Vidal Mario

El proceso que desembocó en la Guerra de la Triple Alianza

López extermina a los opositores a su elección
sábado, 25 de febrero de 2023 · 11:16

Podría decirse que el proceso que desembocó en la Guerra de la Triple Alianza comenzó el 16 de octubre de 1862.

Ese día, Francisco Solano López convocó al Congreso para leer el testamento de su padre, donde el mismo lo elegía heredero suyo en el cargo de Presidente.

En esa misma sesión, López se hizo nombrar Presidente de la República del Paraguay, por un período de diez años.

Veintidós años después (11 de agosto de 1884) el sacerdote Fidel Maíz, en una conferencia que ofreció en el Ateneo Paraguayo, recordó de esta manera la “entronización” de López:

“Yo temblé ante el asomo pavoroso de ese poder sin límites y árbitro de vidas y haciendas que se entronizaba con todo el cortejo del orgullo personal y material”.

Algunos cometieron la imprudencia de pensar en voz alta que el menor de los tres hermanos López (Benigno), aunque tan libertino como los otros dos, era el indicado para reemplazar a su padre.

Decían que Benigno no iba a andar rompiendo la política de “pluma, no espada” (diplomacia, no contienda) trazada por Carlos Antonio López para manejar los problemas de límites que desde 1850 Paraguay tenía con el Brasil.

Otros abogaron para que no se le diera a Francisco Solano López facultades omnipotentes al estilo de Gaspar Rodríguez de Francia.

Contra sus opositores, López actuó literalmente a sangre y fuego, sin contemplaciones.

Todos los que manifestaron sus preferencias por su hermano Benigno fueron detenidos, engrillados y encarcelados. Casi todos ellos terminaron muertos en la cárcel.

A Benigno, años después lo fusiló. Al otro hermano, Venancio, dejó que se muera de hambre.

En aquella sesión en el Congreso, uno de los diputados, José María Varela, se atrevió a recordar que el artículo segundo de la Constitución prohibía que el gobierno de la República fuese patrimonio de una sola persona, o de una familia.

Al día siguiente, López lo mandó arrestar y poco después sacaban su cadáver de la prisión.

El 4 de diciembre de 1862, ordenó encarcelar al citado padre Fidel Maíz, Rector del Colegio Seminario de Asunción y ex preceptor suyo. También, al sacerdote José Carmen Moreno, profesor de la Primera Aula de Latinidad del mismo Colegio.

Además de ser apresados, fueron dados de baja “por difundir en el ánimo de la juventud ideas subversivas contra la causa pública”. Otra acusación contra los mismos era la de “inocular, bajo la sombra de la virtud, doctrinas bastardas y criminales”.

Nada más se supo del infortunado sacerdote José Carmen Moreno, pero el padre Maíz tuvo más suerte.

Luego de varios años de cárcel, fue “perdonado” por López a condición de presidir uno de los sangrientos “tribunales de sangre” que el mismo creó para ejecutar a centenares de supuestos conspiradores, durante el “Proceso de San Fernando”.

Otro caído en desgracia fue el anciano presidente de la Corte Suprema de Justicia, doctor Pedro Lezcano, quien luego de tres años de sufrimiento murió en la cárcel.

Por la euforia popular desatada por la declaración de guerra a la Argentina, nadie se enteró de la muerte de dicho juez.

George Thompson era un ingeniero inglés al servicio del Paraguay, y ostentaba el rango de teniente coronel del ejército paraguayo. Fue uno de los pocos extranjeros condecorados por López.

Muchos años después, al escribir sus memorias sobre la guerra, relató lo siguiente sobre el infortunado destino de algunos de aquellos disidentes paraguayos:

“Las personas que López encarceló el día de su elección morían en las prisiones una tras otra, y el mal trato que se les daba infundió gran terror en la población.

El cuerpo del magistrado Lezcano fue enviado al hospital para practicarle la autopsia, operación que se ejecutaba en todas las personas distinguidas que morían, para mostrar que no habían sido envenenadas.

El jefe de policía llamó a la esposa de Lezcano, le dijo sonriendo que su marido estaba en libertad, y que podía ir a cuidarlo en el hospital. La señora, enajenada de placer, corrió al hospital, pero cuál sería su horror al encontrar el cuerpo de su esposo en la sala de disección.

Sus restos fueron llevados por la tarde en una carreta conducida por agentes de la autoridad, no teniendo su infeliz familia ni aún el triste consuelo de enterrarlo.

Un señor, de apellido Jovellanos, fue devuelto a su familia en el momento de morir.

Cuando murió, el presidente López envió como en el primer caso una carreta de bueyes conducida por vigilantes, los que penetrando brutalmente en la casa arrastraron el cadáver por los pies y arrojándole en la carreta, se lo llevaron.

La población no respiraba de miedo”.

El Jovellanos al que se refería Thomson era el juez Ricardo Jovellanos, primer marido de Dolores Urdapilleta Carissimo, a su vez confinada en la selva como “destinada”. Sobrevivió, pero sus pequeños hijos murieron en cautiverio. Diecisiete años después volvió a casarse, y tuvo otro hijo: el escritor Juan E. O´Leary.

Un Nerón americano

La cuestión es que López todavía no se acomodaba en su cargo cuando ya comenzaba a hacer méritos para el título de “Nerón americano”, como algunos lo recordarían después.

En Argentina, pronto comenzó a ser calificado también de “potentado ambicioso y caprichoso”, “abominable dictador”, “miserable opresor”, y “dictador implacable”.

Desde principios de 1864, en Argentina se comenzó a hablar insistentemente de “amenaza paraguaya”. Es que informes procedentes de Asunción daban cuenta que el Paraguay aparentemente se estaba preparando para una guerra.

Lo cual era cierto: López estaba preparando un ejército bien entrenado, sólido y aguerrido.

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