Fuegos

Por Leopoldo Teuco Castilla (Escritor, poeta y ensayista) Fundador de los bosques de la poesía y premio Carlos de Honor 2021 en Villa Carlos Paz.
viernes, 25 de febrero de 2022 · 13:37

Por Leopoldo Teuco Castilla

(Escritor, poeta y ensayista) 

El poeta cuando recibió el máximo galardón que entrega Villa Carlos Paz. Él lo recibió por su trayectoria literaria y por su defensa de la naturaleza.

 

Quería escribir sobre los incendios en Corrientes. Miles de hectáreas arrasadas por las llamas, miles de animales muertos y mucha miseria provocada por los codiciosos. Esos brutos sin una chispa en el entendimiento. Los que quemaron vivos al gato montés y carbonizaron a la tortuga que guardaba, más que ellos, los legados del tiempo. A los nidos de las garzas, esas criaturas que llevaban la alegría de la tierra a la luz del cielo y al yacaré, la nutria y al oso hormiguero. Y al relámpago sigiloso del yaguareté. Todos vueltos cenizas. Y cenizas los árboles que les daban sombra, sin darse cuenta que a los incendiarios los asolaba una sombra más oscura por dentro.
Ese individuo separado por su soberbia de la naturaleza -que no ve que sólo es una metamorfosis más de las criaturas que está extinguiendo- no aprendió nada. Ni siquiera de la ciencia, que no pudo violar la caverna prehistórica que perdura inviolable en su cerebro. Ese hueco que lo mueve a matar por una piedrita amarilla, el oro, o por un color como los racistas. Otros brutos tan ignorantes como perversos.
Cómo decirles a quienes tienen  los medios para cambiar las cosas, que la especie humana está al borde de su extinción, que son una sola hoguera los bosques más grandes del mundo, que los glaciares se derriten y liberan la presión violenta de las capas tectónicas las que derrumbarán las grandes ciudades  con los terremotos, las que desbordarán los océanos sepultando bajo el agua países enteros.
Alguien tiene que hacer algo. Las Naciones Unidas (unidas por el dinero) no tienen ni voz ni voto. Los más poderosos, los que no dan la cara, no se dan cuenta que pronto serán tan invisibles como todo lo que están destruyendo.
Pero, les decía, yo quería escribir sobre Corrientes. Más me despierto y veo las noticias. Putin acaba de desatar la guerra en Ucrania, una acción estratégica para evitar (o favorecer) el choque tectónico de dos imperios. En el otro lado del tablero a Trump, tan elemental, la acción le parece genial. Mientras (Joe) Biden y sus corifeos aprestan sus máquinas de exterminio para entrar en el juego. Todos atentos a una jugada maestra mientras sonríen pensando en esos ingenuos que claman porque hagan algo por la vida en la tierra, algo que frene el calentamiento global que de seguir así, como predijo Stephen Hawkins, en seiscientos años será en el espacio una bola ardiendo.
En los dos extremos ellos creen que piensan, que saben lo que están haciendo y lanzan los misiles y multiplican la muerte con sus bocas de fuego. Nada los detiene. Ellos que fueron elegidos sólo para administrar sus países se creen los Césares, con la soberbia de Nerón que cantaba mirando a Roma en llamas. Con la misma estulticia del que cree que construye el futuro que está deshaciendo.
Hasta que no quede nadie sobre la tierra que haga memoria.
Para entonces todo el oro volverá al ojo del tigre, todos los colores serán uno en el colibrí en vuelo.
Y de lo que fue el hombre un espejismo que se va apagando en el desierto.

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