Café de chinitas
Coros y Danzas de Granada. El idilio de la danza y la palabra. Por Fernando Mesquida Garrido
Por Fernando Mesquida Garrido
(Granada, España)
Dedicado a las hermanas Amparo y María Almohalla.
El paraíso es un café cantante, el paraíso es el café de Chinitas. Tras presenciar la magistral interpretación y puesta en escena de la obra “Café de Chinitas” por el grupo de Coros y Danzas de Granada, en el Teatro Isabel la Católica de Granada, en la memorable mañana del 12 de mayo de 2024, el café de Chinitas se convierte en un paraíso recobrado del que no quisiéramos salir. A buen seguro que Federico García Lorca, hubiera puesto la mejor guirnalda de sus versos a cada uno de los artistas que componen esta
compañía entregada a la recuperación, conservación y difusión del folklore andaluz y granadino más genuinos. La excelsa obra de arte que ha creado el grupo de Coros y Danzas de Granada y en cuya organización ha contado con la inestimable colaboración de la “Hermandad del Resucitado de Regina Mundi”, no merece más calificativos que los puedan ser dados desde la admiración más entregada.
El café Chinitas fue un teatrillo fundado en Málaga en 1857 y cerrado en 1937, en plena guerra civil. Como café teatro fue el de mayor fama en la España de su tiempo. Por él pasaron Lorca, La Argentinita, Salvador Dalí, Vicente Aleixandre, entre otras insignes personalidades de la cultura de aquel tiempo. Estrellita de Castro o Manolo Caracol y otros muchos, derramaron su arte en el pequeño teatro. El lugar inspiró una composición popular a Lorca. Ya al comienzo de la obra, una bellísima puesta en escena con todo el elenco detenido y en silencio, nos evoca algún lienzo del costumbrismo colorista del pintor José Benlliure. Un lienzo que poco a poco va cobrando vida en sutiles movimientos de los brazos de las bailarinas. El exultante cromatismo va perfilándose en cada uno de los bailarines llevándonos de manera gradual a lo que será después un estallido de vida y arte. No en balde, en un extremo del escenario vemos una pintora, vestida de negro, —para no restar protagonismo al exultante colorido del espectáculo— que va dejando cromática constancia del evento, seguramente intuiría que lo plasmado sería una gran obra, porque ya lo era lo que a sus ojos y oídos se ofrecía. Unas collejas mesitas –calificativo tan propio de Granada- con velitas y cerámica granadina proporcionan la atmósfera apropiada de un café cantante y nos invitan a tomar asiento y sumergirnos en una corriente que nos llevará con fuerza inusitada hasta los últimos compases del espectáculo. “Esas mesitas bajas y la tarima al fondo, no hace falta más luz que una mirada furtiva”, nos diría el poeta. Y ciertamente las miradas furtivas se mezclaron con las miradas absortas y apasionadas de quienes presenciamos el espectáculo, atrapados por la belleza y el buen gusto de la puesta en escena e interpretación de una obra que quedará para el recuerdo de los grandes momentos que el Teatro Isabel la Católica ha podido ofrecer a su público.
“Me enamoré de Granada”, escuchamos al comienzo, cuando ya el público se había enamorado de la obra. Porque hay espectáculos que mantienen un idilio con el espectador desde el primer momento. Es como un flechazo, un amor a primera vista. El duende se hizo arte y habitó entre toda la audiencia en la luminosa, primaveral mañana de aquel inolvidable día. Un duende que fue expresado como nadie podía hacerlo más que los artistas del grupo de Coros y Danzas de Granada, integrado por 30 talentosos bailarines y bailarinas que comenzaron desde muy niños a iniciarse en las danzas folklóricas —como las hermanas Amparo y María Almohalla, o las simpáticas gemelas Inés y Carolina— , acompañados de 15 músicos bajo la dirección de
Carlos Marín.
El ramillete de bailes y canciones del más puro andalucismo y granadinismo, —desde el costumbrismo de “Calle Elvira donde habitan las manolas…”, “Con el vito”, o verdiales malagueños, —tierra del homenajeado café teatro— , entre otras— se sucedieron en escena y conformaron un variado repertorio folclórico interpretado de manera incansable e impecable por el entregado cuerpo de baile que fue creciéndose a medida que se desarrollaba el espectáculo, e hizo las delicias de un espectador que no podía sustraerse por un momento a cuanto acontecía en la escena. Acompañados todos por unos músicos que supieron interpretar las mejores notas para que los bailarines alcanzaran su cénit, en una armoniosa amalgama de baile, cante y poesía. No faltaron clásicos como “Los cuatro muleros” o “Verde que te quiero verde”. Nos pareció todo un acierto ese contrapunto entre la palabra, los versos y la danza.
Mención especial merece la pareja de baile de Carlos Marín y Amparo Almohalla, con su verde falda al aire de la esperanza, en un bello y alegre bolero de elegantes y alados vuelos.
Mª del Mar Peña, fue la voz poética de la representación, saliendo a escena para recitarnos versos de Lorca, transmitiendo la más pura esencia de cada emoción del poeta, a través de una interpretación llena de matices, en sus inflexiones de voz y gestualidad.
A lo largo del espectáculo los bailes se sucedieron en un “in crescendo” de fuego e intensidad, hasta llegar a su cenit y prender el ánimo de todos los asistentes. Hay que destacar el gran y meritorio trabajo de la puesta en escena y dirección artística de la obra a cargo de Carlos Gilabert, director de la agrupación, y de Antonio Jesús Castillo quienes nos demostraron su buen
gusto y capacidad para amalgamar bailes, palabras, versos de Lorca, emociones; en su singular homenaje a un lugar importante de la cultura popular andaluza y española: el Café de Chinitas. Una puesta en escena que contó también con los versos del Poema del Cante Jondo de Federico García Lorca. Fuerza, gesto, temperamento, alegría. Siempre el duende revoltoso, dionisiaco e inquieto en inspirados movimientos y evoluciones de los artistas.
Un público entregado y cautivado no escatimó aplausos y bravos para los Coros y Danzas de Granada que con la chispa divina de su danza nos abrieron las puertas del cielo en la mañana del 12 de mayo.
¿Qué tendrán los coros y danzas de Granada que cuando asistimos a sus espectáculos nos sentimos tocados por un ánimo entusiasta que se derrocha en la escena, lleno pasión por el arte y el trabajo bien hecho?
En la vida en ocasiones hay un antes y después. Tras asistir al Café de Chinitas, nos sentimos traspasados, el arte ha llegado hasta nosotros y ha sido capaz de transformar nuestra cotidiana realidad en algo bello y estimulante.
En el Café de Chinitas
dijo Paquiro a su hermano.
Soy más valiente que tú,
más torero y más gitano
Sacó Paquiro el reloj
y dijo de esta manera:
Este toro ha de morir
antes de las cuatro y media.
Al dar las cuatro en la Plaza,
se salieron del Café.
Y era Paquiro en la calle,
un torero de cartel.