Historias Mínimas

El día que la «máquina de hacer llover» llenó el dique San Roque

Por Luis Hernán López (escritor y periodista).
domingo, 29 de septiembre de 2024 · 06:16

A fines de 1952, la «máquina de hacer llover» del ingeniero Juan Baigorri Velar se instaló en Tanti. Tras unos breves ensayos, en la región cayeron más de 80 milímetros que puso al dique San Roque en su cota máxima. De un impresionante perfil mediático, el mundo supo de la máquina y fue requerida por gobiernos donde las extensas sequías agobiaban a poblaciones enteras.

La historia indica que tras probar su innovador invento, Baigorri Velar desafió a los escépticos. En los últimos años de la década del treinta, se presentó ante Donald McRae, gerente del Ferrocarril Central Argentino. Quería dar a conocer su invento. La propuesta era simple: hacer llover en un lugar donde hiciera falta.

El reto fue Santiago del Estero. Donald McRae puso una sola condición: que un perito lo acompañara. Baigorri Velar aceptó y viajó con el ingeniero agrónomo Hugo Miatello. El 11 de noviembre de 1938 llegaron a la estación Pinto; 55 horas después de poner en marcha su aparato, llovió. A su regreso, fue recibido en Buenos Aires como un héroe.

Un corresponsal del diario The Times de Londres (Reino Unido) viajó para entrevistarlo. Incluso, un empresario norteamericano quiso comprarle la patente, pero Baigorri Velar se negó. «No se vende, es para mi país»; le contestó.

Con el paso de los años, el científico navegó entre aguas tranquilas y críticas descarnadas hasta que su fama se fue opacando.

En la década del cincuenta, fue contratado por un grupo de chacareros de Calchín, al este de la Provincia de Córdoba: «En ese entonces, debo haber tenido 12 o 14 años. Fuimos con mi familia a ver la máquina que estaba instalada en un campo, al lado del de mis abuelos. Recuerdo que no pudo cobrar porque no hizo llover, pero a los pocos días que se fue, en la región hubo un diluvio»; recordó el vecino de Villa Carlos Paz, Italo Martina.

¿Científico exitoso, loco pronosticador o aventurero?

Algunos dicen que en Concepción del Uruguay (Entre Ríos), otros que en San José de Mayo (ciudad del departamento uruguayo del mismo nombre), lo cierto es que a finales del siglo XIX, en el seno de una familia encumbrada, nacía Juan Baigorri Velar.

Nos se hallaron datos de sus estudios, pero siempre se le atribuyó el título de ingeniero. 

Más de una vez, se jactó sobre la estrecha relación de amistad entre su padre y el expresidente argentino Julio Argentino Roca.

Oficialmente, se sabe que cursó estudios en el Colegio Nacional y luego viajó a Italia, donde se habría recibido de ingeniero y se especializó en Geofísica en la Universidad de Milán. Trabajó en diversas compañías de combustible, por lo cual recorrió varios países y realizó investigaciones sobre composición del suelo y exploración petrolífera. Construyó sus propios instrumentos para la detección de minerales y condiciones electromagnéticas de los suelos. En 1929 fue convocado por Enrique Mosconi para formar parte de la recién creada YPF.

Baigorri viajó desde Estados Unidos para establecerse definitivamente en Argentina.

Excéntrico, apasionado, mediático, de reacciones bipolares y apegado a la física cuántica y las partículas subatómicas, el científico se casó dos veces. Sus primeras nupcias fueron en 1922 con una española que le dió tres hijos. Años más tarde, se casó con una chilena en el país trasandino, con quien tuvo un hijo.

Sin embargo, la soledad fue su camino y ni las mujeres ni sus hijos volvieron a verlo más.

«En 1926, mientras trabajaba en Bolivia en la búsqueda de minerales utilizando un aparato de mi invención, noté algo curioso. Cuando conectaba el mecanismo y éste se ponía en funcionamiento, se producían lluvias ligeras que me impedían trabajar. Me llamó la atención el fenómeno y consideré que esas pequeñas lluvias podrían ser originadas por la congestión electromagnética que la irradiación de mi máquina producía en la atmósfera»; relató en infinidad de oportunidades.

En realidad, su máquina misteriosa era una especie de «detector de metales» para hallar piedras con alto valor monetario. El artefacto era una especie de televisor a tubo de unas 14 pulgadas, con dos antenas que eran las encargadas de transmitir los datos al cielo azul para convertirlo en cielo gris y tormentoso. Solamente él sabía cómo operar el invento y conocía su composición.

En una región árida y en un día con cielo diáfano y calor insoportable, Baigorri Velar prendió la máquina y comenzó a mover perillas. Muy pronto las ondas electromagnéticas golpearon el cielo boliviano y las aisladas nubes se juntaron para transformarse en el milagro que todos esperaban: una intensa lluvia se desató en la zona que llevaba meses sin ver una sola gota de agua.

No tardó mucho tiempo para que la noticia se diseminara a pasos agigantados y la comunidad científica pusiera el ojo en aquel personaje. Envalentonado y seguro de lo que podía lograr, en 1938 Juan Baigorri Velar se reunió con el gerente de Ferrocarril Central Argentino (luego Ferrocarril Mitre), Ronald McRae. En el corto y contundente encuentro, se le presentó el desafió de probar su máquina en un lugar árido, reseco y donde hacía mucho tiempo que la lluvia no se hacía presente.

En la estación Pinto (que fuera inaugurada en 1887), hacía más de seis meses que no caía una sola gota, así que la llegada del excéntrico científico, llenó de expectativas a la región. Los relatos señalan que ese 11 de noviembre de 1938 en el cielo no había una sola nube y el pronóstico señalaba una jornada calurosa y soleada. Con la fe intacta, sin inmutarse y con un colaborador, Juan Baigorri Velar desplegó su aparato y comenzó una serie de ensayos ante la mirada atónita de lugareños.

