martes, 23 de julio de 2019 · 12:21

Madrid. Verano 1985. Las noches se estiraban con la bohemia del aire caliente de la capital española en tiempo del profesor Enrique Tierno Galván. La premura nos delataba. Éramos jóvenes latinoamericanos ansiosos por vivir el instante que nos regalaba ese gran maestro de décimas, cielitos y canto popular que fue el uruguayo Osiris Rodríguez Castillos. Nuestra ansiedad era directamente proporcional al hambre que llevábamos con hidalguía y dignamente hasta que era saciado por los cocidos de doña Consuelo, la compañera del poeta.

Una madrugada después de unos mates amargos, cuando la nostalgia quería asomar, me animé a leer: "Cuando una estrella recorre/Las sombras como una lágrima/Siento que llora la noche/profundamente angustiada/Entonces, como una novia/Tiembla de amor mi guitarra/ Y el campo nunca me dice/ Que un grillo más no hace falta...(del poemario Grillo Nochero)  y para que se transformara alguna vez como éste, en un recuerdo preciado, me acompañó punteando su guitarra. 

Eran noches vistas con luz de día, o días que dormían en los brazos del poeta chileno Theodoro Elssaca o en las sombras del peruano-español Miguel Cabrera.

 

 

 

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