Líder de la logia P2

Liccio Gelli: el hombre que le cortó las manos a Perón                                    

Por Vidal Mario (Escritor, historiador y periodista)

 Por Vidal Mario

(Escritor, historiador y periodista)               

                              

En estos días se cumplieron 35 años de la profanación de los restos de Perón, fallecido el 1º de julio de 1974.

Todos los caminos hacia ese oscuro y nunca esclarecido hecho conducen a quien fuera todopoderoso líder de la logia mafiosa Propaganda Due (P2), Liccio Gelli.

“El hombre de las mil caras”, o “El titiritero siniestro”, como también le decían y que murió en el 2015, tuvo mucho que ver con ese extraño episodio ocurrido en 1987.

Por eso, ésta historia debe comenzar –y terminar- con ese italiano que en su tiempo fuera aún más poderoso e influyente que Perón.

 

Hábil, inmensamente rico

 

Liccio Gelli era muy hábil, inmensamente rico y propietario, entre otras cosas, de varias fábricas textiles. A los 25 años ya había sido jefe del equipo de enlace entre el ejército de Mussolini y las S.S. de Himler. Así como era uno de los máximos admiradores de Hitler, era también uno de los máximos enemigos del comunismo.

Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando empezó a desplegar una intensa actividad anticomunista, ante el temor de que el comunismo se apoderara de toda Italia.

Es que, en un momento dado, el noventa por ciento de los municipios italianos era comunista y había peligro de que Roma también cayera en manos de los rojos. Por eso apoyaba a los partidos de derecha, como la Democracia Cristiana de Aldo Moro.

Como abanderado del anticomunismo, de titular de una logia mafiosa de gravitación mundial, y de dueño de un inmenso poder económico, entraba a las casas de los líderes políticos europeos y americanos como si fuera el dueño de todo. No importaba quien fuera el presidente de turno: entraba a la Casa Blanca, a la Casa Rosada, o a donde fuere, con igual facilidad. No había puertas cerradas para él.

 

Cómo entró a la vida de Perón

 

José López Rega, estando en Roma, invitó a su superior Liccio Gelli a verlo a Perón, en Madrid. El primer contacto entre los dos se produjo en 1971, en “Puerta de Hierro”.

En ese primer encuentro, Gelli le preguntó a Perón: “General, ¿usted quiere recuperar el cadáver de su esposa?”, lo cual era algo que Perón venía buscando desde hacía años.

Acostumbrado a que le pidieran, que le sugirieran o que le ofrecieran cosas, Perón respondió: “Bueno, si usted puede hacer algo”. La verdad es que no creía mucho que el italiano pudiera hacer algo al respecto.

Pero a la semana el otro estaba de vuelta, con el cuerpo durante tantos años buscado. El cadáver de Eva Perón fue la tarjeta de presentación de Liccio Gelli ante el líder justicialista. Así fue como entró a su círculo íntimo, y en su confianza.

 

El artífice del retorno

Año 1973, Perón condecora al líder la logia Propaganda Due (P2), Liccio Gelli, con la Orden del Libertador Gral. José de San Martín. Después, todo cambió entre ellos.

 

Los viejos montoneros, hoy montoneros viejos, siguen diciendo por todos lados que ellos trajeron de vuelta a Perón. La verdad es que el que lo hizo fue Liccio Gelli.

Después de recuperar y devolverle el cadáver de Eva, de nuevo le preguntó: “General, ¿quiere usted volver a la Argentina, y recuperar el poder?”. Perón, que para entonces ya creía que ese tipo realmente era capaz de hacer cualquier cosa, le dijo que sí.

Por sus contactos, Gelli ya sabía que la CIA apoyaba el retorno de Perón. Ya le estaba alarmando el problema de las guerrillas en los distintos países del Cono Sur, y suponían que, respecto a la Argentina, Perón era el único que podía frenar la escalada terrorista.

