que da la nota más alta y afirma algo que sospechábamos latía en muchos poemas de sus libros anteriores. Para Castilla existe “un más allá”: un más allá salvaje donde  todos los animales llevan adelante libremente su existencia: “Allí no entra ni Dios”. Una afirmación conmovedora y desafiante; el reino animal es el único paraíso porque “los animales tomaron de la belleza sus infiernos delicados” donde el reino terrestre se yergue con todo su poder, porque su poder es el poder de la vida. Un poema cuya afirmación  estremece.

        Analizando el poema Cábala y Poesía, encuentro el quinto y último tema: Leemos: “Cada palabra carga un eclipse que oculta otro mensaje velado para el mundo”... “Sólo la poesía lo atraviesa...y vuelve con lo innombrable revelado”.  Y Castilla agrega: si  en el ámbito religioso “el  misterio justifica la fe y exige un creyente encadenado al verbo”,.....la poesía lo libera: “para crear no debe creer”. Ardua y exigente tarea de la poesía.

     La segunda sección del libro, “Travesía”,  está integrada por nueve poemas. Estas fotografías verbales sobre Beirut, Trípoli, Byblos y Petra, dejan en el lector la sensación de vacío, miedo generalizado y ausencia de un mañana promisorio. En Beirut el futuro es oscuro, la guerra fratricida no acaba nunca; en su museo arqueológico la anciana es tan irreal  como las reliquias que cuida. En Trípoli: “Por si no amanece, la gente se refugia en el mercado. Allí se ocultan durando....esperando el fin de la guerra”. A su vez,  Castilla cree ver en Byblos, “la desolación, la única arquitectura de Dios”, y en su museo de cera, “ninguno puede irse, sus destinos se cumplen en esa deshora en donde lo que ya no es, sucede”. En el sudoeste de Jordania, está Petra, “un nidal de difuntos de pueblos sepultados”. Los nabateos hicieron posible - trayendo el agua desde los riscos- la vida: “De ellos, de los hijos de Roma y de las cruzadas sobreviven estos templos”, recuerda nuestro poeta, y cierra con estas palabras: “Ha vuelto a ser de nadie”-

En la tercera sección, “La Nueva Jerusalén”, nuestro poeta sintetiza la historia de esta ciudad. En el siglo XII, en Etiopía, Gibra Maskal Lalibela, construye la Nueva Jerusalén, respondiendo a la conquista de la Tierra Santa por los musulmanes. Construye 11 iglesias talladas en la roca.  Castilla nombra a nueve de ellas en uno de los poemas. De estas iglesias, la de San Jorge es la mejor construida y conservada. A estas hay que sumar la iglesia de Yemrehanna Krestos, que está a 19  km  de las otras, en la actual ciudad de Lalibela, antes Roha. Como asevera Castilla en el primer poema de esta sección, Lalibela “Enterró el cielo  para salvar al mundo, confiando todos los finales a la certitud de la piedra”. Pero todo se transformó en arena, “sin nadie en el infierno, sin nadie en el paraíso”. La misma  conclusión  encuentra  para la iglesia de Yemrehanna Krestos: en ella “una campana muda llama al vacío, que estuvo antes y después de que el mundo sea”.

        No es posible cerrar el análisis de este libro sin retomar el poema “Càbala y Poesìa”.   Castilla cree que la poesía es la encargada de descifrar este mensaje: “Vuelve con lo innombrable revelado”. El mensaje pareciera extraído de un más allá casi inaccesible. La poesía devela, corre los velos. Poetizar es develar, mostrar al mundo lo oculto, quitar las máscaras. Lo innombrable es nombrado. Para existir, lo sagrado debe volverse terrestre; porque el poder del  reino terrestre es el poder de la vida. La poesía comparte con los animales “los infiernos delicados de la belleza”; y esto se hará evidente “el día en que los ángeles, vuelvan a ser pájaros”, según concluye el poeta.

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