Historias Mínimas
Pancho de La Cuchilla: el curandero riojano que sanaba con métodos de los diaguitas
Por Luis Hernán López
Periodista / Escritor
El pasado 17 de octubre, se cumplieron 85 años de su partida física, sin embargo, el nombre de Francisco Ormeño sigue siendo tan respetado como admirado en La Rioja. Sus diagnósticos eran tan precisos que se le atribuían pactos celestiales, sin embargo, quienes lo conocieron aseguran que aplicaba métodos de los indios diaguitas para diagnosticar y curar a los enfermos que lo visitaban.
Su figura extravagante era un sinónimo de salvación para aquellos desahuciados que llegaban desde distintos puntos del país, suplicando una cura o un alivio para sus terribles enfermedades.
Hablar de “Don Pancho” en La Rioja es elevar su nombre a la altura de la más pura santidad, donde todo era posible para ese hombre que por días enteros se dedicaba a diagnosticar y curar a pobres habitantes que recurrían a él aquejados hasta con huesos rotos. Los más potentados hacendados también desafiaban las agrestes huellas que llevaban por medio de los cerros a su casona de adobe y paja, donde aplicaba sus dotes de santidad, taumaturgia, filosofía, magia, esoterismo y clarividencia.
Don Francisco Ormeño, más conocido por don Pancho Ormeño, o Pancho de la Cuchillas (en honor a los cerros que rodeaban su hogar), cuya especialidad era la uroscopia o arte de diagnosticar por medio de la orina de los enfermos ¿Cuál era el procedimiento? Sobre una superficie plana colocaba el frasco conteniendo la orina, el que por la acción de los rayos solares, proyectaba lo que él observaba cuidadosamente: color, densidad, formas, características, etc. Allí “veía” luego de haber “analizado” y con certeza podía diagnosticar el mal, procediendo inmediatamente a establecer el tratamiento.
Acto seguido, con papel y lápiz, y teniendo su rodilla como punto de apoyo, confeccionaba la receta o indicaciones a seguir, las que distaban años luz de una receta convencional.
El profundo conocimiento de la naturaleza, repleta de elementos que posteriormente dan origen a infinidad de medicamentos y fármacos, fue un sello identificatorio y base de trabajo para los métodos curativos de “Don Pancho Ormeño”.
Luego curaba con yuyos o pelos de animales, aplicando técnicas ancestrales de aquellos primeros habitantes, verdaderos dueños de estas tierras.
¿Quién fue don Francisco Ormeño?
Nació en Aicuña, provincia de La Rioja, en 1850. Ese año, el país se debatía entre las guerras civiles y contra los indios del sur y del gran chaco. Quince años atrás, el gran caudillo de su tierra Facundo Quiroga había claudicado en Barranca Yaco y las montoneras del “Chacho” Peñaloza, se opacaban ante la concentración de los ejércitos en Buenos Aires.
Juan Manuel de Rosas vivió los últimos años de su prolongada dictadura.
Francisco había sido bautizado con un apellido, añejo y tradicional, en una Rioja, cuna de héroes y caudillos.
Los cerros riojanos fueron su cuna y también su tumba, cuando expiró noventa años después de su nacimiento.
Don Pancho de la Cuchilla, desde niño mostró sus dotes de curandero y si bien no hay testimonios firmes, la tradición oral lo describe como un niño aficionado a las plantas y a la curación, principalmente de la hacienda de su familia y de familias vecinas. Aseguran que siempre utilizó métodos ancestrales empleados por los primeros habitantes de esa zona.
Luego que su fama se desparramara por la región, don Francisco Ormeño, (Pancho) se hizo construir una casona de piedra y adobe con varias habitaciones en la zona montañosa denominada “La Cuchilla”, paraje sumamente pintoresco y solitario, muy cercano a su lugar de nacimiento.
Se casó con Manuela del Rosario Oliva, con quién tuvo 4 hijos. De descendencia ancestral de aquellos hijos de la tierra. Hombre barbado y de figura famélica, cuan buscador de oro en las minas de California, Don Pancho de La Cuchilla se sumergía diariamente en el más absoluto de los silencios contemplando las nieves eternas de la cordillera riojana.
