Ucrania: Cosecha de la desesperanza, cosecha del sufrimiento

por Alejandro Sánchez-Aizcorbe y Marcela Valencia Tsuchiya

por Alejandro Sánchez-Aizcorbe y Marcela Valencia Tsuchiya

(Catedráticos y escritores peruano-americanos)

 

Grave error del gobierno ucranio de aquel entonces el de haber incorporado el Regimiento Asow, compuesto por nazis y ultraderechistas, a las fuerzas armadas regulares de Ucrania, en pago por su participación activa en las hostilidades militares de la guerra de Donbas.

Ese regimiento ha combatido en la ciudad puerto de Mariupol hasta que Zelensky le ordenó rendirse. Sus 1,700 sobrevivientes han sido trasladados a Rusia. Allá no han faltado quienes traigan a colación la pena de muerte para los nazis.

El Regimiento Asow ha sido el pretexto perfecto de Putin para enarbolar la falsedad de que uno de los objetivos de su guerra es la desnazificación de Ucrania.

Luego de la atrocidad stalinista-bolchevique de proletarizar a la fuerza al campesinado ucranio, causando hambrunas catastróficas —en las que se llegó repetidamente al canibalismo familiar—, cuando Hitler invadió Ucrania hubo ucranios que creyeron que los liberaría de la opresión soviética. Sabemos que aquello no ocurrió y que, durante la postguerra, no se apagaba, entre los pensadores, escritores, artistas, políticos y científicos ucranios, el viejo ideal de construir un país independiente.

Con todos los defectos que conocemos, el derecho y la historia (desde Heródoto) justifican a plenitud la existencia de la nación y Estado ucranios, de su música y poesía.

Las consecuencias globales de la Guerra de Ucrania desatada por Putin y sus socios —adictos a la sensualidad patológica de los nouveaux riches— se hacen sentir en todo el mundo, pues ocurre en uno de los graneros del planeta. Los que sufrirán espantosamente son los más pobres, entre ellos decenas de millones de africanos y latinoamericanos.

La falta de escrúpulos de gente como Putin, Labrov y el círculo de billonarios stalinistas, que juegan al Armagedón y a la bolsa, contribuye asimismo con el empobrecimiento de los rusos, y se combina malignamente con la sabiduría y prácticas imperiales de los actuales inquilinos del Kremlin.

Cuadros semejantes se han dado anteriormente en Europa, afectando al planeta entero. Los factores nuevos son el calentamiento global, la pandemia y la grave sociopatía de Putin, compartida por sus adeptos más cercanos y por la todavía gran cantidad de rusos que lo apoyan.

Sean cuales fueren sus consecuencias más brutales, el fenómeno de Putin, el nazismo, el terrorismo, la ultraderecha, la ultraizquierda, el fundamentalismo, el narcotráfico, la esclavitud de millones de seres humanos, el tráfico de gentes, constituyen fenómenos estrechamente concatenados que pueden convertirse en caso y subcasos terminales. La edad de Putin y Labrov y de su entorno apuntan biológicamente a la terminación.

Quizá el factor más nuevo de todos sea la incapacidad de los gobiernos de cualquier signo para atender las necesidades elementales de la población: los derechos a la vida, a un medioambiente relativamente limpio, a la tolerancia religiosa, a la migración, a la búsqueda de la felicidad y del bien común.

La pobreza y la carencia, aunadas a yates de cientos de millones de dólares que navegan en mares plastificados y aires malsanos, nos pintan un escenario decadente, mucho más cercano al Hombre Enfermo de Europa —el imperio otomano con su lujuria y pasión asesina— y a la idiotez palaciega de Roma que a una Catalina la Grande, totalmente imposible en el primer tercio del siglo XXI.

Es hora de que los ucranios dejen de sufrir y de morir innecesariamente; les ha sucedido durante siglos. Y también es hora de que los muchachos rusos no sigan pereciendo como moscas en una guerra que no los favorece, iniciada por sujetos que duermen en colchón de plumas, rodeados de cuerpos de alquiler.

Los banquetes de mendigos acaban a cuchilladas, aunque se celebren en yates.  

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