Ivonne Aline Bordelois

"La poesía está sufriendo como todas las actividades humanas."

La poeta, ensayista y lingüista fue entrevistada por El Diario en su visita a Villa Carlos Paz y recordó a su amiga Alejandra Pizarnik.
sábado, 25 de septiembre de 2021 · 12:38

Por Pedro Jorge Solans

Fotografía: Silvia Coggiola

 

 

"La poesía debe mostrar la vigencia del amor  para que sigamos siendo humanos", afirmó la poeta, ensayista y lingüista Ivonne Aline Bordelois en su visita a Villa Carlos Paz donde visitó el Bosque de la Poesía y compartió un almuerzo con Aldo Parfeniuk, Silvia Coggiola e Inés Torres Pinazo. 

La prestigiosa intelectual argentina nació en Juan Bautista Alberdi, provincia de Buenos Aires; el 5 de noviembre de 1934 y fue amiga de la emblemática poeta Alejandra Pizarnik. Posee una larga trayectoria.​Egresó de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, estudió en La Sorbona. Trabajó en la Revista Sur, fue becaria del CONICET y estudió en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, donde se doctoró en lingüística en 1974, teniendo a Noam Chomsky como director de su tesis. Entre 1975 y 1988 ocupó una cátedra de lingüística en el Instituto Iberoamericano de la Universidad de Utrecht, Holanda, obtenida por concurso internacional. En 1983 consiguió la Beca Guggenheim y​ en 2004 recibió el Diploma al Mérito de los Premios Konex a las Letras en la disciplina Ensayo Literario. En 2019 fue reconocida por la Academia Argentina de Letras como "Personalidad sobresaliente de las Letras".

 

¿Cómo ve, cómo siente a la poesía actual en este momento especial que se vive?

La poesía está sufriendo como todas las actividades humanas. Este es un mundo en bancarrota y hay que abrir los ojos a este mundo en decadencia.

Estamos acostumbrados a mirar la cultura y la literatura en momentos de cenit donde nos llevan los hitos de los grandes paradigmas de los cuales nos alimentamos, y tenemos que saber qué pasa en tiempos de hondonadas, donde mucho se sumerge, mucho se olvida, mucho se trastorna y la crítica está sumergida en una gran crisis. En este momento nos falta crítica en Argentina, pero también en el mundo. Falta un talante de voluntad de mostrar que es lo que nos alumbra y que es lo que nos oscurece. Para dar un ejemplo trivial, uno observa en los suplementos literarios en los medios de prensa, -los que quedan-, en lo que en general circula en las redes sociales y en todas partes, que nadie se anima a hablar mal de un libro. Hay libros que están muy potenciados, publicitados, mercantilizados, y cuando uno los lee son basura, pero nadie se anima a decir que hay libros que son basura, porque se teme al poder extraordinario que han adquirido las grandes editoriales que son mafias intelectuales.

 

¿Usted afirma que la literatura fue fagocitada en el proceso de industrialización?

Exactamente. La literatura ya no es más un ejercicio de voluntad de palabras sino un servicio a favor de los grandes comerciantes de las editoriales.

 

¿Tiene esperanza, en la poesía?

A veces me cuesta. Creo que el espíritu humano nunca se rinde, y la experiencia de la humanidad está para confirmarlo, pero hay momentos que la estrella se oscurece, y este es uno de esos momentos.

A uno le conmueve ver que a veces de los lugares más remotos, de los más pequeños, más escondidos, más ocultos, surge una voz infaltable y se puede decir esto es poesía, y aquí si vive la verdad y vive la vida.

Y eso lo veo todos los días a mi lado, en pequeños grupos, grupúsculos, en pequeñas publicaciones que casi nadie las lee, y todavía allí vive la llama de la poesía. Y también veo el gran esfuerzo que hacen las grandes editoriales para arrasar con todos estos destellos que son los que nos salvan.

 

¿Qué opina del procesamiento del lenguaje natural?

Es un lugar que todavía debemos aprender mucho antes de decir algo. Me asusta mucho la inteligencia artificial que nos va a hacer hablar a través de mecanismos que nosotros no controlamos ni dominamos.

Hay una veta que es interesante y es el poder dedicar a la lengua un lugar donde la lengua por si misma va expresando algo.

Me parece que si los que trabajan los algoritmos son capaces de hacer una especie de procreación de la lengua por sí misma, es interesante ver a donde van a ir. Pero temo mucho que eso de alguna manera oscurezca el camino que ha sido siempre el camino de la poesía que está encarnado en nosotros que hemos pasado por una experiencia humana.

Tengo grandes amigos jóvenes que profesan una especia de fe muy firme en este tema de la inteligencia artificial y me da miedo porque es como perder el control total de la conciencia pura del lenguaje e interpretar nuestra individualidad, y no se sabe que pueden hacer las máquinas con eso.

 

¿Y en ese proceso qué se hará con la emoción?

