Mundo en crisis

Imperio recargado

por Mariano Saravia, magister en Relaciones Internacionales.

En los últimos días de 2024 y los primeros de 2025, el presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, tiró pistas de su posible política exterior, y llamó la atención por su agresividad imperialista. Apoderarse de Groenlandia, volver a manejar el Canal de Panamá y hasta convertir a Canadá en el estado número 51. ¿Son solo algunas más de sus provocaciones habituales, o estamos frente a un panorama preocupante?

El Canal de Panamá

El domingo 29 de diciembre, en Arizona, Trump aprovechó para anunciar que buscará recuperar el control estadounidense del Canal de Panamá si no se reducen las tarifas que cobran al comercio de Estados Unidos para transitar la vía interoceánica.

Ya el miércoles 1° de enero, el presidente elector anunció que nombrará como embajador en Panamá a Kevin Marino Cabrera, actual comisionado del condado de Miami-Dale, e insistió en que el país latinoamericano «está estafando a Estados Unidos».

Recordemos que el Canal Interoceánico fue una idea abortada por Francia a fines del siglo 19, que luego retomó y concretó Estados Unidos en 1914, a cambio de la perpetuidad de su control. Sin embargo, el 9 de enero de 1964 se produjo una manifestación patriótica de estudiantes panameños que reclamaban la instalación de una bandera de su país en el canal. Hubo choques con civiles estadounidenses y represión policial que dejó 22 muertos. Todos los años, el 9 de enero (esta semana) es feriado nacional en conmemoración de «los mártires de enero». Es una fecha muy especial que caldea aún más el ambiente ante las amenazas de Donald Trump.

Aquellos hechos de 1964 fueron fundamentales para más de una década después, se firmaran los famosos acuerdos Torrijos-Carter. Fue en 1977 entre Omar Torrijos y Jimmy Carter, fallecido justo el domingo 29, mientras Trump amenazaba a Panamá. Según aquellos acuerdos, Estados Unidos devolvería la soberanía del canal a Panamá a la medianoche del 31 de diciembre de 1999. Y así se hizo. Trump no tuvo problemas el miércoles 1° de enero en manchar la memoria del ex presidente Carter, con su cadáver aun tibio. «Tontamente lo regaló, por un dólar, durante su mandato», dijo sobre la actitud de Carter respecto al canal.

Y en alusión directa al gobierno latinoamericano, dijo: «Si no se respetan los principios, tanto morales como legales, de este magnánimo gesto de generosidad, exigiremos que el Canal de Panamá sea devuelto a Estados Unidos. Por lo tanto, funcionarios de Panamá, les pido que se guíen en consecuencia».

Ante estas provocaciones, el presidente de Panamá, José Raúl Mulino, respondió públicamente que la soberanía sobre el canal es innegociable, e hizo alusión justamente a «los mártires del 9 de enero». Trump recibió con gusto esas declaraciones, eran lo que él esperaba, y retrucó en sus redes sociales: «Ya lo veremos», y más adelante, posteó una foto del canal con una bandera estadounidense y la leyenda: «Bienvenidos al Canal de Estados Unidos».

Groenlandia y Canadá

Pero mirando para el norte, el próximo inquilino de la Casa Blanca también disparó munición gruesa. Volvió sobre su vieja idea de apropiarse de Groenlandia, una isla que pertenece a Dinamarca.

Ya durante su primer mandato había lanzado una oferta de comprar la isla, o incluso de cambiársela a los daneses por Puerto Rico, una verdadera colonia yanqui bajo el eufemismo de estado libre asociado. En aquel momento no prosperaron los intentos.

Antes de Trump, otros presidentes estadounidenses habían intentado comprar Groenlandia a Dinamarca. Primero fue Andrew Johnson en 1860, y luego Harry Truman en 1946. Ahora, Trump despidió el año viejo diciendo que es «necesidad absoluta la propiedad y control sobre Groenlandia por razones de seguridad y libertad global».

Estas declaraciones volvieron a ser rechazadas por el gobierno de Copenhague, y también por el gobierno autónomo de Groenlandia. Su primer ministro, Múte Egede dijo: «Groenlandia es nuestra. No estamos en venta y nunca lo estaremos». Y fue más allá, aprovechando la polémica para sentar las bases de una independencia total: «Ha llegado el momento de que nuestro país dé el siguiente paso. Al igual que otros países del mundo, debemos trabajar para eliminar los obstáculos a la cooperación -que podemos describir como los grilletes del colonialismo- y avanzar».

Groenlandia tiene 2.166.000 kilómetros cuadrados, de los cuales el 85 por ciento está bajo el hielo, y menos de 60 mil habitantes, la inmensa mayoría inuit (esquimales). Desde 1814 es una colonia de Dinamarca, aunque la constitución danesa de 1953 la incorpora como parte de su territorio. Vive principalmente de la exportación de pescado, pero recibe unos 600 millones de euros anuales de subvenciones de la metrópoli, casi la mitad de su presupuesto. Tiene un gobierno con ciertas capacidades de autonomía, pero la política exterior, la seguridad y las finanzas son manejadas desde Copenhague.

¿Pero qué le interesa tanto a Estados Unidos de ese gran territorio helado? Sus grandes yacimientos de hierro, aluminio, níquel, platino, tungsteno, cobre y uranio, que con el tiempo serán cada vez más preciados para la producción de autos eléctricos, teléfonos celulares, reactores nucleares, y armas de última generación. Además, con el cambio climático y el derretimiento de los hielos, se supone que, a mediano término, será menos costoso extraer esos materiales.

Pero también hay una cuestión geoestratégica para Estados Unidos en su disputa con Rusia por el Ártico. Esto es importante porque es la ruta comercial más corta desde Estados Unidos a Europa, pero también representa el sueño yanqui de convertirla en una gran base militar para amenazar a Moscú.

Por último, convertir a Canadá en el estado número 51, ¿es solo una broma? El pasado 29 de noviembre, en su residencia de Mar-a-Lago, Trump recibió al primero ministro canadiense Justin Trudeau, y le reclamó reducir el déficit comercial de Estados Unidos de casi 75 mil millones de dólares anuales. En esa línea, amenazó con imponer aranceles del 25 por ciento a las exportaciones canadienses, violando el tratado de libre comercio de Norte América (NAFTA). Y agregó que «si por esos aranceles la economía canadiense colapsara, lo mejor que podría pasar es que Canadá se convirtiera en el 51 estado de Estados Unidos».

Dicen los testigos presenciales de esa cena, que Trudeau quedó atónito ante lo que estaba escuchando, pero la cosa no quedó ahí, y luego de la reunión, el futuro presidente publicó en su red social Truth: «Fue un placer cenar la otra noche con el gobernador Justin Trudeau del gran estado de Canadá».

El domingo 29 de diciembre, en una entrevista con NBC News, Trump volvió a la carga: «Estamos subsidiando Canadá con alrededor de 100.000 millones de dólares al año. Estamos subsidiando México con casi 300.000 millones de dólares. No deberíamos hacerlo. ¿Por qué lo hacemos? Si los vamos a subsidiar, dejemos que se conviertan en estados».

Así las cosas, volver a ocupar el Canal de Panamá, apropiarse de Groenlandia, transformar a Canadá en un estado de Estados Unidos. Parece un chiste, o una distopía. Pero también puede ser una amenaza muy real de lo que se viene, porque no lo está diciendo cualquiera, sino el presidente electo de Estados Unidos. Si es una locura o un peligro inminente, lo sabremos a partir del 20 de enero.

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