Con el asesinato de Nasralá, Israel cruza el Rubicón

Por Mariano Saravia, Magister en Relaciones Internacionales
sábado, 28 de septiembre de 2024 · 18:37

Prácticamente al mismo tiempo que Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, hablaba en la Asamblea General de la ONU, sus misiles y bombas caían copiosamente sobre el sur de Beirut, asesinando a decenas de personas, entre ellas, al jefe máximo de Hezbolá, que es un grupo armado, pero también un partido político con representación parlamentaria en El Líbano. Es decir, que representa a gran parte del pueblo libanés.

Por supuesto, en los comunicados oficiales israelíes se habló de “un terrorista” despiadado, como para justificar sus propios actos de terrorismo, que, sin justificación alguna ni provocación previa, Israel comenzó hace 10 días con el asesinato de decenas de personas con los famosos bípers y luego con los walkie talkies. Luego pasó directamente a bombardear el sur de El Líbano y, finalmente, los barrios del sur de la capital Beirut, dejando más de mil muertos en una semana (la mayoría civiles), hasta matar a Hasán Nasralá, el líder máximo de Hezbolá. Lo logró usando bombas guiadas antibunkers, que son capaces de penetrar en los refugios subterráneos de varios pisos de concreto. Esas bombas son de fabricación estadounidense, con lo cual Israel arrastra a Estados Unidos a una situación muy incómoda, ya que el propio gobierno de Joe Biden le había exigido parar con los ataques y concertar una tregua.

El asesinato de Nasralá también fue reconocido por la misma organización político-militar, que juró venganza, lo mismo que los gobiernos de Siria, Irak, Irán y Palestina. En un comunicado oficial, Hezbolá dijo: “La dirección promete al mártir más alto, más santo y más preciado de nuestra trayectoria (...) que continuará con sus esfuerzos para enfrentar al enemigo en apoyo a Gaza y a Palestina, y en defensa del Líbano”. Es decir, Israel puede decir lo que quiera, pero ya el mundo no le cree, y lo único que ha logrado es crear un nuevo mártir y potenciar la resistencia contra su régimen colonialista y agresivo.

El gobierno de Netanyahu no para de hablar de terrorismo cuando se refiere a Hezbolá y a Hamás, y ratifica una y otra vez su intención de arrasar con ellos, como solución para lograr la estabilidad y la paz de la región. Pero lo cierto es que la muerte y el odio entre estos pueblos viene desde 1948, cuando se creó el Estado de Israel sobre territorios que estaban habitados por otro pueblo.

Es fundamental recordar que Hezbolá se creó en 1982, cuando Beirut estaba invadida por Israel, responsable, entre otras cosas, de las masacres de Sabra y Shatila, que dejaron más de 3 mil refugiados palestinos muertos. Por su parte, la organización Hamás fue creada en 1987, 40 años después de la partición de Palestina. Con lo cual, es una grandísima mentira decir que los problemas se circunscriben a Hezbolá y Hamás, y también es falaz pensar que se resolverían con una eventual desaparición de estas organizaciones político-militares.

No lo van a lograr, sólo están echando más nafta al fuego. Como dijo el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, el Papa Francisco, y muchos líderes mundiales, el problema jamás tendrá una solución militar. Y desde luego, esta advertencia va también para Hezbolá y para Hamás.

Lo que acaba de hacer el gobierno de extrema derecha de Israel es cruzar el Rubicón, aquel río de Italia que cruzó Julio César invadiendo Roma, se dice eso para graficar que de eso no hay vuelta atrás. ¿Quién se puede sorprender si de este asesinato surge una respuesta que signifique más bombas, más sufrimiento, más destrucción y más muerte, a ambos lados?

Netanyahu no sólo está cometiendo un genocidio en Gaza y crímenes de lesa humanidad en El Líbano, sino que además está conduciendo a su país a un callejón sin salida. Si fuéramos mal pensados podríamos suponer que lo hace a propósito contra los intereses de los israelitas. Hoy, el pánico no sólo se ve en los rostros de los vecinos de Beirut y Gaza, sino también en los de cualquier ciudadano de Jerusalén, Tel Aviv o Haifa.

Es una locura de un régimen descontrolado, que está poniendo en riesgo no solo a su propia población, sino también a toda la región y, quizá, al mundo entero.

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