La masa estólida

Decía Aristóteles, y decía bien, que “la esclavitud nunca tiene tanto éxito como cuando el esclavo está convencido de que es por su propio bien”.
viernes, 19 de marzo de 2021 · 10:03

Por José Mª Cotarelo Asturias

Poeta y dramaturgo

(Desde Granada. España)

 

Decía Aristóteles, y decía bien, que “la esclavitud nunca tiene tanto éxito como cuando el esclavo está convencido de que es por su propio bien”. Y ahí parece que estamos encallados, en esta estúpida ribera, sin más horizonte que el que marcan los distintos poderes que se sirven de sabias argucias para hacer de la vulgaridad y la insensatez, norma de vida. Sería pues necesario detenernos un instante, otear el posible marque hay después del horizonte, observar, reflexionar y preguntarse cosas sobre nuestro devenir, ya que puede que allí es donde también estén nuestros dioses.

La creencia de que otro mundo no es posible forma parte del “adoctrinamiento” del sistema para aborregar a la sociedad, volverla tiranizada, dependiente, vacía. Basta echar un vistazo al púlpito donde a cada hora se asoman miles de fieles: la televisión, que se desarrolla como estrategia de ocultación de una realidad lacerante. Mientras las tertulias-griterío y afines forman parte del pan y el circo, el mundo real parece diluirse. Pero esto no es gratuito; se trata de entretener para convertirnos en seres vegetativos, aislados, individualistas, manipulables, incapaces de reflexionar, de tomar actitud crítica.

Fue Heidegger quien se dio cuenta de que “hay un enorme sistema que piensa por nosotros ahorrándonos la terrible tarea de pensar”. Y eso parecen hacer las redes sociales, las casas comerciales. Facebook pregunta qué estás pensando. No sé para qué. Yo creo que lo sabe. Estamos indefectiblemente dominados, controlados por los dueños y señores de las redes sociales, que no sólo saben lo que pensamos, qué comidas nos gustan más, dónde fuimos de vacaciones y si necesitamos o no unas tijeras de podar o una linterna solar. Y en caso de que no nos haga falta, ya se las arreglarán para crearnos la necesidad, haciendo bueno a Umberto Eco con aquello de que las redes sociales se convertirían en “legiones de idiotas” al servicio de extraños intereses. El mundo virtual anula parte de nuestra existencia. Lo virtual permite el mundo de fantasía donde uno puede quitarse años, o verse cuando tenga cien, o qué tal pintaría si fuese del sexo contrario. Que Internet fue una revolución no cabe duda, pero que esto modificó nuestro modo de relacionarnos, tampoco. Todo se ha virtualizado; el colegio, la vida familiar, las relaciones amorosas… Y por si fuera poco, vino la pandemia a rematar lo que ya estaba tocado. ¿Pero dónde está ese mundo? Lo on-line, no es la realidad, salvo que queramos resumir esa realidad a los 280 caracteres de Twitter o a los me gusta. La memez es un buen caldo de cultivo para el dominio de la masa, así podemos ver propuestas de sabotaje a las granjas de pollos, por aquello de que violaban a las gallinas.

Modificamos nuestros contextos con una simple aplicación. En este sentido nos hemos convertido en bobalicones, es decir; personas marginadas, no conectadas con la realidad, personas como hojas en blanco a merced de plumas que forjarán en ellas una nueva identidad.

El exceso de seres masa, asentados en la mediocridad, de la que vemos a diario clarísimos ejemplos, a poco que uno se fije, dan cuenta de la gran debilidad generacional que trata de destruir el pasado por pura ignorancia, aún a pesar de olvidar a aquellos, los nuestros, que se dejaron la vida por levantar esta tierra ahora extraña.

La pretendida libertad (en su amplio sentido) a que aspirábamos, se ha visto truncada; somos esclavos del sistema; seres idiotizados en base a cánones comerciales o ideológicos donde el enemigo queda diluido y el individuo explotado en aras de placeres momentáneos que proporcionan el ocio, el vacío o el consumo desenfrenado. Una sociedad donde la comunicación, como dijimos, se ha vuelto cibernética y crea no solo nuevas formas de relación, sino de dependencia de las multinacionales de datos que nos convierten en algoritmos “reaprovechables”.

La falta de ciencias humanísticas, de lectores (¡esos románticos!), de crear personas formadas espiritualmente, nos lleva a una suerte de conformismo que nos convierte en seres lineales, fácilmente manejables, obviamente opuestos al individuo unitario, que tiene facultad de discernimiento y es capaz de pensar fuera de la caja. Se trata de marginar al sujeto, aislarlo, como hacen los lobos para debilitar el rebaño. El filósofo Noam Chomsky nos dice que “El público en general es visto no más que como excluidos ignorantes que interfieren, como ganado desorientado” al que, como ya hemos comprobado, una vez resquebrajado, se lo comen los grandes lobos.

Sólo un espíritu crítico, coherente, fundamentado en la salvaguarda del ser humano, del planeta y basado en la cooperación internacional pueden hacernos retornar a aquel que fuimos no hace tanto; aquellos seres que pensaban más allá de sí mismos y en la belleza y generosidad de nuestro mundo. Nos queda la esperanza en el despertar de una generación que deja tras de sí muchas cosas auténticas. Resta esa revolución positiva, esa parte de inteligencia, entendimiento y solidaridad.

La idiotización de la sociedad es una de las más crueles tiranías.

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