Vidal Mario

Tras invadir el Brasil, López también ataca a la Argentina

martes, 28 de febrero de 2023 · 10:19

(Cuarta Nota)

                    

Poco le importó a López la advertencia de Paranhos, consignada en nuestra nota anterior. Por el contrario, decidió encarar otra operación militar contra el Brasil, ésta vez para tomar la importante y estratégica ciudad de Río Grande del Sur.

Para esa segunda invasión, preparó 25.000 hombres.

El 14 de enero de 1865, el canciller paraguayo José Bergés (otro que al final terminaría siendo fusilado por López) mandó una nota a su colega argentino Rufino de Elizalde.

Solicitó “permiso de tránsito inocente por la provincia de Corrientes para el ejército que debe operar contra el Imperio del Brasil, en su provincia de San Pedro de Río Grande del Sud”.

El propio Mitre le contestó el 5 de febrero siguiente. El presidente argentino rechazó el pedido y aprovechó para exigir “explicaciones” por la verificada concentración de soldados paraguayos en las fronteras con Argentina.

La reacción de López ante la respuesta de Mitre fue convocar a sesión al “parlamento” paraguayo, que hacía tres años que no sesionaba.

Las sesiones se iniciaron el 5 de marzo, y culminaron el 8. En esos tres días, se adoptaron las siguientes resoluciones:

. Autorizar al gobierno a gestionar un préstamo de 5.000.000 de libras esterlinas.

. Otorgar a López el rango de Mariscal de Campo con un sueldo de 60.000 duros anuales, obsequiarle una espada y una joya de honor, pedirle “no exponer en la guerra su preciosa vida”, y que “por mano del verdugo público” se quemen todos los diarios argentinos que circulen en Asunción y en el resto del territorio paraguayo.

También se sancionó una ley cuyo artículo primero autorizaba a López a “continuar la guerra contra el Imperio del Brasil”.

El artículo segundo de ésta otra ley consignaba: “Declárase la guerra al actual gobierno argentino hasta que dé las seguridades y satisfacciones debidas a los derechos, a la honra y la dignidad de la nación paraguaya y a su gobierno”.

La decisión de continuar las operaciones bélicas contra el Brasil y la posterior declaración de guerra a Argentina volvieron a provocar en las calles, clubes y plazas públicas de Asunción una epidemia de bailes y de celebraciones.

Como en Matto Grosso

Como sucediera cuatro meses antes en el Matto Grosso, tropas paraguayas aparecieron sorpresivamente en Corrientes.

El ataque empezó a las 7 de la mañana del 13 de abril de 1865, en medio del feriado por el Jueves Santo.

Cinco vapores paraguayos se acercaron a los barcos argentinos 25 de Mayo y Gualeguay, anclados en el puerto correntino. Los ametrallaron, los abordaron y los tomaron.

No hubo resistencia de parte de los atacados. Como no tenían ni idea de que algo así pudiera suceder, la sorpresa fue total.

Cuarenta y nueve personas, entre ellos un capitán, un oficial mayor y cuatro tenientes fueron tomados prisioneros, y los demás fueron pasados a cuchillo o se arrojaron al río para buscar a nado la costa.

Quienes se arrojaron al agua, pero fueron recapturados terminaron fusilados en el mismo puerto.

Al día siguiente, Viernes Santo, en cinco vapores llegaron otros tres mil soldados al mando del general Wenceslao Robles, quien entonces ni se imaginaba que apenas meses después, el 8 de enero de 1866, sería fusilado en Paso de la Patria por orden de López, acusado de una supuesta conspiración.

Casi al mismo tiempo, llegaron por tierra otros ochocientos hombres que, tras cruzar el Paraná, marcharon por Paso de la Patria rumbo a la capital correntina.

Y, mientras Robles desembarcaba y se estacionaba con 25.000 hombres en la zona del Riachuelo, otros 12.000 soldados al mando del teniente coronel Antonio Estigarribia cruzaron Misiones para atacar Río Grande del Sur.

Tres correntinos de apellido Gauna, Silvero y Cáceres, designados por López, se hicieron cargo del gobierno de Corrientes.

El gobernador Lagraña, que había huido, comenzó a preparar la resistencia en el sur de la provincia. Convocó al pueblo correntino a las armas y decretó que todo hombre de 16 a 60 años se edad fuesen enrolados en el ejército.

Se advirtió que los aptos para el combate que no acataran dicha orden serían calificados de traidores y fusilados. Lagraña logró reunir seis mil hombres, que quedaron al mando del general Cáceres.

Corrientes, saqueada

Mientras tanto, a medida que caían en manos invasoras, los pueblos del interior correntino eran saqueados.

