Aldo Parfeniuk; Un hombre canta. Antología personal                                                            

La experiencia sensible

Por  Silvia Barei (Escritora, periodista y crítica literaria)                                                        

  Por  Silvia Barei
(Escritora, periodista y crítica literaria)

 

Lo primero que nos interpela cuando recibimos un libro de poemas es la cuestión de cómo escribir poesía en el siglo XXI?. Esta pregunta abre un abanico de cuestiones y problemas, reconozco que es algo incómoda al pensar la literatura como una clase de lenguaje de la cultura cuya densidad y concentración parece disolverse frente a la lectura rápida, dispersa y  fragmentada de las pantallas electrónicas.

Parfeniuk en la presentación en Córdoba de su antologia personal "Un hombre que canta."

 

Los que escribimos sabemos que nos representamos a nosotros mismos y a los demás a través del lenguaje y que éste implica un modo de dar cuenta de nuestra experiencia sensible del mundo.

Esta experiencia implica acaso un desplazamiento porque ése que escribe se sabe en un círculo de extrañeza donde muchas cosas conservan un carácter enigmático que la poesía no alcanza a discernir en su forma completa pero que arriesga en sus sentidos.

Ese que escribe puede que mire acodado a una ventana,  abra una puerta, tal vez cruce la calle, camine hasta el parque, hasta el borde del viejo río de la infancia, se siente en una piedra, abrace un árbol, contemple la sierra recortada contra el esplendor del cielo.

Por ello desde esa vivencia el poeta se vigila a sí mismo y vigila con inquietud las palabras. Sabe que ninguna de ellas termina de descorrer velos, ninguna de ellas puede alejarnos de la confusión ni puede reparar lo que nosotros mismos hemos abandonado o destruido.

Mira el paisaje al acecho de un poema que no termina de aparecer y se atreve a unos versos que son espejo de la propia subjetividad : “yo soy ese pájaro que al despedirse el día/ levanta puntualmente el vuelo/en busca de su nido/ o de esa obstinada troika/que nunca termina/ de perderse en la nieve” (Formas de la melancolía”)

Y ahí está su memoria - que es de uno y es de muchos- para evocar las circunstancias que lo han convertido en lo que es: alguien que desde el umbral de la escritura puede lanzarse a un mundo que desconcierta en su belleza y también en su crueldad.

 Y ese hombre que escribe, que ha escrito desde siempre, un buen día junta todos sus libros, repasa sus papeles, revisa lo que ha escrito y descubre (ya se lo han dicho,  pero él no lo ha creído) que el secreto reside en la fuerza y la complejidad de la obra, la geografía de una imaginación especial, una atención que lo transforma todo.

Y de este descubrimiento, que es a la vez introspección y apertura a los demás, imagina una vuelta o un vuelo productivo. Una recopilación que permita orientarse en el juego de espejos múltiples que constituyen todos sus libros,  ya que una antología recorre en todas sus junturas internas el itinerario seguido por el autor.

Una antología estabiliza el movimiento, no como algo dado sino como un proceso, un juego dinámico, un entramado y una dirección aunque haya poemas  que quedan afuera, en otro lugar y para otra oportunidad.

Para mí esta antología titulada Un hombre canta es un libro de poemas simplemente atravesado por el tiempo, por los caminos, por los andares y los amores, por las palabras de un hombre que siente que canta.

Los poemas seleccionados por Aldo pertenecen a La Quirca, su primer libro de 1976, Caída libre, libre; Lo perdido, Provincia verde y espinosa, Amor y más amor, Un cielo, unas montañas; Los días verdaderos, Por donde sube el cerro al cielo, Cuaderno de la Villa y su último libro Un poema no debe hablar (2014).

