Identidad cultural
Ana Rosa Domenella y su aporte al patrimonio cultural de Carlos Paz
Por Pedro Jorge Solans (escritor y periodista)La escritora e investigadora carlospacense Ana Rosa Domenella, radicada en México, será reconocida en su ciudad natal con el premio El Diario de Carlos Paz que se entregará el próximo 12 de abril por primera vez, en el marco del 31° aniversario de su fundación.
Domenella será distinguida por su trayectoria, por el prestigio que logró a nivel internacional y por el valioso aporte que hizo al patrimonio cultural artístico e identitario de Villa Carlos Paz.
La doctora Ana Rosa Domenella, una de las grandes personalidades artísticas y literarias de proyección internacional que vivieron en Villa Carlos Paz.
En esta nota, la recuerdan el poeta y ensayista Aldo Parfeniuk y el periodista Ernesto Yndio Montensinos, pero también se transcribe un texto extraído de un ensayo de Sandra Lorenzano de la Universidad Nacional Autónoma de México publicado en DEVENIRES 46, en el año 2022, y titulado: «Un yo en primera persona del plural. La sororidad de Ana Rosa Domenella».
En ese trabajo la escritora carlospacense cuenta brevemente su historia y destaca su origen:
«Yo soy cordobesa, pero mi origen es santafesino. Mis padres son de Rafaela, y nazco en Córdoba porque mi padre fue allí a estudiar Ingeniería y se quedó. Me he criado en las sierras, con la naturaleza; me llevaron a la Estancia Vieja de Muñoz, así se llamaba, junto al arroyo Los Chorrillos, que desemboca en el lago San Roque. Ese lugar tiene una anécdota literaria interesante; esa misma estancia que a mi padre se la dan para que viviéramos, porque trabajaba para el fraccionamiento del dueño, de Miguel Muñoz, que era gente de Buenos Aires, se la había prestado en otra oportunidad a Sábato, que escribió ahí su primera novela, El Túnel. En la otra orilla vivía una familia serrana, que recibía como amistades durante los veranos a los Guevara Lynch. Así que yo, sin saberlo, de chiquita ¡estuve cerca del Che!».
«En Villa Carlos Paz, que primero fue propiedad de Carlos Nicandro Paz, y más tarde un pueblo y luego una ciudad, hice mi primaria, mi bachillerato y entré a la Facultad de Filosofía y Letras a estudiar Letras Modernas. Me especialicé en literatura hispanoamericana con la profesora con la que me formé: María Luisa Cresta de Leguizamón, que fue la primera profesora emérita de la Universidad Nacional de Córdoba que se fundó en 1613; es de las antiguas universidades jesuíticas que luego se nacionalizan, cuna de las reformas universitarias de 1918: yo soy orgullosamente egresada de esa universidad. También estudié periodismo, porque a mi mamá le dio ilusión cuando abrieron en 1973, cuando yo inicié la facultad, la Escuela de Periodismo en el Círculo de la Prensa de Córdoba. En 1970 trabajé en los Servicios de Radio y Televisión de la Universidad Nacional de Córdoba, que este año (2022) cumple sesenta años al aire.
Luego me presenté a una beca de perfeccionamiento que duraba un año, y mi profesora “Malicha” Leguizamón decidió que yo era la candidata –había sido estudiante y ya era ayudante, con un cargo ganado por concurso de oposición en la cátedra de literatura hispanoamericana–.
