El amor del Cambá Galeano

Por Pedro Jorge Solans (Vídeo de estudiantes de Tacna, Perú)
miércoles, 5 de agosto de 2020 · 19:05

 

El negro libre

cimarrón de Quitilipi,

desde temprano supo que su destino

era solamente suyo

y de nadie más.

El Cambá Galeano

llegaba desde la Colonia

con vestimenta dominguera

y un bagayo

con ropa deportiva.

 

El Cambá Galeano

de El Palmar,

jugador del Quitilipi Sport Club,

mostraba el brillo de su negrura,

cuando hacía un gol.

 

Llevaba su herencia

En un amuleto,

y tras sus gambetas

y sus goles

que generaban alegría

y penas

por igual,

se vestía

como un hijo de la África reina,

como si viniera de una isla igualitaria,

de bienes comunales

de ancianos sabios

y jóvenes guerreros.

 

Se abrazaba hasta con el adversario.

 

Después se mojaba la cabeza

con agua fría

y bajaba silbando bajito:

“Un muchacho como yo,

un muchacho como yo,

que vive simplemente,

que confía en los demás,

Y dice lo que siente…”

 

Caminaba por la avenida Chaco

desde la Cooperativa Agrícola

hasta el boliche de don Osicka

donde hacía sonar la vitrola

con vallenatos

y chamamés.

 

Temblaban las baldosas.

 

Los parroquianos miraban

en silencio,

pero gustosos

como el Cambá cuerpeaba

los ritmos,

parecía un cimarrón

enloquecido de tierra

y humedad

de los territorios de Bambuque,

o en el oriente de cualquier río de Senegal.

 

El Cambá había abierto los ojos

en el algodonal de los Cerdá

arrullado por la voz desposeída

de sangre bravía del malungaje,

arrullado por la visita de las lechuzas,

y la lengua viva

y apretada

de doña Cirila,

que a pesar de llevar el espíritu

de su gente

para donde quiera que vaya

nunca supo

por qué se llamaba Wiwa.

 

Los ojos de Estelita,

la hija más linda del pueblo,

empayesaron al Cambá.

Fue una tarde de verano

en la vereda de la tienda “Blanco y Negro”,

mientras él veía inalcanzable las camisas Grafas

para la cosecha.

Estelita lo flechó como una pitonisa

y al Cambá se le secó la boca.

La siguió con la mirada,

ella se alejaba

en un andar para los dioses,

y las pupilas del Cambá se achicaban;

parecía que una luz brillante

fascinaba a un lince rojo.

No dio más

y se fue para el boliche,

a esperar el regreso de ese ángel.

 

Entre tragos y tragos

de caña Legui

se imaginaba que su Orixá

le había enviado para endulzar la vida.

Y pidió otra caña,

y otra,

y una más.

 

La noche se hizo en él

y con las pupilas anchas

apareció un Amargo Obrero

en el mostrador.

 

Los domingos, el fútbol, el bar

la música y el pasar de Estelita,

eran las estrellas del Cambá,

que venía de El Palmar

hecho un rey

y regresaba dolido,

con su alma deshilachada,

soñando otro domingo venidero.

Vivió así

esperando el futuro

como si el día a día

no le interesara.

Los años, pasaron

como si él fuera un poste

de alambrado.

No se daba cuenta,

se engañaba con su sonrisa ampulosa

mostrando una dentadura blanca

aurora

de marfil elefante.

 

Esa tarde, no era cualquier

tarde,

la siesta pintaba rarísima,

el fútbol se suspendió

por esas acorazonadas pueblerinas.

Los nubarrones presagiaban

malestar

y el Cambá alborotado

se animó a pedir al bufetero

que le escribiera en un papel:

“Soy el Cambá Galeano, soy negro,

pero no tengo el alma oscura.

Mi querer es suyo,

te digo, que lo agarré

nomá.”

Y esperó el momento maravilloso

escuchando a don Osicka:

“si el amor no tiene palabra,

no éeee amor…,

apena una calentura

de morondanga que se va

con un poco de hielo.”

El Cambá se entusiasmó

con su papel escrito.

Pero Estelita

fue una jugarreta del destino.

Cuando la vio de lejos

creyó que caminaba con él

agarrados de la mano.

Respiró hondo,

se preparó para entregarle

su palabra

y ¡zaz!

la cercanía rompió

el hechizo,

y su boca guardó la sonrisa.

Se dio cuenta que

Estelita venía

con su novio.

 

El Cambá se desmoronó,

y bebió tanto

que su llanto

se hizo lluvia,

e inundó

al pueblo

de dolor.

 

Tras su desaparición

en lo de Osicka,

casualmente,

cada vez que llueve

en Quitilipi

o en el campo

se escucha en la vitrola:

“Estelita, qué linda que está, Estelita, podría con usted

conversar?

Estelita, si usted tiene novio, en la vida siempre

hay solución…”

 

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