La antología fue prologada por Horacio González y Laura Estrin

"Decir la suerte", la poesía de Susana Szwarc reunida

La editorial Con Texto publicó el año pasado los poemas escritos por la poeta quitilipense hasta el 2020.
jueves, 8 de septiembre de 2022 · 13:16

por Graciela Elizabeth Bergallo

(Escritora, Magister en Antropología Social)

 

Había acompañado previamente la presentación de La Resolana (cuentos reunidos), libro que también me pareció impactante. Ese libro se iniciaba con una cita de Wislawa Szymborska: “En los trágicos desfiladeros /el viento se lleva los sombreros/ y eso nos da risa”. Creo que es una síntesis del espíritu y el cuerpo de la escritura de Susana Szwarc. Los contrastes que desconciertan, el enigma, el tiempo circular, la analogía, la sincronicidad, esa natural capacidad perceptiva - intuitiva que se plasma en los poemas. Los territorios de la memoria que circulan: Polonia, Chaco, Buenos Aires, la infancia, los encierros, los ritos, las palabras en polaco, en guaraní, con las que se nombran esos mapas de la memoria.

Hay también una cita de Walter Adet con la que se inicia “En lo Separado”: “Así la vida deja de ser tal/ en su demasía de muerte y sólo abunda allá en lo separado./ Lejos, en lo perdido para siempre/ donde no hay caso de llegar sino hundido/ hasta el fondo en la pesadilla;/ sino frotándose los ojos con lejía (la flor de la ceniza)/ para tocar el aire de las formas…”

Leí en primer lugar los poemas inéditos. Sé que en cualquier interpretación, como decía Castoriadis, tanto en el psicoanálisis como en este caso la escritura, siempre hay algo de violencia cuando se supone que es la única interpretación posible. Los propios poemas se sustentan generalmente en sí mismos. Las lecturas según contextos pueden ser diferentes, pero hay un perfume sutil inconfundible en cada obra.

La poesía parece un zoom “En Blow Up o Ñembopacu (Divertimento)”, y aquello en lo que se enfoca abre nuevos campos de visión que muestran la intimidad, lo no visible, la inseparabilidad de las cosas, una sola piel, los ojos vendados, la soledad de una ampolla que se cura por sí sola.

La idea de fracción se intuye en “Tu ventana del Cuarto de Pessoa”. La luz fracciona la abundancia, lo que se carga a la basura, lo que habría que escribirse y mucho más, fracciona las cortinas el rayo de sol, “el más cálido si eso fuera posible”: la autora da indicaciones al poema como si fuera el montaje de un escenario. El ventilador libera todos los pensamientos, esa frase se guarda en papelitos para salir a la calle y encontrar luego, todavía, el camino de regreso.

“Afuera el monte espeso” y adentro en cualquier cuarto se encendía el fuego y la sopa humeaba, jugar a quien le toca el meollo, lo exterior, pero ante un refucilo no hay diferencias entre quien pierde y quien gana, ambos reciben la prenda: cubrirse, descubrirse, tantear los espacios de silencio.  Ir a buscarlos, recomenzar ¿vale todo? se pregunta.

Los clowns respiran recuerdos de flores venenosas en “Circo”, este poema del placer-terror de los circos, de la proximidad de la muerte. La desaparición: ¿Cómo saber si fue un acto perfecto de magia o hubo algún error? La gente no tiene idea si reír o llorar, aplauden. Aquí como en otros poemas la realidad también se escurre y no está separada de quien observa.

Los poemas parecen a veces los de alguien que juega con acertijos, que de repente se ve sorprendida por la sabiduría de una voz que llega y que a veces no sabe qué hacer con ella. Brota de alguna parte.

En “Horas” se lee:

Esa niña flaca, decimal con su flor/ roja al ladito del borde: mira claramente al que/ levanta la pala/un pie va a hundirse –con la pala –en el montón de barro./Es la hora del entierro y la flor/por arte de magia: será libro.

Los poemas de Szwarc no son clasificables, ni siquiera surrealistas, creo que no hay ninguna intencionalidad formal, o la intencionalidad es la libertad de las formas. La percepción de la autora es naturalmente así. Me recuerda el realismo desatinado del que hablaba Eduardo Roszenvaig. La realidad por sí misma ya es desatinada, el poema deviene de esas fracciones de una realidad que no tiene fronteras entre lo subjetivo y objetivo.

“No están estos poemas para filiarse a corriente alguna –dice Horacio González en el Prólogo- sino que ensayan una posibilidad: ¿puede el mundo armar nuevamente sus piezas desencajadas, sus diálogos despilfarrados, las frases que parecen haber pertenecido a un manual de la familia e historias organizadas y que un soplido horrendo las dejó repartidas en distintos poemas?”