Por cierto, en la licenciatura tuve como profesor de literatura argentina a Noé Jitrik, que luego sería mi maestro en el doctorado del Colegio de México, y compartí algunas materias con Tununa Mercado. Yo quería ir a España, porque no tenía otra oportunidad de viajar a Europa, no había medios, y Malicha me dijo: “¿Cómo, Ana Rosa, usted que es hispanoamericanista va a conocer España antes que América Latina?”. Ella había estado becada en México, había dado clases en la Universidad Veracruzana, y tenía muchas amistades en México. Entonces me dijo: “¿Por qué no se presenta?”. Preparé un proyecto sobre narrativa mexicana y gané una de las dos becas que ofrecían. Cuando se los dije a mis padres, mamá se puso muy contenta, pero dijo: “Ay, vas a ir, te vas a quedar allá, te vas a casar y no vas a volver”. “¡Qué ocurrencia la tuya! –le contesté– ¿Ya ves el futuro o qué?”. Y bueno, así fue; las madres tienen un sexto sentido, sin duda. Entonces llegué a México, estuve todo el año 71 con mi beca, tomé clases en la Maestría en Letras. Ahí hice un curso espléndido sobre La regenta con Sergio Fernández y cursos de literatura mexicana con Aurora Ocampo, que ya trabajaba en el proyecto del Diccionario de Escritores Mexicanos. También me inscribí en la Escuela para Extranjeros porque me daban la posibilidad de ir a museos y hacer excursiones con todos los estudiantes que venían, en especial de Estados Unidos. Aproveché para hacerles entrevistas a algunos de mis profesores –Salvador Elizondo, Eduardo Lizalde– Así conocí México e inicié una relación afectiva con quien sería luego mi esposo y el padre de mis hijos, Pinjos Rozenel, Piñe. Volví un año a Córdoba porque yo debía cumplir con mi universidad, con la beca. Decidimos casarnos en Carlos Paz en diciembre del 72 y regresamos en enero del 73. ¡Voy a cumplir 50 años de vivir en México!
Yo ya había conocido El Colegio de México porque tenía una amiga cordobesa que estudiaba en Estudios Orientales. La coordinadora del doctorado en letras era Yvette Jiménez de Báez, puertorriqueña, otra de las madrinas que tuve. Hace poco fui a verla por el cumpleaños y le dije:
“Te conocí embarazada”. Su hija Margarita ¡ya tiene 50 años! Me acepta-ron y empecé el doctorado en Letras Hispánicas, un semestre más tarde que mis compañeros. Soy de la misma generación de otros colegas que hoy están en la UNAM, como María Teresa Miaja, o en la UAM, como Álvaro Ruiz Abreu, y en el mismo Colmex, como Rose Corral.
Formé parte de un seminario que organizó Yvette Jiménez de Báez sobre literatura y sociedad y entonces teníamos que trabajar algún autor mexicano contemporáneo. Yo en ese momento hacía mi tesis de doctorado sobre Alejo Carpentier y estaba trabajando muy intensamente con El Siglo de las luces, pero vino esta oportunidad y tuve que elegir autor y pensé: “¿Qué autor mexicano elijo? Alguien que me ayude a superar la solemnidad de lo mexicano”. Y entonces elegí a Ibargüengoitia. Alguien como Jorge Ibargüengoitia, que podía recrear la Revolución Mexicana como en Los relámpagos de agosto, ameritaba estudiarlo porque siempre –lo ha dicho Juan Villoro– ha tenido muchos lectores, pero poca crítica. Como la gente disfruta leyéndolo, no lo ha trabajado, y debo reconocer que mi estudio fue uno de los primeros libros de crítica sobre su obra.
En el 82 defendí mi tesis, pero el año anterior, con parte de mi investigación, había ganado el premio José Revueltas que dan el INBA y el gobierno de Durango. En el Colegio de México me habían condicionado algunos aspectos de la tesis y yo, con mi sentido de positividad, en vez de preocuparme mucho mandé a concurso una parte, pues dije “A ver qué opinan otros, no sólo el Colegio”, ¡y me gané el premio! (risas).
Cuatro mil dólares que ¡ay! me sirvieron para ir con toda la familia a Argentina. Ya tenía yo a mis dos hijos en ese tiempo. Mis hijos nacieron... la hija en el 76, Valeria, y el hijo en el 80, Sergio. Luego realicé las correcciones pertinentes y obtuve el grado. De todo ese grupo que estuvimos juntas en el Colmex, la única que trabajó a una escritora fue Aralia López, nuestra gran amiga cubana, cuya tesis fue sobre Oficio de tinieblas y Álbum de familia de Rosario Castellanos. Las demás, Luz Elena Gutiérrez de Velasco trabajó a Salvador Elizondo; Edith Negrín con Diana Morán y la propia Yvette trabajaron a José Emilio Pacheco, y ése fue el primer trabajo teórico que se hizo sobre Pacheco; Georgina García Gutiérrez eligió a Carlos Fuentes, toda su vida le dedicó su pasión a Fuentes. Nuestras otras compañeras trabajaban con Margit Frenk en el Cancionero Popular Mexicano»; recordó.