Así que Gelli hizo esa propuesta porque ya tenía el visto bueno de la CIA. Ya sabía que era posible.

Así fue como Lanusse, quien había declarado que Perón no regresaba al país “porque no le daba el cuero”, comenzó a enviar emisarios a Perón para discutir el operativo regreso. Lo hizo porque empezó a recibir presión de los Estados Unidos para que así lo hiciera.

Por todo esto fue que Liccio Gelli fue un invitado de lujo en el juramento como Presidente de Perón, quien también le concedió otros diversos favores y distinciones.

Lo condecoró con la Orden de San Martín y lo designó para algo así como representante económico del país en la embajada argentina en Roma. Un cargo honorario que Gelli había pedido. Se creó ese cargo para él, porque no existía en la estructura de la cancillería.

Ese puesto, ad honorem, no era lo que realmente le interesaba a Liccio Gelli. A cambio de todos sus señalados favores a Perón, él tenía otro precio mucho más alto, un precio que ya había arreglado con López Rega.

Éste le dijo que Perón había aceptado. Sin embargo, Perón no sabía nada. “El Brujo” nunca le había dicho nada. Era una atribución que él se había tomado por su cuenta.

El plan era éste: cuando Perón llegara a la Presidencia, Liccio Gelli y Giulio Andreotti se harían cargo del control del comercio exterior argentino. Andreotti sería, después, primer ministro de Italia y terminaría preso, acusado de cargos de corrupción.

Cuando el ya presidente Perón se enteró por bocas del propio López Rega de esa pretensión, pegó el grito en el cielo.

Una cosa era darle una medalla y un cargo protocolar. De ahí a entregarle el control del comercio exterior argentino había un abismo. Sería un acto de traición a la patria. “Yo con esto no voy a comulgar”, dijo. Desde ese día, no quiso saber más nada de Liccio Gelli.

 

Una venganza mafiosa

 

Muchos años después, el 26 de junio de 1987, personas desconocidas entraron al cementerio de la Recoleta e ingresaron a la tumba de Perón. Rompieron el vidrio blindado de ocho centímetros de espesor que protegía el féretro, le cortaron las manos, y se las llevaron.

Era una típica venganza mafiosa. No ha existido ni existen en el país grupos ni de izquierda ni derecha que hagan una cosa así. De hecho, era la primera vez en la historia argentina que esto sucedía.

Era un acto de sello mafioso, un rito mafioso. Alguien se preguntará porque hace un jefe mafioso una cosa así cuando ya todo había pasado y ya todo debería ser historia. Es que, si no, no le respetan los otros. Necesitan demostrar poder para conservar el respeto de los demás. Es la forma de ser de ellos, del mundo de ellos.

 

Impunidad y olvido

 

El gobierno de Menem no investigó con la profundidad necesaria la misteriosa desaparición de esas manos. Ni el de Menem ni ningún otro gobierno posterior lo hizo porque se sabía y se sabe que es imposible encontrar las amputadas y desaparecidas manos del General.

El juez que investigaba el caso murió en un “accidente” automovilístico, y eso fue suficiente para que todo terminara allí.

Liccio Gelli, en 1976, siguió colaborando con el Proceso de Reorganización Nacional. Como en la época peronista y como si nada hubiera pasado, continuó sus funciones en la embajada argentina en Roma. La cancillería estaba en manos de la Marina, cuyo jefe era el almirante Eduardo Emilio Massera, quien al igual que José López Rega era uno de los hombres prominentes de la “P2” en nuestro país.

En 1986, Liccio Gelli también fue el responsable de la captura de López Rega, en los Estados Unidos.

Extraditado, lo procesaron por asociación ilícita, secuestro y homicidio en el marco de los juicios a los responsables del terrorismo de estado que en la Argentina él comenzó desde el Ministerio de “Bienestar Social”, a través de su grupo de terroristas de ultraderecha Triple A.                                                                                                                                                  

                                                                                                                                                                                                                                                       

  

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