Guadix en el corazón

A Juan Jesús Hernández

 

En Guadix, los ojos del otoño

miran hacia abajo

iluminando los días de antaño.

La Virgen de las Angustias

baja desde las cuevas,

hasta la explanada de la catedral

donde la espera con amor antiguo, San Torcuato.

Se miran en las barriadas de San Miguel,

Santiago, Magdalena o Santa Ana.

Siempre se miran mientras parte el tren

hacia una filmación sempiterna

que se adivina por el ocaso.

 

Todos celebran en Guadix.

Amanecen los sábados

con los churros y chocolates del Versalles,

mientras otros bares esperan que la misa acabe,

y se escancian los vinos en las viejas bodegas

y en los nuevos restaurantes.

Pero nadie se va de Guadix, siempre te lo llevas.

 

Guadix atesora celosamente las páginas de su historia,

y en su mercado se ofrecen manos de la época de Wadi-Ash

para palpar los Buenos Aires

que trajo don Pedro de Mendoza

con su muerte en un lugar argento y remoto

del otro lado de las aguas de los mares.

 

Guadix es un privilegio celeste

que el planeta encomendó a sus amantes;

por eso levanta la copa de vino JJ. Hernández

para celebrar la amistad de Chema y Chusa,

por su esposa Isabel, Inés, Gregorio y Lola,

bajo la polvareda de un vientre de tierra

por la memoria del Pedro Poveda

que brinda desde más allá del aire

de la Sierra Nevada.

 

Pedro Jorge Solans

(Villa Carlos Paz, Córdoba, Argentina. Diciembre 2018)

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