Espiral Blanco- de Miguel Vera

Por Aldo Parfeniuk. (Poeta y ensayista)
miércoles, 23 de septiembre de 2020 · 16:39

Por Aldo Parfeniuk

(Poeta y ensayista)

 

“Ejemplar fuera de comercio”: con esta advertencia el editor Alberto Burnichon solía repartir prolijas ediciones limitadas de muchas de sus plaquetas y pequeños libros –casi siempre de poetas- para que amigos y buenos conocedores de la  literatura recibieran (y se regalasen) cosas únicas.

El libro que definía las ediciones de Alberto Burnichon.

Su objetivo no era promocionar, mediante una muestra gratis algún compuesto para el cuerpo o el alma, sino entregar algo  difícil (¿imposible?) de justipreciar, según es la poesía, a sabiendas, ya, de lo que alguien después  -si mal no recuerdo  Guillermo Boido-  fijaría en una frase que se popularizó : “La poesía no se vende porque no se vende”;  para avisar, sobre todo a falsos poetas, que debe seguir manteniéndose limpio el espíritu de esa cosa dada: la poesía.

El poeta Miguel Vera

Y es en gran medida desde el mencionado precepto, que contiene y expresa  el carácter de lo donativo –lo propio del “don”- que Miguel Vera, poeta cantor, gran amigador coscoíno de gentes y paisajes, oficiante puntual, en su casa del barrio Santa Teresita,  del tributo anual a la Señora Madre Tierra, que desde su Morada de los Poetas nos acerca  su libro/objeto “fuera de comercio”: Espiral Blanco.

En él resplandece su palabra  de vate, celebratoria y encendida. Radiante  dentro del blanco estuche que el amor y el compañerismo de Graciela Robles, su mujer, convirtiera en cofre de objetos preciosos. O de golosinas para el alma, y que noche a noche uno, ansioso degustador, va dosificando mezquinamente, como para que no se terminen tan rápido.  

El poeta y Graciela, complementos, una pareja en estado poético.

Y esto que uno les dice aquí –a Miguel y a Graciela…- no es, no quiere ser, barato y circunstancial palabrerío de amigo: es la manera de expresar también públicamente la gratitud de encontrarse -en plena crisis de salud social y emocional-  con ese poder performativo de la poesía y del poeta, que logran que el decir de la palabra devenga un concreto hacer; que el libro sea caja de sorpresas y concreto objeto de afecto y amistad, trascendiendo  el presente mismo para poder compartirlo, incluso, con quienes ya no están: como Cristina Coste y Pedro Gonzáles, destinatarios expresos, in memoriam, de este Espiral Blanco por el que la tierra va subiendo al cielo… ; diciéndonos: “(…) Tuyo es el dolor sin culpas/ llena mi cielo de golondrinas/ gira y gira a mi lado en la tarde coscoína/ y llévate migrando la tristeza/ hasta el azul notable de otro olvido./ Ya llegarán las cartas que te enviamos/ el día que feliz y sorprendida/ te sientas volver en rosa por tu patio” (“Despedida y regreso” a Cristina Coste)  Y  a Pedro Gonzáles, ese otro bailarín-poeta que ya no andará su patio: “La mañana está quieta./ Los recuerdos están adormilados./ Yo, bailarín sachero, también duermo./ Bailé con mi madre/ portando los grandes zapatos de mi padre./ Bailé. Fui su hijo más deshabitado./ Hoy, la botija de chilalo me extraña/ hoy, sabe amarga” (“Mandato”)

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