El amor del Cambá Galeano
Por Pedro Jorge Solans (Vídeo de estudiantes de Tacna, Perú)
El negro libre
cimarrón de Quitilipi,
desde temprano supo que su destino
era solamente suyo
y de nadie más.
El Cambá Galeano
llegaba desde la Colonia
con vestimenta dominguera
y un bagayo
con ropa deportiva.
El Cambá Galeano
de El Palmar,
jugador del Quitilipi Sport Club,
mostraba el brillo de su negrura,
cuando hacía un gol.
Llevaba su herencia
En un amuleto,
y tras sus gambetas
y sus goles
que generaban alegría
y penas
por igual,
se vestía
como un hijo de la África reina,
como si viniera de una isla igualitaria,
de bienes comunales
de ancianos sabios
y jóvenes guerreros.
Se abrazaba hasta con el adversario.
Después se mojaba la cabeza
con agua fría
y bajaba silbando bajito:
“Un muchacho como yo,
un muchacho como yo,
que vive simplemente,
que confía en los demás,
Y dice lo que siente…”
Caminaba por la avenida Chaco
desde la Cooperativa Agrícola
hasta el boliche de don Osicka
donde hacía sonar la vitrola
con vallenatos
y chamamés.
Temblaban las baldosas.
Los parroquianos miraban
en silencio,
pero gustosos
como el Cambá cuerpeaba
los ritmos,
parecía un cimarrón
enloquecido de tierra
y humedad
de los territorios de Bambuque,
o en el oriente de cualquier río de Senegal.
El Cambá había abierto los ojos
en el algodonal de los Cerdá
arrullado por la voz desposeída
de sangre bravía del malungaje,
arrullado por la visita de las lechuzas,
y la lengua viva
y apretada
de doña Cirila,
que a pesar de llevar el espíritu
de su gente
para donde quiera que vaya
nunca supo
por qué se llamaba Wiwa.
Los ojos de Estelita,
la hija más linda del pueblo,
empayesaron al Cambá.
Fue una tarde de verano
en la vereda de la tienda “Blanco y Negro”,
mientras él veía inalcanzable las camisas Grafas
para la cosecha.
Estelita lo flechó como una pitonisa
y al Cambá se le secó la boca.
La siguió con la mirada,
ella se alejaba
en un andar para los dioses,
y las pupilas del Cambá se achicaban;
parecía que una luz brillante
fascinaba a un lince rojo.
No dio más
y se fue para el boliche,
a esperar el regreso de ese ángel.
Entre tragos y tragos
de caña Legui
se imaginaba que su Orixá
le había enviado para endulzar la vida.
Y pidió otra caña,
y otra,
y una más.
La noche se hizo en él
y con las pupilas anchas
apareció un Amargo Obrero
en el mostrador.
Los domingos, el fútbol, el bar
la música y el pasar de Estelita,
eran las estrellas del Cambá,
que venía de El Palmar
hecho un rey
y regresaba dolido,
con su alma deshilachada,
soñando otro domingo venidero.
Vivió así
esperando el futuro
como si el día a día
no le interesara.
Los años, pasaron
como si él fuera un poste
de alambrado.
No se daba cuenta,
se engañaba con su sonrisa ampulosa
mostrando una dentadura blanca
aurora
de marfil elefante.
Esa tarde, no era cualquier
tarde,
la siesta pintaba rarísima,
el fútbol se suspendió
por esas acorazonadas pueblerinas.
Los nubarrones presagiaban
malestar
y el Cambá alborotado
se animó a pedir al bufetero
que le escribiera en un papel:
“Soy el Cambá Galeano, soy negro,
pero no tengo el alma oscura.
Mi querer es suyo,
te digo, que lo agarré
nomá.”
Y esperó el momento maravilloso
escuchando a don Osicka:
“si el amor no tiene palabra,
no éeee amor…,
apena una calentura
de morondanga que se va
con un poco de hielo.”
El Cambá se entusiasmó
con su papel escrito.
Pero Estelita
fue una jugarreta del destino.
Cuando la vio de lejos
creyó que caminaba con él
agarrados de la mano.
Respiró hondo,
se preparó para entregarle
su palabra
y ¡zaz!
la cercanía rompió
el hechizo,
y su boca guardó la sonrisa.
Se dio cuenta que
Estelita venía
con su novio.
El Cambá se desmoronó,
y bebió tanto
que su llanto
se hizo lluvia,
e inundó
al pueblo
de dolor.
Tras su desaparición
en lo de Osicka,
casualmente,
cada vez que llueve
en Quitilipi
o en el campo
se escucha en la vitrola:
“Estelita, qué linda que está, Estelita, podría con usted
conversar?
Estelita, si usted tiene novio, en la vida siempre
hay solución…”