Isabel Lagger disertará en Villa Carlos Paz rumbo al VIII Congreso Internacional de la Lengua Española

Pablo del Cerro: La vecina del norte cordobés

Parece un contrasentido destacar a una francesa en el marco de un congreso de Lengua Española. Parece, pero no lo es. La persona que se constituirá en eje central de mi charla aprendió desde muy joven cómo había de sistematizarse la música. Apresó melodías, ritmos y pulsos dispersos para dibujarlos después en hojas con pentagramas. Jugaba con las melodías, gozaba plenamente reproduciendo a los clásicos y hasta se daba la libertad de crear, como si intuyera,  o tal vez ya sabía, que más allá de las palabras existía un lenguaje universal que despejaba caminos, desbrozaba montes e iluminaba con intensidad a quienes lo escuchaban. Un modo musical que se podía transmitir fielmente a través de los tiempos para compartir experiencias y anhelos.

Su marido le dedicó “La capataza”, su último libro, en el que dijo: “Si me veis mirando lejos/ abrazado a la guitarra, / es que voy sobre la mar / sin aire, ni cielo, ni agua”.

Ella había muerto y él se sentía desolado.

La figura que da sustento a mis palabras se llamaba Antonieta Paula Pepin Fitzpatrick. En su casa le decían Nenette, y el arte la preservó del olvido con el nombre de Pablo del Cerro. Aunque, para hablar con justicia, afirmo que hay gran desmemoria sobre su persona, cuando debería empoderarla.

El Congreso Internacional de la Lengua Española suele debatir y reflexionar sobre nuestro idioma en distintos países de raigambre hispana. Este año fue Córdoba el destino elegido. Córdoba con su interior vehemente, con sus coloridas actividades culturales, con sus cadencias provinciales. Y en ese interior expectante se alza Villa Carlos Paz como un muestrario de diversidad cultural. Una villa turística alimentada con la vorágine del turismo, el destello de las marquesinas o las ofertas gastronómicas, que reverencia también a otros bienes culturales. Como su museo, el Numba Charava, donde se resguardan testimonios de los pueblos ancestrales, cuando esa lengua española que en estos días debate no era siquiera imaginada. La villa tiene historias, muchas veces contadas, sobre batallas legendarias. Y tiene también un lago que fue escenario del encuentro guerrero de una patria en pañales. Tiene mucho Villa Carlos Paz. Rumores de tiempo en sus cerros o sentires de estancia en sus orígenes, y un presente que reafirma una auténtica conexión hispana, que se evidencia apenas se enuncia su nombre. Porque Paz, su fundador, dejó estampado su sello en un viejo plano que fue enmadejando a este pueblo.

En tiempos de redes universales y de contactos instantáneos los llevaré por los caminos de un pasado no tan lejano para rastrear, una vez más, el devenir de esa francesa que se enamoró de Atahualpa Yupanqui a mediados del siglo XX. Como el CILE enfocó su interés en la obra de Héctor Roberto Chavero, me complace que los organizadores me dieran la posibilidad de hablarles de su esposa.

El Atlántico Norte ruge en los inviernos, y también lo hace en los veranos frente a la inmensa isla de Terranova. Muy cerca de ella existen unos islotes en los que sus habitantes izan la bandera de Francia. Son los pobladores de Saint Pierre y Miquelon. Allí nació Nenette el 9 de abril de 1908. Bien puede decirse entonces que es americana por origen aunque todavía hoy los franceses llaman a esas pequeñas islas territorios de ultramar.

Ya está planteada la escena.

¿Por qué es ella representante auténtica de nuestro sentir folklórico? Porque desde que llegó a nuestro país, con una mochila cargada de saberes musicales, dejó libre a su mente para dejarse tentar con los galopes del criollaje, con la magia de la pampa, la gracia del cardo o las tropillas de cantos que se ofrecían generosos a su paso. Ella leía partituras del idioma universal y su piano las corporizaba en sonidos. Y así volvían a cobrar vida Beethoven, Bach, Verdi, Tchaikovsky y tantos otros. A llegar a la Argentina tuvo que apurar el paso en el aprendizaje de la lengua, ésta de la que tanto se habla en estos días, sin abandonar sus expresiones musicales. Estudió en el Conservatorio Nacional y tanta fue su excelencia que la invitaron a formar parte de la Orquesta Sinfónica, con la que recorrió el país. Ese país nuevo donde retumbaban sonidos distintos, a cada cual más extraño, con nombres dulces y desconocidos se le sonaban a manjares: huainos, gatos, huellas o vidalas. Y se agrandó su horizonte en las aulas del profesor Juan Carlos Vega o junto a Isabel Aretz, con los que trataba de descifrar distintos repiques de una chacarera. Y un día, en Tucumán, después de ofrecer su recital en un teatro, halló a un criollo zurdo que logró hipnotizarla con su arte. “¡Ver que nos miran de barro/  y adentro llevamos cielo!/ ¡Saber que nos sienten piedra  / y seguir siendo silencio…!”

Acababa de conocer a Atahualpa Yupanqui.

 

 

Isabel Lagger (1948) nació en Esperanza (Santa Fe), residió 23 años en Neuquén y hace más de veinticinco años que vive en Villa Carlos Paz. Pinta y escribe. Entre sus trabajos publicados se cuentan: "Historia sin apellidos"; "La fuente de los sapos"; "Ahora que los lobos descansan"; "Una mujer llamada Pablo"; "Nonatos"; "El casino mapuche"; "Cantata a Margarita Weild"; "Los fundadores"; "Diálogos con tonada"; "El hijo del piloto muerto y otros cuentos"; "La Pasto Verde"; "Una tal Pancha Hernández"; "Territorio de conquistas"; "Ella miente"; "Las cartas sobre la mesa". En Amazon editó "El justiciero de las Pampas"; "El amor de Yamila"; "La mujer del huesero"; "El lector de fotos"; "La lechuza ciega"; "El gallego de mi árbol"

 

 
 
 
 
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