Hace pocos días murió el poeta cubano

César López, el trabajador de las letras, el niño que no pudo ser

Por José María Cotarelo Asturias (Poeta y dramaturgo)
miércoles, 8 de abril de 2020 · 14:45

Por José Mª Cotarelo Asturias

(Poeta y dramaturgo)

 

Se nos ha ido otro de los grandes, el poeta y diplomático cubano César López, con quien compartí inolvidables horas en su casa frente al Malecón en una tarde gris sobre cuyo cielo se dibujaba un rojizo rayo de sol. Fue en 2014 en el XVII Festival Internacional de Poesía de La Habana  en que se celebraba el Bicentenario de la gran escritora cubana Gertrudis Gómez de Avellaneda y cuyo encentro auspiciaba  la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, la Oficina del Historiador de la Ciudad, el Ministerio de Cultura, el Instituto Cubano del Libro, el Centro de Intercambio y Referencia, entre otros y que contaba con la presidencia de honor del propio César López. Estaba también  mi querida Aitana Alberti, Pablo Armando Fernández, Rogelio Martínez Furé, Nancy Morejón, Miguel Barnet,  Eusebio Leal, Waldo Leyva, Virgilio López Lemus, Alpidio Alonso, Jesús David Curbelo.

Me acompañó por entonces Miladis Hernández Acosta, que me dijo que me iba a encantar conocer a César. Nunca olvidaré esta visita y le agradezco en el alma. Rabusco en la memoria, en la vieja grabadora y en las fotografías. La casa del poeta era un biblioteca, un museo, un rincón de arte en el mundo, un oasis de paz y de intelectualidad que espero y deseo las autoridades cubanas sepan conservar y mantener para estudiosos admiradores de su obra y las futuras generaciones

César, había nacido en la calle Clarín de Santiago de Cuba en 1933. Fue Premio Nacional de Literatura en 1999, y es, sin duda, una de las voces más relevantes de la poesía cubana del siglo XX. Fue casi todo en el campo de la literatura: narrador, crítico, poeta, articulista, traductor, investigador, ensayista, filosofo… y además médico por vocación, doctorado en la Universidad de Salamanca, aunque realizara más de la mitad de la carrera en Cuba. Cuenta con el Premio OCNOS de Poesía, las medallas de las Universidades de Turín y Málaga, la Distinción por la Cultura Nacional en Cuba, el  título deChevalier de l'Ordre des Arts et des Lettres , la Distinción José María Heredia, la Medalla Alejo Carpentier, y la admiración y el cariño de sus deudos y colegas.

José Agustín Goytisolo, dejó dicho de César López que “su poesía es, además, reflexión y conocimiento de un mundo muy querido, de un país hermoso y cambiante, herido, siempre alerta como un precipitado campamento de guerra, un lugar en donde todo el mundo baila”

Cuando supo del asesinato de su entrañable amigo y paisano, el ideólogo Frank País, con sólo 23 años escribió: “y mientras tanto yo dormitaba en España, estudiaba, martillaba mis versos, ponía en Correos una carta de pésame a madre por la muerte de tu hermano pequeño, gritaba, terrible, en una noche anuncio de tu muerte: temblaba de olvido y de distancia calladamente solo….. como la ciudad tuya que alimentas con huesos, huesos que no podrán romperse, que se habían preparado para estar alargados en la tierra, abajo, sin luz, sin petición de habla…. ¡Esos huesos tan huesos y tan solos de mundo!”

La tarde discurrió plácida, húmeda de amistades y de versos. Su casa respiraba arte por las cuatro esquinas; había música en el aire, las mesas llenas de libros desordenados: José Lezama Lima, Dulce María Loynaz, San Juan de la Cruz, Garcilaso de la Vega, Pablo Neruda y Jorge Luis Borges entre tantos otros. En las paredes importantes cuadros de pintores cubanos, los estantes de la librería abarrotados. Recuerdo su voz de hojarasca, su voz de infancias contenidas, de flor de guayaba, un largo río que rompió con su voz puentes y ritmos resecos. Él opinaba que las abuelas de Cuba habían sido de gran importancia como figuras tutelares en la poesía cubana. Abuelas como madres ampliadas que sabían transmitir parte de la tradición oral. Su bisabuelo era gallego, de Pontevedra, casado con una criolla. Aunque no llegó a conocer a sus abuelos, sabe que su abuela paterna era de origen judío. Él recogió e hizo suyo ese gran mestizaje y bebió de sus raíces. Ávido lector, voraz, como él mismo dijo. Entre sus primeras lecturas, El Quijote, que había leído ya antes de comenzar el bachillerato.

Sus libros son escritos como desde la distancia; es como ver desde lejos la ciudad. Son textos reactivos, que algunos críticos han considerado como escritos desde el odio, desde el resentimiento, y aun así parecen textos de amor. Por sus libros transita inevitablemente su ciudad natal, “Santiago de Cuba constituye una marca en mi vida. No se puede ser santiaguero por azar, ni renunciar a esa categoría. Santiago era una ciudad muy difícil de la que tratábamos de irnos… yo he vuelto a través de mis libros”.

“Me fui a España en el barco “Virginia de Churruca”, que terminaba en Génova pero pasaba por Cádiz y Barcelona. Casualmente fui en primera clase gracias al capitán que era amigo del entonces embajador, el Marqués de Vellisca. Tuve la suerte que falló el pianista acompañante de Paquita Rico, ya que no había pasajes. El viaje duró 35 días. A pesar de la dictadura de entonces, España fue el país que más facilidades nos dio a los estudiantes. La guerra civil española era para nosotros un mito. Me costó tragar irme a vivir a la España de Franco. En Europa aprendí lo que era ser americano y lo que era ser cubano. Regresé en los 60 a Cuba por ética. Nunca ejercí de médico. Renuncié como médico para dedicarme a la literatura.

Como era un lector voraz escribía desde niño. Yo me di cuenta que había que dominar la retórica y que había que leer a los clásicos. A Lorca lo había leído en casa. Mi mamá decía que había visto a Lorca en Santiago, que todo eso de que no había estado, era mentira.

Mis primeros textos se publicaron en “Ciclón” (revista precursora de la vanguardia cubana) pero yo ya estaba en España. Fue de casualidad. En España no publiqué nada, hice teatro universitario, leí y escribí mucho. Mi poemario “Silencio en voz de muerte” está completamente escrito en España entre  1953 y 1957, aunque se editó en Cuba.

Hay escritores cubanos que “los fueron”, que son muy importantes para nuestra cultura. Hay que salvar el país por la revolución de la cultura.  Hay que comenzar asumir los aciertos y los descalabros. Poder opinar, saber escuchar y poder discutir y entonces defender todo lo defendible, que es mucho”.

"Fue un niño a quien recuerdo/ diciendo afirmativamente y siempre:/Quiero”.

Regreso a sus libros, a la nostalgia, a esa parte del recuerdo donde es feliz estar en aquella tarde habanera, frente al Malecón y los poetas. “La guitarra suena ahora, nadie canta, y la puerta del patio se cierra”.

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