Literatura para no sacralizar la literatura: Carlos Martín Eguía y su nueva novela

Por Alejandro Frias
sábado, 15 de agosto de 2020 · 00:00

Por Alejandro Frias

(Escritor y periodista)

 

La literatura puesta bajo el ojo de la realidad, o al menos de una realidad, una realidad posible en la literatura. Dicho así, parecería que pudiéramos dar infinitas vueltas en una cinta de Moebius, aunque quizá, en definitiva, eso lo que nos propone Carlos Martín Eguía con El punto olivina y los cordones de zapatos (Añosluz Editora).

Para sintetizarlo, digamos para comenzar que es la literatura el motivo primero y último de Eguía, y que esta novela es la demostración concreta de esto, construyéndose de adentro hacia afuera y viceversa. ¿Cómo es esto? Uno de los personajes que aparecen se empecina en la elaboración de “carreteos”, una construcción literaria que se podría resumir como la sumatoria de fragmentos de libros ajenos, mientras que el camino en sentido inverso es el que recorremos en El punto olivina… a partir de que “el Zequi” decida componer su producción literaria a partir de la recolección de todas las que “vio” gracias, justamente, al punto olivina.

Expliquémoslo mejor, si no, terminaremos mareándonos en la cinta de Moebius.

La historia comienza con el Zequi matando a golpes al novio de su madre, un matón sindicalizado, y en la huida (porque sabe que lo querrán muerto, y para eso voltearán cielo y tierra, con ayuda de la policía bonaerense) es protegido por Maxtín Iparralde, un farmacéutico que se encuentra en etapa de revisión de su libro de 1.800 páginas sobre Borges. En la casa de Maxtín, el Zequi conocerá a Xavier, hermano mellizo del primero, vulcanólogo abocado a desentrañar los misterios del Universo.

En esta casa, además de a Kerana (la chica de la limpieza que terminará siendo su novia), el Zequi conocerá de ciencia y literatura, y cuando por fin se encuentra con el punto olivina, este le hará concentrarse en la producción de literatura.

El punto olivina

 

A partir de ese momento, nos encontraremos con dos narraciones producidas por el Zequi.

En la primera, Osvaldo, un médico clínico, recorre con su novela inédita los tortuosos caminos de editores, traductores, poetas. El mundillo de la literatura. En la segunda, Tony luchará consigo mismo para producir una gran obra literaria (este es el personaje de los “carreteos” que nombramos más arriba), ahora que puede, ya que se ganó el Quini, con lo que dejó de trabajar en una oficina pública y tiene tiempo de ser novio, financiar publicaciones de poesía, instalar vinerías y fiambrerías.

Luego, el relato nos devolverá a Zequi y los mellizos, cerrando una trama en extremo divertida.

Pero bien, hasta ahora hemos hablado sólo de la trama. Metámonos un poco más profundo, porque Eguía no nos lleva por estos mundos sólo como un hecho narrativo, sino que aprovecha la novela para realizar una crítica y un cuestionamiento a los cánones literarios (ya el fanatismo de los personajes por Borges es una señal) y a quienes sacralizan la literatura.

No sólo desde el discurso lo hace Eguía, sino también desde muchas de las acciones que nos muestra en la novela. Poetas con tendencias a las piñas, un poeta que cuestiona el capitalismo y el uso del dinero pero es el primero en querer cobrar regalías, editores que no leen los trabajos que van a publicar, escritores principistas que pierden la gran oportunidad de sus vidas, poetas primerizas que engatusan a un Mecenas. Un mundo delirante, o mejor, tres mundos delirantes que se conjugan en un relato sin fisuras.

Y si hablamos de un relato sin fisuras es porque Eguía posee un estilo sólido en el que el humor, el sarcasmo, la sátira y la caricatura son herramientas para cuestionarlo todo desde el hecho literario. Y en esto podemos trazar un puente entre Eguía y autores como Kurt Vonnegut, César Aira y Rodolfo Wilcock (este último nombrado un par de veces en la novela), no sólo por la construcción de la narración y los recursos a los que echa mano, sino también por las máquinas estrafalarias, los sistemas filosóficos delirantes, los personajes casi cotidianos llevados al extremo y las relaciones enfermizas naturalizadas que van apareciendo y sucediéndose en El punto olivina y los cordones de zapatos.

Eguía nos propone una cinta de Moebius literaria, una de esas en las que da gusto perderse.

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