Jaime Dávalos, Cosquín y Carlos Paz

100 años del nacimiento y 40 de la desaparición de Jaime Dávalos

60 años de Cosquín
jueves, 4 de febrero de 2021 · 14:18

Por Aldo Parfeniuk

(Poeta y ensayista)

 

El sexagésimo aniversario que acaba de cumplir el Festival Nacional de Folklore de Cosquín reconoce, entre sus primeros animadores calificados, a Jaime Dávalos: el gran poeta salteño de quien el 29 de enero último se cumplieron cien años de su nacimiento (también cabe recordar que se cumplen 40 años de su temprano fallecimiento.)

No solamente Cosquín, sino toda Córdoba -y muy especialmente Carlos Paz, a la que le dedicara una hermosa zamba- le deben gratitud y homenaje. Lo cierto es que Dávalos  no puede ser marginado de ningún rescate que se realice sobre la importancia de la cita anual coscoína en el panorama latinoamericano, nacional y provincial del folklore. Un año después de su lanzamiento en 1961, un pletórico Jaime ya declamaba en la plaza Próspero Molina: “Aquí, en Cosquín,/ baluarte fundado en el granito/ para pulsear el canto nativo que resurge/ poniéndole garganta fervorosa al silencio/ y con los cuatro rumbos del aire de la patria/ Cosquín funde la rosa sonora de los vientos/ en las orillas del Yuspe, miel de piedra vertiente/ que afirma en nueve noches su nacional reencuentro…”

El salteño fue un enamorado de Córdoba, donde -especialmente en sus sierras- pasaba largas temporadas  trayéndonos de regalo danza, música y poesía de la mejor, compartiendo el ritual carpero de su provincia en noches interminables de canto, fiesta y celebración de la tierra, todo lo cual nos abría las puertas de una Latinoamérica ignorada por muchos argentinos y que Jaime conocía y amaba como pocos.

 

Cuando aparece “Rastro seco”, su primer poemario, otros poetas del NOA también están dando a luz primeros libros, dentro de la propuesta general de cantarle al paisaje y al hombre de la tierra; también por la época nacen muchas de las canciones populares que alimentarían la original trova folklórico-americanista que fuera para nosotros música y letra propias de los movimientos de liberación latinoamericanos que eclosionaron en la década del sesenta. Como pocas veces antes en nuestra historia (habría que remontarse a los tiempos de Bartolomé Hidalgo y José Hernández) un grupo significativo de poetas se animó a incautarse de algunas tradiciones museificadas por el conservadurismo, para ponerlas al servicio de las nuevas necesidades  -y de las nuevas utopías- en el campo de la cultura y la sociedad, especialmente de las clases populares. También, su obra,  revoluciona lo lingüístico: Jaime Dávalos, quizás solamente acompañado en aquellos tiempos por Domingo Zerpa y Atahualpa Yupanqui, será el poeta más mestizado de todos (en sus libros y canciones los aborigenismos y regionalismos se contabilizan por cientos) a quien poco tiempo después Manuel J. Castilla lo seguirá en la misma dirección, pero trabajando otros aspectos del lenguaje.  En cuanto al cancionero popular, no habrá para Dávalos forma más comprometida con su ideario que la copla. Medida sencilla, versátil y sonora, igualmente siempre dispuesta a la entonación de voz alzada, como a no perdonar artificiosidades innecesarias. Esa parva y portátil moneda de intercambio oral, abierta a todas las pulsiones y sentimientos -y que aún hoy opera eficazmente en el mercado de intercambio simbólico de nuestro NOA y demás culturas andinas- tiene para Dávalos un valor religioso. El “hombre de la copla” es, por antonomasia, su Nombrador: nominador del paisaje, ese privilegio que le concedió la Madre Tierra para que él la convierta en mundo, en mundo para la vida humana, animal y vegetal. Por eso también la copla será escuela de poesía y de vida hecha canto; tanto para alegrarse y soñar como para acompañar y proteger: sobre todo de quienes usan la cultura “culta” para colonizar, lo mismo espíritus que haciendas.

Finalmente. A modo de gratitud por lo que Carlos Paz pudo darle, y no solamente en términos de taquilla en su renombrada “Carpa de Jaime Dávalos” sino también como paisaje y lugar de vida, el poeta empezó a escribir y a ponerle música a una hermosa zamba que dejó inconclusa y que pudieron terminarla su hija Julia Elena y algún otro familiar con aptitudes para la materia. En esa composición,  y entre otras cosas, Dávalos valoró lo que debemos contabilizar como un privilegio propio de nuestros orígenes: el agua.  Su “Capital de las aguas serranas” se refiere a la convergencia de ríos y arroyos sobre el valle, cuya parte norte terminó siendo embalse. Este lago actual que tanto nos desvela y que para los nativos y vecinos de muchos años forma parte de nuestras mejores aventuras y alegrías: en sus balnearios, con sus deportes, con las pescas, con sus ya desaparecidos desfiles de góndolas, etcétera.

Recordemos, en el cierre de esta memoria sobre tan significativos aniversarios, partes de aquel poema del aquerenciado vate salteño: “Cuando la luna sueña metales/ y enciende el lago su claridad,/ chorros de sombra por los sauzales/ llora la noche de Carlos Paz.// En la bandada de golondrinas/ mi alma resulta ser una más/ que al rodar tierra, buscando climas,/ halló las noches de Carlos Paz.// Capital de las aguas serranas,/ quiero encantarte con mi canción,/ cuando el lucero de la mañana/ late juntito a mi corazón”

                                                                                         

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