Créase o no, las primeras nubes comenzaron a ganar el cielo y una tenue llovizna mojó la tierra reseca. La historia se encargaría de contar que a las 55 horas de haber comenzado a funcionar la máquina, llovió a cántaros. Los meteorólogos santiagueños registraron una caída de 60 milímetros de agua.

El campeón en la cresta de la ola

El impacto que tuvo la noticia paralizó al mundo científico, a la vez que productores y políticos veían en el aparato que había construido Juan Baigorri Velar parte de la solución a sus problemas. La llegada a Buenos Aires se asemejó a una selección que acababa de ganar el campeonato mundial y miles de porteños se abalanzaron hacia la estación del tren para recibirlo.

El nuevo héroe nacional fue alzado en andas y llevado hasta la oficina de McRae, que lo esperaba con una sonrisa de oreja a oreja. Hasta los medios más conservadores se transformaron en sensacionalistas y dejaban ver en sus tapas títulos como: «¡El Dios de la Lluvia!» o «¡El mago de Villa Luro!», «¡El Júpiter moderno!», entre otros.

Un nuevo campeón asomaba al mundo desde tierras americanas.

Los meteorólogos se mostraron indignados y trataron de farsante a Juan Baigorri Velar. El primero en salir al cruce fue el director del Servicio Meteorológico Nacional, el ingeniero Alfredo Galmarini, quien maltrató al ingeniero, tratándolo de un «farsante que atenta contra la ciencia» y asegurando que la lluvia de la estación Pinto ya había sido pronosticada.

Sin inmutarse, Baigorri le mandó un diario de la provincia del día anterior a su experimento, es decir el 10 de noviembre, que decía: «Despejado, sol, caluroso».

Juan Baigorri Velar se sentía el prócer que la multitud vivaba. Pulgares en sus tiradores, el hombre paseaba por las calles porteñas y era el centro de atención en los principales bares y lugares de reuniones. No obstante, los porteños le reprochaban que hacía llover en todas partes, pero nunca en Buenos Aires. El diario Crítica, uno de los más vendidos del país, apoyaba sin cortapisas al inventor y a través de sus páginas, Baigorri lanzó un desafío: haría llover el 31 de diciembre de 1938.

Enseguida le hicieron notar que mucha gente planificada un buen asado para la noche de Año Nuevo y una multitud fue hasta la casa de Baigorri para pedirle que no hiciera llover para las fiestas. El hombre entendió las razones y fijó la fecha para el 3 de enero de 1939. Incluso, le envió un regalo a Galmarini, el del Servicio Meteorológico. Se trataba de un paraguas, acompañado de una esquela que decía: «Para que lo use el 3 de enero».

En pleno verano, el clima en Buenos Aires era insoportable. Hasta que llegó el alivio, las primeras horas del 3 de enero, las huestes celestiales se abatieron sobre la capital, con sus rayos primero y la lluvia después. Cincuenta milímetros. Para ese entonces, un estribillo popular se cantaba en las calles:

¡Que llueva, que llueva!

Baigorri está en la cueva.

¡Enciende el aparato

y llueve a cada rato!

 

A pedido de algunos conocidos, Juan Baigorri Velar también se dirigió a Carhué, al suroeste de la Provincia de Buenos Aires, a siete kilómetros de Villa Epecuén. El lago del mismo nombre tenía una bajante pronunciada por falta de lluvias. Estuvo trabajando con su máquina durante varios días y al poco tiempo, llovieron 100 milímetros. El diario La Nueva Provincia publicó el 20 de febrero de 1939: «La borrasca de ayer no tiene semejanza con ningún otro fenómeno».

En enero de 1952 hizo llover en Caucete, y en La Pampa, logró una lluvia memorable.

El Lago San Roque

Fue así que llegó hasta las sierras de Córdoba. Hacendados cordobeses, chacareros, políticos y empresarios curiosos, juntaban dinero para contratar los servicios de Juan Baigorri Velar. Sin que haya certeza de por qué y contratado por quién, el científico y su ayudante se instalaron en Tanti. En una entrevista que está subida a Youtube y que fuera realizada por Roberto Maidana, a quien se lo reconoce muy joven y dando sus primeros pasos dentro del periodismo, Juan Baigorri Velar se defendió de algunas críticas y dijo: «En Córdoba no pude hacer llover porque se me rompieron algunos aparatos».

«Mi laboratorio está acá en Buenos Aires y es por ello que una vez que repare algunos instrumentos voy a volver a Córdoba y a hacer llover»; señaló el hombre del momento.

En 1952, la máquina hizo llover más de 82 milímetros. en Tanti. En el mismo reportaje, Baigorrí Velar destacó que el lago San Roque subió hasta la cota 35, que es su capacidad máxima. 

Triste y solitario final

Poco a poco, su perfil mediático se fue apagando y fue desapareciendo de la escena. En 1953, el gobierno le suspendió el apoyo porque Baigorri solicitó un reconocimiento monetario por los resultados positivos mostrados. Recluido en su casa, destruyó los planos de su máquina, de la que se supone que había fabricado dos. Lo que pasó con ellas, aún es un misterio.

Falleció el 24 de marzo de 1972, un día después de conmemorarse el Día Mundial de la Meteorología. El día que fue enterrado en el cementerio de Flores, por supuesto, llovió.

 

Fuentes Consultadas: YouTube, Diario La Nación, Diario Clarín, Wikipedia, Infobae y Diario Uno.

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