Su historia de vida, de hombre de pocas palabras, excéntrico de mirada profunda y misteriosa, se conjugaba con una sabiduría heredada de aquellos que poblaron esas tierras antes de la llegada de los españoles.
Su mirada, su olfato y su tacto eran aplicados a la medicina naturista. Como un viejo naturalista, Don Pancho tenía pasión por las plantas. Las observaba, las olía, las probaba, se comunicaba con ellas en un idioma propio. Con esa pasión botánica llegó a distinguir el sabor y la fragancia de cada planta lugareña y también a experimentar las propiedades y el poder terapéutico con el íntimo deseo de aplicarlas a la medicina herborista casera.
No había hoja, corteza, espina o flor, que tocaban sus manos que no pasaron de inmediato por su boca o nariz. Decodificó el ADN de cada planta autóctona y supo aplicarla para el bien común.
El sanador riojano aprendió también de la antigua farmacopea indígena y de las viejas curanderas, salamanqueras y sabios, surgiendo así el más afamado médico herborista urólogo del norte argentino.
Tenía el poder del machi araucano, del sancóyoc incaico, del payé guaraní. No solo la fitoterapia heredó del ancestro diaguita sino también la zooterapia. Recetaba aplicaciones de la carne, del cuero, o de venas y tendones.
El paso del tiempo y los estudios antropológicos más profundos, relacionan al curandero riojano con aquellos antepasados que se mimetizaban con la naturaleza para obtener el yugo sanador de esa medicina natural, que todo lo cura y todo lo puede.
Aplicaba hojas que mascaba en heridas putrefactas y agusanadas. Aliviaba dolores terribles, curaba quebraduras y recetaba métodos mágicos que terminaban en la curación total de aquellos dolientes.
Una fama en todo el país que imploraba su atención
Aquellos desahuciados que miraban los llantos de su familia como una súplica para aliviar tremendos sufrimientos, escucharon en el umbral de sus sus suspiros: “¿Por qué no lo hacen ver con Don Pancho…el de La Cuchilla? Sólo hay que llevarle las primeras aguas de la mañana y con ello diagnostica y cura”. Era casi una frase hecha entre los pobladores del noroeste del país.
Su niñez fue marcada por el contacto con la naturaleza, el silencio profundo y la imperiosa necesidad de curar enfermos, hombres y animales.
No hay una fecha certera de ese “llamado divino” que le regaló el mayor de los dones a que puede aspirar un ser humano: “curar a otro”.
No tardó mucho para que Don Pancho fuera conocido en todo el noroeste argentino y en urbes litoraleñas como “El médico de La Cuchilla”. Famoso por sus increíbles y milagrosas curaciones, don Pancho cargaba sobre sus hombros la humildad de los grandes y un prestigio bien ganado. Así lo conocieron miles de personas dolientes que llegaban al valle en largas peregrinaciones.
Las familias de otras provincias eran recibidas con las limitadas capacidades hospitalarias del lugar.
Ormeño se convirtió en una leyenda nacional, haciendo que miles de peregrinos de todo el país fueran a rendirle homenaje debido a los milagros que concedía a quienes creían en él.
Pero Don Pancho no tan sólo tenía el “Don de Curar”, también tenía el “Don de Dar”. Aseguran que el hombre que pudo convertirse en millonario jamás cobró y todo aquello de valor que le dejaban en su propiedad, incluido dinero, era repartido entre los humildes pobladores de la región.
Muchas veces el tratamiento de algunos pacientes era largo y los enfermos eran hospedados allí mismo, en viviendas construidas para esos fines. Su clarividencia le permitía predecir enfermedades a la distancia, incluso la muerte con sólo mirar las “aguas menores”. El Oráculo de La Cuchilla no se equivocaba jamás.
Según Don Ata
Como bien decía Atahualpa Yupanqui en la revista Folklore de enero de 1965: “El anciano se llamaba don Pancho Ormeño, ¿cuál era su misterio? pues que este riojano, sin haber salido jamás de su Rioja, conocía todos los yuyos y hierbas del mundo, las propiedades curativas, los buenos y malos efectos. Nada ignoraba el hombre en materia de hierbas y era sorprendente su colosal erudición. Gente de ciencia, del país y extranjeras, gentes especializadas, salían asombradas de este saber sin vueltas de Don Ormeño”.