Algunas huellas de Ana Rosa en Carlos Paz
El poeta y ensayista Aldo Parfeniuk, la recuerda como una de las mejores escritoras e investigadora que surgió de Córdoba, específicamente de Carlos Paz.
«Ana Rosa Domenella hasta no hace mucho venía todos los veranos muy silenciosamente para visitar a sus familiares, en especial a su madre. Sus hermanos viven aquí todavía. Pini, uno de ellos, aún tiene su emblemático “Bar Pini” que siempre estuvo ubicado en la colectora de la Avenida San Martín cerca de la ex garita de la policía camionera, —en la actualidad, es una oficina que depende de la Secretaría de Turismo de la Municipalidad de Villa Carlos Paz— y, el otro hermano, Jorge vivía cerca del vivero Tórtolo. Ana Rosa lleva varios años viviendo en México. Una vez, me trajo de regalo un libro hermoso de José Emilio Pacheco, “Miro la tierra”, sobre el terremoto que sufrió México en los años 80. Un libro de poesía desgarrador. Hemos tenido siempre muy buena relación. Ella me inició a mí en la Federación Juvenil Comunista leyendo abajo del algarrobo de Pablo Carranza, en la calle Rawson, a poetas como Nicolás Guillén, Pablo Neruda, entre otros. Y esa gente era para nosotros una suerte de guía intelectual»; contó Parkeniuk.
«Ella trabajaba en los Servicios de Radio y Televisión (SRT) de la Universidad Nacional de Córdoba, y ahí trabajó con “Malicha” Leguizamón que era su profesora, y mientras tanto, estudiaba. Y por ser de prensa y por la relación que su papá Alfredo Domenella tenía con el entonces director de Turismo, Rodolfo Toti Bolognani, empezó a trabajar en prensa de esa área en el municipio de Villa Carlos Paz. Con ella organizamos cosas importantes en aquella época que ya todo el mundo se ha olvidado. Yo tendría 20 años, habrá sido allá por el 65, o 67, o 68, cuando le hicimos un gran homenaje a Landrú, en el centro de Villa Carlos Paz, en la planta baja del edificio de Ricardo Morán donde conocí a (Roberto) Fontanarrosa, a Crist y toda una banda de grandes humoristas que venían a Córdoba porque estaba Alberto Cognigni lanzando su revista Hortensia. Y como a Bolognani le gustaba mucho el humor y había impulsado «La troupe de Los Calaveras» con un grupo de vecinos cómicos carlospacenses entre ellos, Jaime Press, nos daba unos mangos para organizar ese tipo de cosas.
Después, hicimos una muestra de humor con Roberto Fontanarrosa y otros humoristas una muestra en la Estación Terminal de Ómnibus, y fruto de esa amistad nació la idea de hacer por primera vez en teatro “Inodoro Pereyra”, la historieta argentina creada en 1972 por Fontanarrosa, que trata sobre la vida de un gaucho solitario de la pampa argentina»; reconoció.
Inodoro Pereyra
El último aporte de Roberto Fontanarrosa para Carlos Paz.
Por último, el poeta destacó la puesta en teatro que hicieron de Inodoro Pereyra.
«Por primera vez, la obra de Fontanarrosa se estrenaba como obra teatral y lo hicimos acá, en el centro de Villa Carlos Paz, en un predio donde hoy está McDonald's. Ahí había un predio baldío donde armamos una carpa. Participaron varios carlospacenses, entre ellos, Edgardo Tántera —que tiene fotos de esa experiencia— y el recordado “Chacho” Boggio actuó como Inodoro Pereira y el director fue Ricardo Baqué. Eso también se lo debemos a Ana Rosa»; afirmó el poeta carlospacense.
Por su parte, el periodista Ernesto “Yndio” Montesinos recordó a Ana Rosa, como la carlospacense de México que recibía a los argentinos exiliados. Montesinos afirmó que durante su aventura de recorrer América en un Fiat 600 con Cacho Santa Cruz, vivieron en el departamento de ella en Distrito Federal, en Ixchituate N°3. Y lamentó mucho la muerte del esposo de Ana Rosa.