Porque parece decirnos el poeta, un poema no debe hablar solamente. Debe mirar ya que mirar no es ver el mundo real, sino verlo a través de nuestra percepción: un fondo de arbustos, un punto de luz desvaído, las minúsculas gotas de agua, el recuerdo de un rostro o una conversación, un cuerpo, cosas que se cargan de emoción. Y entre ellas o por ellas,  el poeta se vuelve “un hombre (que) canta… cruzando los montes/ hacia la aventura secreta/de lo que te entregará/el silencio de los campos” dice el poema “Juegos de la memoria”

Sabemos que la poesía es una práctica humana de carácter íntimo cargada de imaginación y regida por las fuerzas del pasado, un fenómeno intersubjetivo que requiere de la resonancia y de la presencia de otro. “ Le has dado algo a alguien/, aunque más no fuere una ilusión efímera?”. (Requiem)

 

¿Debe esto importarnos cuando leemos la obra de Parfeniuk?

 

Debe importarnos porque siempre está allí el otro, la otra, los otros, nos-otros, los que estamos cerca como Silvia, la compañera a la que se nombra como… “Tañe a fuego tu nombre en mi memoria/ y avanzas por mis días, rubia de luz/ encendiendo el territorio baldío de mi sangre sublevada” (Rubia de luz”).

También nos-otros son los que amamos y  han quedado lejos “partiendo/como apurados pájaros “. He aquí el poema que habla del padre Speridion Parfeniuk, nacido en Ucrania y evocado por Aldo desde “la memoria/desteñida/ de su país de nieve/ y aldeanas por los campos/ y cosacos/ que ya no cantan más al viento/que levantan por última vez la mano/ y le vuelven la espalda./ y galopan” (“Paisaje tras la niebla”)

Hay entonces una yuxtaposición de micro acontecimientos sensibles cuyas resonancias son formas de presentación y de percepción que se vinculan con la potencia anónima de una cultura, de un pueblo, de su memoria. La poesía se hace cargo de ajustar cuentas con la historia, con la experiencia humana y el horizonte de sus luchas, los acontecimientos insignificantes de la vida cotidiana, las formas singulares de aparición e inscripción de la experiencia sensible, la re disposición de los objetos y las imágenes que conforman el mundo común: “la bandera de tregua/ con que el hombre,/ todavía,/ se saluda en el hombre:/ el sencillo estandarte / de la sonrisa humana,/ desnuda/ de consignas, de credos/ y de razas” (“El viajero”)

Crear y recrear lazos entre los individuos es también crear situaciones y encuentros con la naturaleza, con el paisaje, con los otros animales de la tierra. Es hacer consciente la fragilidad natural del sujeto humano, su pertenencia y su ajenidad respecto del mundo.

En estos lugares se  instala un desplazamiento de la percepción, la palabra y sus “posibles políticas” como diría Ranciere

Es decir, la tonalidad originariamente política de la poesía misma aparece sobre todo en fragmentos de una alianza rota entre el hombre y la naturaleza, la “callada memoria” del paisaje al situarse en el interior mismo de la vida. Poeta de la tierra llamaría yo a Aldo, un ser que habita su propia distancia ( que es el lenguaje) pero desde allí también se duele, también se compromete, también denuncia y vocifera. Una reacción, un contragolpe, una contrafuerza, un dispositivo que habla del encuentro con el horizonte de la vida y las fuerzas que la desbordan.

Tal vez el poema  “ Palabras para abrazar al río” del libro Un cielo, unas montañas de 1996 sea un buen ejemplo de esta denuncia y compromiso al dedicarlo directamente al río como sujeto vivo: “Al viejo San Antonio, que le ofrecen el retiro voluntario a cambio de un futuro de barro”:

“Ahora que ha llegado la hora globalizada/de envenenar el aire de los pájaros,/ y vender las montañas;/ y alquilar las sombras de los árboles/ y cobrar entrada para ver el paisaje.// Ahora que allá, en Cuesta Blanca,/ni la sombra protectora de Don Basualdo/ señala el sendero preciso/ para llegar a la curva grande del sauce,/al arsenal donde acampaban nuestros sueños gratis./ Ahora que el futuro lo manejan/ las ambiciones de unos pocos/ preocupados por el monto de las expropiaciones/(¿conocerán el verdadero río: su memoria de lluvia,/ su corazón de piedra, su carne de azul cielo?)”.                                                                       

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