También se refirió a él, el doctor León Tenenbaum en un libro llamado “El arte de curar”, publicado en 1997 por la Academia Nacional de Medicina. Al referirse a Panchito, expresaba que “cada puñadito que entregaba iba acompañado de precisas indicaciones y recomendaciones”.
“Daba lo que nunca se encontrará en bolsitas numeradas: su voz, su fe contagiosa, su humilde sinceridad. Eran como el té, el cafecito o el mate cotidiano que reconfortan, estimulan o simplemente caen bien. Las más comunes de las hierbas para el hogar eran las estomacales, digestivas o diuréticas. Las había para la tos, para los cólicos o los vómitos.
También había para calmar los nervios. La infaltable cuota mágica iba en las insistentes recomendaciones finales: que si debía beberse la infusión de día o de noche, si con luna nueva, llena o creciente”.
El escritor Teófilo Celindo Mercado lo describe de nariz abultada y boca grande y expresiva, bigotes frondosos y anchos y de poblada barba canosa que le caía sobre el pecho a lo patriarca bíblico. El diagnóstico que por lo general era inmediato, lo realizaba mediante la observación a contraluz de “las aguas menores” u orina de los pacientes.
Aquel juicio a la sabiduría
El don curativo de Don Pancho Ormeño no tardó en tener detractores. Una decena de denuncias por ejercer la medicina ilegal llegaron a los estrados judiciales de la capital riojana, donde Francisco Ormeño fue convocado para dar sus testimonios. Aseguran que rechazó cualquier asesoramiento legal y enfrentó con toda calma el proceso judicial al que había sido sometido.
Corría el año 1921, del siglo pasado cuando fue convocado a comparecer a la ciudad Capital ante el juez, por ejercicio ilegal de la medicina. Con la parsimonia de un sabio y la seguridad de haber cumplido el mandato divino, enfrentó al juez de crimen fiscal de estado, varios magistrados. En esa audiencia también estaba el gobernador Benjamín Rincón.
Don Pancho declaró lo siguiente: “Yo no receto remedios de botica, solo receto yuyos del cerro y no cobro nada a nadie”. “Yo curo mirando aguas menores del paciente y le receto y le doy remedios que se encuentran en cualquier parte del cerro o de las quebradas, ¿curar así es un delito?”. No supieron que contestar.
Para probar la sabiduría de la tierra y de sus yuyos utilizó a un guardia que vigilaba el estrado. De uno de sus bolsillos sacó unos yuyos e hizo oler al guardia, quien inmediatamente tuvo hemorragia nasal imparable. Minutos después, de otros de sus bolsillos sacó otro manojo de “yuyos”, y al arrimárselo a la nariz, se detuvo totalmente la hemorragia. Demás está decir que con esa demostración ya tenía ganada la mayor parte del juicio, pero los intereses eran tan grandes, que aún así continuó siendo perseguido en su natural oficio.
El juicio no necesitó de alegatos ni sentencia. Su sabiduría fue probada una vez más.
Con la ayuda de sus fieles lugareños, levantó una capilla, la que aún permanece a pesar del tiempo transcurrido. El patrono de la misma era San Francisco de Asís. Con un estilo arquitectónico muy particular: la torre de la misma no está encima de la capilla, sino que nace desde el piso en forma piramidal aguda, con cuatro puertas laterales ojivas.
¿Con qué curaba?
Volviendo nuevamente a los elementos que utilizaba Don Pancho para sus curaciones, son muchísimos y de los más variados. Básicamente entre los de origen vegetal, podemos mencionar: hojas, cortezas, hierbas silvestres, flores, tallos, semillas, cáscaras de frutas, savias, cactáceas de los cerros inmediatos etc., muchas recetas eran casi iguales a las usadas por los quichuas. También hacía uso no solo de la fitoterapia, sino también de la zooterapia. Era común ver en sus prescripciones, productos de origen animal de la forma más diversa: por ejemplo, para muchos males recetaba untos o pomadas preparadas con grasa y pelambre de animales silvestres, del llano y del cerro tales como: guanacos, venados, sachacabras, pumas, zorros, gatos monteses, burros, potros, chivos, ovejas, víboras, cóndores, águilas, palomas y suris.