Vacas, caballos, lana, algodón, alimentos, vino, licores, cerveza y objetos de valor eran llevados en barcos a Humaitá, donde eran almacenados en grandes corrales y depósitos.

Con el río libre y a su disposición, los barcos paraguayos incursionaban permanentemente para saquear pueblos y aldeas y regresar al Paraguay con el botín.

Los habitantes de estas poblaciones del interior fueron maltratados, y muchos fueron ejecutados bajo cargo de tener algún tipo de entendimiento con el enemigo.

Los pobladores de Goya abandonaron en masa la ciudad para refugiarse en las islas cercanas. Todo cuanto había en sus casas era cargado en barcos y enviado al Paraguay.

Muchos cotizados objetos fueron remitidos directamente a López, entre ellos un hermoso piano sacado de la casa de un tal Delfino, que le fue obsequiado a “Madame Lynch”.

Los archivos del gobierno de Corrientes, junto con otros documentos, también fueron llevados a Asunción.

Sin embargo, no tocaron la capital. La idea era mostrar a López como civilizado y honorable. A quienes así lo quisieran, se les daba autorización para abandonar la ciudad.

Se hizo obligatorio el uso de la moneda guaraní, que fue introducida en gran cantidad.

Sin embargo, en la capital de Corrientes ocurrió un hecho sumamente grave: el secuestro y envío al Paraguay en calidad de prisioneras de varias mujeres de la alta sociedad, a quienes la historia conoce con el nombre de “las cautivas correntinas”.

La toma de Corrientes fue celebrada en Asunción como un gran triunfo paraguayo y, de nuevo, todo el mundo salió a bailar.

Los paraguayos no sabían, entonces, que con esta invasión a Corrientes se había prendido la mecha de lo que después se llamaría la Guerra de la Triple Alianza.

Una guerra que a lo largo de cinco años dentro del territorio paraguayo iría derrumbando hogares, exterminando familias enteras, quemando corazones, inmolando en el altar de la locura incluso a niños, y arrasando con su lengua de fuego toda una cultura.

La pesadilla, para los paraguayos, recién terminó el 1º de marzo de 1870, con la muerte de López a orillas del río Aquidabán.

La muerte de López

A López no lo ultimó una patrulla brasileña (que sí le ocasionó, un tajo en la frente y un lanzazo en el bajo vientre), como generalmente se cree. El que terminó matándolo de un tiro de fusil fue un teniente primero paraguayo de apellido Solís Riquelme.

Así lo testimonió, el coronel Patricio Escobar, ayudante de López hasta el último día, y que años después llegaría a ser el noveno Presidente constitucional del Paraguay.

En sus memorias, dejó asentado:

“Allí sonó el misterioso tiro de fusil que puso fin a su vida. ¿De dónde vino ese disparo? No era del ejército brasileño, sino de los matorrales.

En los matorrales se hallaban las siguientes personas: coronel Silvestre Aveiro, teniente primero Guillermo González, mayor Eduardo Vera, alférez Cándido Silva, teniente primero Solís Riquelme, teniente primero Ignacio Ibarra, Juan Crisóstomo Centurión, y yo. Sorprendido por el tiro que recibió el Mariscal y que no fuera disparado por nadie del ejército brasileño, Aveiro y yo entramos en los matorrales para averiguar qué cosa ocurría allí. Y vimos al teniente primero Solís Riquelme con un fusil en la mano. Nos dijo:

“Y cuentave jajuka, porque si no, oguerahamoa umi kambá oyembohory hese há ombohoryka umi gente paraguaÿgua pype, ha ndo valey upeva. Topyta nga ñanendive” (“Más vale matarlo, de lo contrario esos negros/indios lo iban a llevar a burlarse de él, incluso haría que los asuncenos se burlen de él, y eso no es bueno. Mejor que se quede nomás con nosotros”.

Son todavía demasiados recientes los hechos para poder ser juzgados con fría severidad. Más, si alguna vez ha de hacerse el juzgamiento de aquellos hechos, valga a todos saber que al teniente primero Solís Riquelme no le movió un oscuro instinto criminal sino una tremenda piedad hacia el gran hombre.

Ese fue el fin del Mariscal, y éstos son algunos de mis recuerdos personales sobre aquellos hechos. Y para que a todos conste de lo que digo, lo firmo con el propio señor teniente primero Solís Riquelme.

El coronel Patricio Escobar juró ante el obispo de Asunción, Juan Sinforiano Bogarín, que todo cuanto dijo eran ciertos. Después lo ratificó ante el escribano D. Audibert, oficiando de testigos, entre otros, los historiadores Juan E.O’Leary y Cecilio Báez. 

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