Parece muy difícil que las máquinas se pongan a sentir por nosotros. Pero también pienso que este aplanamiento de la emoción no sólo viene del interés por las máquinas, sino que esta cultura profesa un temor a la emoción, y sobre todo que se han castrado ciertas expresiones fundamentales; por ejemplo, un gran tema político ahora es el tema de la seguridad. Desde el punto de vista político y cultural queremos estar seguros. Es algo absolutamente subversivo desde el punto de vista de la poética auténtica que siempre ha sido la palabra en riesgo no la palabra en seguridad.

Cada poeta tiene que encontrar su propia lengua, jugar su propia lengua, apostar a su propia lengua y eso no es seguridad. El sentimiento de seguridad se sigue implantando de manera dominante en esta época.

Está el tema de la denuncia de la moda, ahora el amor es una especie de sentimiento cursi, arqueológico, que nos entrampan a las mujeres y lo que importa es el sexo y cuando más diverso mejor, y uno se queda pensando, y a esta gente qué le pasó, qué pasó con las grandes leyendas de la Edad Media, con Romeo y Julieta y las grandes novelas románticas donde quedaron.

Qué nos está pasando, tenemos una batalla contra los sentimientos y da mucho trabajo pensar que todo es progreso y que esos sentimientos van a quedar como basura vieja.

 

¿Y cuál es el rol de la poesía en esta especie de encrucijada?

La poesía está en despertar eso, en mostrar que lo pasional, la indignación, el amor, la pasión, tiene que estar vigente de nuevo para que sigamos siendo humanos. Lo demás es robotización que se pone al servicio de la máquina política que uno ve, -ya sea de derecha o de izquierda- y que va avanzando en el mundo, que nos van neutralizando, nos van castrando.

La poesía es recuperar esa emoción primordial del ser humano frente a la naturaleza, el amor frente a la vida, eso forma parte de la esencia si queremos mantenernos. Me parece que va por allí. Sin embargo, lo que leo se aleja bastante. Los jóvenes están como moldeados por los medios, por las redes y están con el tema de la conexión. Hay un cierto vértigo, una cierta velocidad, pero lo que nos pasa por el corazón, la emoción, lo del fondo no está; el cielo está nublado para ese tipo de poesía. 

 

¿Hay diferencias muy marcadas con las explosivas décadas de los años 60 y 70 del siglo pasado?

Sí un abismo. Hay una especie de quiebre. Nuestra generación estaba revuelta, estaba en contra nuestros mayores como todas las generaciones, pero nunca rompimos del todo. Nosotros no podíamos seguir a (Leopoldo) Lugones y a (Rubén) Darío, pero leíamos a Lugones. Uno se da cuenta que hoy los jóvenes no leen a Darío, no leen a (Jorge Luis) Borges, no leen a nadie.

Me parece bien que se subraye el valor que tienen las vetas populares, pero esa total interrupción de la tradición me parece a mí que es una actitud suicida.

 

¿Podría recordar a su amiga Alejandra Pizarnik?

Ella es una de las pocas nostalgias que queda viva por suerte, y hay cierta electricidad en ella que conecta todavía a mucha gente joven. Ella es una especie de autenticidad de la palabra, que no engaña y hay muchos poetas que han citado tragedias personales como las que tuvo ella, pero como lo hizo ella no. Eso marca una de las pocas pautas que todavía existe esa apertura a la poesía a la emoción.

 

¿Cómo era ella?

Alejandra era muy extraña, muy distinta, era mágica. Tuve la enorme suerte de conocerla en su cenit. Fue en París, en la época que era amiga de (Julio) Cortázar, de Octavio Paz. Su camino se estaba alumbrando y ponía toda su energía a ese camino, y no era fácil, pero de una gran sabiduría, de una gran dedicación.

Creo que como hay tantas figuraciones muy trágicas, se olvidan ciertas virtudes más terrenas; por ejemplo, su enorme disciplina, lo que ella leía y escribía, como trabajaba sin cesar. Eso está como soslayado por ese afán de subrayar sus rasgos más nefastos.

Ha salido una biografía de ella escrita por Cristina Piña, y esa sombra está muy acentuada. Yo vi una Alejandra de gran creatividad y una gran diversidad en sus lecturas. Iba de los cantos de los poetas incas, a los tangos de Carlos Gardel, a Homero, a los poetas bíblicos, de Luis Aragón a Platón. La paleta de ella era asombrosa y hacía de eso una especie de fusión, muy colorida, muy única, muy personal. Se zambullía en un texto sin ninguna necesidad de todos los andamios filológicos que nos inculcaban en la universidad. tenía una desnudez, una pureza extraordinaria, y me siento una heredera de ella, y me enseñó eso. Con ella articulé la luz que me indicaba que ese era el camino.

Ivonne Bordelois junto a Aldo Parfeniuk y Pedro Solans en el Parque Estancia La Quinta.

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