Otras veces la receta consistía en aplicaciones de la carne, del cuero, o de venas o tendones en la parte afectada. A un paciente le prescribió meterse dentro del cuero de un burro recién sacrificado, bien envuelto de pie a cabeza, con resultado totalmente positivo.
A ello se sumaba el uso de baños calientes, fríos, fricciones solares, ventosas, régimen alimenticio vegetariano estricto, vida dinámica, vida sosegada, oraciones, esparcimiento, descanso, alegría, danza, o algún buen vaso de vino criollo según el caso.
Casos memorables
Según los relatos plasmados en infinidades de notas, se asegura que muchísimos son los casos memorables que quedaron en el historial de experiencias curativas de Don Pancho, como aquel joven cordobés que llegaba en su lujoso automóvil con un amigo y 2 perros. Al verlo, Don Pancho le dijo: vea amigo: no lo podré curar con los dos perros cerca suyo, tendrá que regresar a Córdoba, dejar los perros y volver, solamente así lo podré tratar. El joven, cuando llegó al pueblo mas cercano, Puerto Alegre, quiso simular que había ido hasta Córdoba a dejar los perros, pero al enterarse Don Pancho dijo: “Qué lástima, yo lo había hecho porque sabía que ya se moría y no quería que muriera lejos de su casa”. Lamentablemente, murió en Puerto Alegre.
Un enfermo hepático y nervioso fue a ver a Don Pancho, quien luego de observar sus “aguas” le diagnosticó y recetó lo siguiente: cavar un hoyo en el chiquero más cercano y enterrarse hasta el cuello durante tres noches seguidas. El hombre cumplió las indicaciones y se sanó.
En otra oportunidad, se cuenta que un enfermo que padecía de impedimento para caminar fue llevado a Don Pancho, quien acto seguido hizo calentar una gran roca plana, varias veces en presencia del paciente, quien al recibir la orden de ser sentado en ella a pesar de su altísima temperatura, se negó escabulléndose y huyendo. Don Pancho dijo, “¿vieron que podía caminar?”.
Don Pancho apelaba generalmente al gran poder curativo de la naturaleza, y los elementos que recetaba estaban al alcance del paciente en esa gran farmacia que es el cerro plagado de hierbas. Por tal motivo, tenía dos enemigos potenciales: las droguerías y las clínicas. Un matrimonio adinerado de Buenos Aires, en un segundo viaje, al ver que su hijita tullida por primera vez pudo caminar, le llenó los bolsillos de su saco con billetes del mayor valor, llorando de alegría y emoción, abrazándolo. La nena le acariciaba la larga barba con veneración.
El adiós a un imprescindible
Don Francisco Ormeño, falleció a los 89 años, el 17 de octubre de 1939. Lo había afectado un fuerte reumatismo y estuvo postrado durante los últimos ocho meses en cama. Las últimas recetas y prescripciones las continuó haciendo hasta el final en su habitación, desde la cama.
Con el correr de los años, su historia permanece aún en la memoria de los habitantes de todo el Oeste Riojano.
Hay todavía quienes suelen llegar aún a su vieja casa en La Cuchilla a prenderle velas o dedicarle ofrendas en su tumba – que se encuentra en ese paraje – para que desde el cielo los ayude a curarse de alguna enfermedad o solicitando salud para sus seres queridos; similar a la tradición de muchos de los santos populares que existen en nuestro país, entronizados como hacedores de milagros por la creencia de la misma gente de los pueblos y zonas rurales. Se ha creado incluso una cuenta en Facebook para que los enfermos le escriban oraciones pidiéndole salud.
Fuentes
+ Diario La Nación
+ Turismo Villa Unión
+ Historias y Biografías
+ Diario info ya
+ Info alvear