 

Mi madre ve en las flores de su vestido

las flores del vestido de su madre

de donde salen las voces que le hablaban

cuando vivían

entre árboles.

En este poema: “Batones/bastiones” aparecen otra vez los vestidos cargados de significaciones, el pañuelo del cual se desprende o transmuta la realidad, la memoria. El pañuelo o el vestido pueden ser una habitación de otras cosas. Me recuerda el pensamiento analógico-mágico-poético del que habla Morin, otro tipo de racionalidad no lineal. Las cosas transmutan sus significaciones, o analógicamente una cosa puede transmutar en otra: un batón en un bosque o en un mar de lágrimas. Pero además se interpela la naturalización de una sola lectura posible de la realidad en la cita de Ludwig Wittgenstein que está en el inicio del poemario: “¿Es en la oscuridad roja la rosa?”                                                                                                    

Hay silencios en el libro, a la vuelta de cada hoja, el silencio de lo indecible, a veces. Un silencio que se dice con liviandad, con crudeza, con belleza.

“La poesía de Susana Szwarc es una poesía inaudita en este tiempo de formas fáciles” -afirma Laura Estrin en el prólogo. La domesticidad en su poesía es una reliquia: “Lo que se obstina en permanecer/ es aquella ceremonia …”, “Uno canta la muerte del otro./El silencio no existe./De ese silencio surgen intermitencias,/fogonazos.”

La poesía de Susana Szwarc no atropella al lector, hay delicadeza para decir lo más trágico, y pide lo mismo a quien lee:

En “Dedicatoria” dice:

Abraza las hojas. Que la lluvia o el sol/exageradamente fuertes / no lastimen

Que se arruguen

se ajen

les caiga una gota

de café o aceite

no molesta. Es lo común de la vida.

Lo único (único) grave es que se borre

alguna letra/algún nombre/ alguna frase musical…

“Decir la Suerte” ¿tiene que ver con las cosas que se juntan, no como yuxtaposiciones, o decisiones demasiado racionales, sino porque estaban destinadas a encontrarse?

Si, como dice Laura Estrin, “La poesía le gana a la historia”, leer la poesía de Susana Szwarc nos dice la suerte de “una libertad inaudita”. Y  nos convida diciendo : Siempre guardo algún terrón de azúcar/ en la boca/para repartirlo en días de diluvio.

                                              

Poemas de Szwarc

 

Alza el balde. Se pregunta

cuál pesa menos, un lleno

o un vacío. No alcanza

la respuesta porque ve

otros ojos.

El observador determina

que semejante situación:

la sequía, el calor, pero

sobre todo el largo trayecto

con baldes repletos,

es dramática para una mujer.

Mientras la mira

caminar con los baldes

le informa: es un drama.

-Pesa vacío. Lleno pesa menos,

dice, la del balde

y ofrece agua. Silencio.

Junta.

Envuelta en la mirada

que le avisó, su andar se hace

pesado. Tiene sed.

 

tiempo regresa

En el prolongarse de las vías

alguien lanza piedras

con pasión.

Allá detrás

de los árboles también

hay durazneros.

Insistencia del ojo

en tránsito: ver

sus flores (rosadas-rosadas)

mientras el guardatrenes nos obliga

a no mirar.

¿Cerrar las persianas

evitaría el golpe

a la mirada en flor?

Es cuestión de tiempo esperar

el fruto (de la estación

más bella

de la flor que cae

pedrada-rosada).

¿O escuchar a otro

pasajero

dormir sin saber

si -ahora- sueña?

Como si mordiera el durazno (sus flores)

por distraer incesante

lo que doliera.

 

en Avia Terai

Primera función

en la playa del tren

y los clowns que no logran

concentrarse.

Tanto ensayar para que el tiempo

no los ayude. Solo transpiran

recuerdos de flores venenosas.

Nada tuvo gracia, más bien

todo el número fue una desgracia.

(Como siempre, el éxito del clown

es su fracaso, aunque no crea en ellos.)

Por suerte entra el mago, certero. 

Sus flechas, dieciocho tiradas a un tiempo,

vuelan por el espacio,

retornan, y él las sujeta, una por una. A veces

se diluyen en el espacio.

El mago, ahora, las arroja y la trapecista

confiada

ve, ante todo,

ese vuelo. Después,

¿no ve más?

Gira, aletargada ¿Se sorprendió?

¿Alcanzó a pensar que las cosas

también

son así?

Las flechas toman una sola dirección: el cuerpo de la mujer

y caen sobre su frente, los brazos,  las piernas, la ingle, la pelvis.

Desaparecen, flechas en el cuerpo. Desaparece el cuerpo.

Nos queda la reacción del público.  ¿Cómo saber

si fue un acto perfecto de magia o hubo algún error?

No tienen idea de si reír o llorar.

 Aplauden.

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